Entrevista de Raquel Correa
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-No le encuentro asunto a la entrevista porque tengo más entrevistas que obras -fue su primera reacción- . Claro que si nadie se acuerda de mí, hasta yo puedo olvidar que existo -reflexionó después, tratando de ser más “civilizado”.
Recostado en el sofá-cama de su departamento solitario, esforzándose porque la entrevista fuera “muy intensa”, se empeñó en aclarar que la publicidad no le interesa en absoluto: “No voy a ganar más plata ni a tener más compañía”.
Adolfo Couve es un “entant terrible”. Quisiera compartir su vida, pero se ha impuesto el trabajo de aprender a vivir solo “porque la gente es sola”. Dice casas sorprendentes. A ratos divertidas. A ratos dramáticas. Pero todas las dice con la misma sonrisa que brilla en los ojos de claridad transparente.
Dejó de ser niño y dejó de ser Joven. Pese a ello, y contrariamente al común de los mortales, en Couve siguen viviendo, buscando y sufriendo el niño y el joven que fue. Porque si madurar es ir aceptando la vida “corno es”, este Cauve no ha madurado. Lo enferman cantidad de cosas del mundo, y está convencido de que el hombre terminará por ser rescatado de este planeta “espantoso” y trasladado a otra galaxia. ”Claro que tendrán que llevarse también a la Gioconda y las pirámides de Egipto porque la belleza es eterna”, dice.
Su departamento en el centro de Santiago refleja su personalidad. Piezas vacías, muros desnudos, un solo sillón y nada más en el living. Convirtió su dormitorio en escritorio y salón. Una foto en colores de su hija Camila: libros, cuadernos, manuscritos. Y un baúl. El baúl es lo más importante. Allí están empaquetados aún, los ejemplares de su último libro —El tren mecánico -editado en 1976 por la Galería Época. Compaginado a mano, que prácticamente no se ha distribuido. Aunque casi confidencial, la crítica Io trató excelentemente y hasta obtuvo el premio por la mejor obra publicada en cl año.
-Total no fue mínima novedad. Es un libro muy bueno.
De Couve se puede decir cualquier cosa, menos que carezca de seguridad en sí mismo. Ninguna pregunta trivial la contesta como corresponde.
-¿Qué edad tiene?
-No creo en la edad. No creo en ese tipo de tiempo. La vida es muy poca cosa y muy seria.
-Si usted escribe es porque quiere comunicarse. ¿Qué quiere dar a los demás?
-Nada vire a las personas, Considero que cuando uno le da entusiasmo a otro, ya es mucho. Me gustaría comunicar ese entusiasmo. Nadie tiene derecho a darte nada a los demás.
-Tal vez no tiene derecho a exigir, pero a dar. . . ¿por qué no?
-Exigir y dar. Las dos cosas son igual de terribles.
-¿Le afecta no haber tenido éxito de público?
-No tengo ningún interés de transmitir mi obra. Y me carga el éxito. Me revierta el éxito convencional.
-¿Lo ha tenido?
—Sí. Lo he sentido cuando era mucho más joven.
Y se larga a decir esas cosas que él siente tan intensamente.
—Creo en el arte por el arte. Creo en la belleza.
—O sea, usted no cree que el artista deba ser comprometido.
—No. Creo en el arte por el arte. Soy religioso. Todo arte es una manifestación religiosa. Por eso el arte está en crisis.
-¿Por qué dejó la pintura?
—Tuve mucho éxito porque tenía mucho talento, y todo eso lo dejé porque la pintura está en una crisis que no fui capaz de superar. Fracasé. Me interesa buscar una imagen no material: el verbo. La escritura es sagrada. Contar un cuento y escribirlo es lo más grande para mí.
Con sus eternos jeans desteñidos, con la barba que nunca se afeitó, y con su modo de pensar tan poco convencional, ¿cómo se gana la vida?
—Haciendo clases de historia del arte y estética en las Universidades de Chile y Católica. Dejé la cátedra de pintura aunque era un excelente profesor.
-¿Cómo sabe que era tan bueno?
—Porque soy un gran conocedor del oficio. Pinto bien. La literatura me cuesta más. Y no volví a pintar nunca más. En los veranos siento la tentación, por la luz, me entiende?
El “¿me entiende?”, que repite a cada rato, no es una muletilla en él. Es la manera que tiene de asegurarse que está siendo comprendido. En resumidas cuentas se cambió de pintor a escritor porque la literatura le parece “más espiritual y universal, más conectada con lo que viene”. Tan volado y tan vago, divagante; tan flaco porque come apenas; ensimismado más en el pensar que en el hacer, ¿cómo se las arregla para cumplir sus obligaciones de profesor universitario?
Soy victoriano
—Me gusta porque enseño el Renacimiento y el Barroco. Pero tengo dificultades para pasar lista y poner notas. No me gusta que me encasillen en el grupo de los profesores. Ahí me gano la vida porque la gente debe ganarse la vida. Y me gusta transmitir mi experiencia: dar a los jóvenes un entusiasmo real.
