La verdadera motivación de los gobiernos

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Por Ricardo Paredes Vargas
En estos días críticos a causa del Covid-19, cualquier ciudadano esperaría que los gobernantes tomaran medidas que fueran en beneficio de la población, sobre todo de los más vulnerables por su condición etaria, por su condición socio-económica –ya que no tienen un trabajo o si lo tienen es precario y no tienen ingresos o porque éstos son insuficientes para satisfacer sus necesidades básicas-.  Sin embargo, y en contra del más básico sentido común, los centros comerciales siguen abiertos poniendo en riesgo a sus trabajadores, porque son más importantes las ganancias que generan las ventas que la salud del personal. Si hay que ayudar, partamos por los poderosos.
Para decirlo sin rodeos no eufemismos, lo que determina la conducta de nuestros gobernantes es el afán desmesurado por el dinero. Junto o detrás de ellos están los financieros, especuladores, accionistas, empresas multinacionales con sus intereses comunes, que explotan a las personas y a la naturaleza, sin contemplaciones, en busca de la riqueza desmedida. La avaricia y la codicia permiten explicar esta manera de abordar el mundo. Pero, a lo largo de la historia han sido vistas de manera negativa.
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A la Avaricia, la RAE la define como “afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas.” Los griegos tenían un término para ella: philarguria: ‘amor hacia la plata’. Uno de sus sinónimos es la Codicia, que en su primera acepción indica: “Afán excesivo de riquezas.” Así lo consigna el Diccionario de la lengua española (RAE).
La avaricia y la codicia no constituyen modelos de comportamiento virtuoso. En el ámbito de la filosofía, Aristóteles previene del exceso y del defecto, asimilando la virtud al justo medio. “Así, todo hombre prudente huye el exceso y el defecto, busca el medio y le da preferencia…” “La virtud es pues una especie de término medio, ya que el fin que se propone es el medio.” Los codiciosos no conocen el justo medio, solo el exceso.
Hesíodo en su obra “Los Trabajos y los días” escribe “Cuando el deseo de lucro hace perder la cabeza a los hombres y la falta de escrúpulos oprime la honradez, un castigo divino “arruina la casa de un hombre semejante”. Pero hoy la amenaza de castigo ha desaparecido y lo que en la antigüedad era repudiable ahora resulta digno de encomio.
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Según el Diccionario Bíblico Mundo Hispano, la Codicia “Es el deseo vehemente de poseer o disfrutar cosas materiales sin prestar atención alguna a las leyes de Dios o de los hombres. En Éxodo 20:17 se dice: “No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo…”Rescatamos esta cita por cuanto deja de manifiesto el total desapego o desprecio a las leyes humanas o divinas que puede alcanzar el avaricioso en su actuar.
Aquellos familiarizados con las lecturas bíblicas recordarán cuando Jesús expulsa a los mercaderes del templo de Jerusalén, el llamado Templo de Herodes, cuyo patio es descrito como “lleno de ganado” y tablas de cambistas. Jesús, molesto por la situación, formó un látigo con varias cuerdas e hizo salir a golpes al ganado y tiró las mesas de los cambistas y de los vendedores de palomas, haciendo caer las monedas por el suelo.
Considerada un pecado capital –un pecado de exceso, como la lujuria y la gula— la Avaricia se refiere a la adquisición de riquezas en particular. Avaricia es un término que refiere a otros pecados, que incluyen deslealtad, traición, sobornos, robos y asaltos, especialmente con violencia. Los engaños y la manipulación a que recurre la autoridad política son acciones muchas veces inspiradas por la avaricia.
También la literatura muestra la avaricia como ejemplo de comportamiento condenable. En el Canto VII de La Divina Comedia, Dante Alighieri ve a los condenados en el cuarto círculo del infierno, los avaros y pródigos, respecto de los cuales Virgilio añade “Todo el oro que existe bajo la luna, y todo el que ha existido, no puede dar un momento de reposo a una sola de esas almas fatigadas”.
Asimismo, en la literatura española encontramos posturas críticas. Juan Ruiz, Arcipreste de Hita –clérigo español que vivió entre