-¿Cómo es su relación con los alumnos?
—Guardo la distancia. Me mantengo alejado, al estilo decimonónico. En eso soy victoriano. Me gusta la calidez a través del hielo. Desconfío de las buenas personas. Prefiero a la gente mala. Me relaciono con la gente que me necesita. La gente que me necesita me emociona más que cuando alguien me quiere.
-Ser como es, ¿le ha dado felicidad?
—Lo he pasado mal en la vida. Salí de mi casa a los 20 años. Me fue mal en la cuestión afectiva. No tengo estabilidad afectiva: la echo de menos. Pero es muy difícil porque hay que ser verdadero, no mentir. El matrimonio es una institución estupenda porque da estabilidad, pero trae problemas de conciencia. Una sociedad donde no se puede decir la verdad es mal negocio. Así que uno se queda solo, pero se queda limpio.
-¿De qué limpieza habla?
-De no mentir y decir siempre lo que uno siente. Y hacer lo que uno siente. Un artista no miente.
-Pero es difícil vivir sin una dosis de mentira.
-Por eso vivo tan mal.
-¿Nunca ha mentido?
-Era mentiroso cuando niño y cuando no era tan niño también. Mintiendo tuve auto, casa, señora, jardín, todo eso. Un día resolví no mentir más y perdí todo.
-¿A cambio de qué?
-De la soledad. Me ha ido mal, pero voy saliendo. No me está yendo mal de aquí en adelante.
-¿Cuál cree usted que es el destino del hambre?
-No sé, pero sé que está fuera de aquí. Los hombres no tenemos rescate. La vida siempre termina mal, pero se puede vivir entusiasmado durante mucho tiempo. Los hombres deberían mirar con frecuencia las fotos de la Tierra que tomaron los astronautas para que se dieran cuenta de que hay valores superiores. El hombre pierde mucha vida luchando. Al hombre le gusta el poder. Y el poder es una gran tentación que pervierte al hombre porque está disociado de la verdad.
-Usted habla mucho de la verdad. ¿Cuál es la verdad?
-La verdad es conocer de qué se trata. Hay que mirar al cielo y saber de qué se trata todo esto. La vida. Yo sé que Dios existe. La salvación es el conocimiento, el trascender, dejar esta vida sin angustia sabiendo de qué se trata la cosa.
-¿Cree en la vida eterna?
-No. No creo en las religiones. Sí en Dios. La persona que acepta que hay un Creador pierde su angustia: le es concedido -corno don- poder hacer algunas cosas y pierde el miedo a la muerte.
-¿Usted se lo perdió?
-Estoy haciendo grandes esfuerzos. Le tengo mucho miedo. Pero más miedo le tengo a la vejez.
Apagones y resplandores
-Reconoció haber sido pintor de éxito. ¿Es escritor de éxito?
-Soy un caso más. Pero como el mundo está en crisis, son los casos los que van a dar luces. No sé si soy escritor de éxito. La belleza y la soledad me han desvinculado del medio. Este último libro me desvinculó mucho. La belleza desvincula. Es un precio muy amargo. La belleza es gratuita. A los artistas nos maltratan siempre.
-¿Quién las maltrata?
-La sociedad. Los comerciantes están mucho antes que nosotros, y no hacen nada sin nosotros. Me cargan los comerciantes.
-¿Escribe sólo para los artistas?
– Parece que son los únicos que se conmueven con el arte. A la gente siempre le gusta lo que no es y pasa a llevar lo que es. El gran público se equivoca siempre. Es enemigo nuestro.
-Tiene una idea muy pobre de la gente.
-Es sumamente inculta e indiferente. Pero no es indiferente con el fútbol, que es un espanto. Un futbolista es mucho menos que un poeta. Pero ahora, en el país, un boxeador que pierde es mucho más que un escritor que gana.
-¿Cuándo gana un escritor?
-Cuando está contento con lo que hizo. (Couve ha escrito cinco libros de cuentos: Alamiro, El picadero, En los desórdenes de junio, El sobre azul, aun sin publicar, El tren de cuerda).
-¿Cómo fue su infancia?
-Creí que triste pero parece que la de todo el mundo es bastante dolorosa. El colegio lo encierra en los mejores años de su vida.
-¿Ha pasado por crisis hondas?
-Siempre estoy en una crisis honda.
-Su infancia fue triste. ¿Cómo ha sido su vida?
-Una paulatina desvinculación del medio y una incomprensión de la gente. Me duele mucho cómo se relacionan, los intereses que tienen. La mentira, lo relativo.
-¿Qué juicio tiene de sus colegas chilenos?
-En general los escritores chilenos son flojos. Se van para Barcelona o se dedican al periodismo. Todos están achoclonados en sociedades y cosas mediocres, dándose premios entre ellos. No los traduce casi nadie. No tienen trascendencia, son profesionales del arte. No tienen buena forma y tienen que saber que el lenguaje es sagrado. Es sagrado eso de comunicarse con los demás. Creen que basta con tener una máquina de escribir. Y publican cuarenta novelas. Otros hacen dos novelas al año. Virgilio escribió cuatro cosas y son perfectas. Baudelaire un solo libro y es un libro santo.
-Usted escribe alejado de la realidad que lo rodea. ¿No ha pensado que tiene un compromiso con su patria y con su tiempo?
-La cuestión de la belleza es tan intensa como la política. Si el artista toma parte, pasa a la propaganda. Mi pecado es haberme dedicado a la belleza. Hay algunos que se creen artistas, y no lo son. Son muchos los impostores, pocos los verdaderos.
-Y usted está convencido de ser uno verdadero.
-Daría la vida por eso. Sé que soy un gran artista. Yo no soy otra cosa. Los artistas fracasamos en el matrimonio porque no sabemos bien de la vida afectiva. No somos burgueses. Somos contra la burguesía. No planchamos los pantalones. En las comidas abrimos la boca y arruinamos la comida.
-¿Y el artista no debe tener ningún compromiso?
—El que muestra la vida como es, lo muestra todo. Una obra hecha pone las cosas en su lugar. Hay tanto odio que la gente duerme sola, come mal y habla mal de los demás. Andan en competencia. Andan en auto, y juegan golf, que es un juego estúpido: meter una pelota minúscula en un hoyo. Con sus autos andan ensuciando el aire. El automóvil debe desaparecer. En auto no se llega a ninguna parte.
-¿Está en contra de la civilización?
—No. Estoy en contra de la sociedad de consuno. Babilonia era igual. Quinientas variedades de juguetes en las vitrinas. Mugre. Todas las personas compran esas mugres. Mugres para encender el fuego, escobillas de dientes eléctricas. Cosas inútiles que hacen perder el tiempo. Y las librerías todas peladas. La gente realizándose con cosas en lugar de realizarse interiormente. Artefactos eléctricos, grabadoras, relojes. Tan aburridas que son esas cosas. La gente pegada a esa cosa horrorosa que es la televisión. La sociedad de consumo me carga, aunque no sé por qué, porque no sé lo que es y no conozco otras sociedades.
Acostado, sigue divagando. Habla y habla.
-Me carga Solyenitzin. Porque las personas que tienen algo en contra de su patria lo tienen que decir dentro. No hay derecho para hablar mal de la patria porque la patria es sagrada. Hay que estar en la cosa siempre.
-Aparte de la patria, la verdad y la belleza, ¿qué más encuentra sagrado?
-La necesidad que une a las personas. Yo encuentro sagrada la necesidad, pero disfrazada de afecto la encuentro fatal.
Pavor a la verdad
-¿Por qué, si su libro es bueno, está en el baúl?
-Porque me lo rechazó la Editorial Universitaria. Era mal negocio. El arte rechazado por mal negocio. Es un libro estupendo. Entretenido.
-¿Y qué pasa con los lectores?
– Leen a la Susann. El valle de las muñecas. En el colegio los orientan a leer mugre: Golondrinas de invierno, La casa grande. Entonces no se acostumbran a leer buenos libros después sólo leen best sellers de Estados Unidos. Al librero no le interesa la buena literatura, y el escritor la guarda en su casa. Así es el arte, es de elite. Hay frases típicas de los burgueses: “No quiero problemas, quiero ver una película liviana”. Estamos fregados, entonces. No quieren intensidad porque no quieren que le remuevan su mentira. “No leo ladrillos”, ”qué más novela que la vida”, “no hay tiempo para leer”. Están ocultando el pavor que tiene el hombre medio de enfrentarse con la verdad. Entonces, terapia de grupo colectiva: ir al estadio y no jugar a nada. La gente, en todo el mundo, es cobarde.
-¿Qué valor se necesita para leerlo a usted?
-El de enfrentarse con verdaderos valores. Que si no tienen imaginación, están fritos, si no tienen capacidad de amor. Que hay que superar la mezquindad, el egoísmo. Relacionarse en forma real con los demás. Se desgasta mucho la gente en forma hipócrita. Esos cocteles con aceitunas y quesito cortado. Estar sentado, sonriendo de mentira en mentir, sin saber dónde dejar el hueso de la aceituna, no sirve para nada. Nadie gana nada ni consigue nada en eso.
-A veces sí. Se consiguen puestos, influencia.
-Consiguen el puesto de “suche” que se merecen por haberlo conseguido de esa manera. Hay que tratar de ser independiente.
-¿Y cuál es el precio?
-La soledad. El artista tiene una gran soledad, un gran silencio alrededor de uno. Estoy desanimado porque los artistas no están cumpliendo con su misión: trascender del problema contingente y hablar de los valores eternos. La belleza es inútil en si misma: no sirve para nada. Pero no se puede vivir sin ella.
Revista Ercilla, 26 de octubre de 1977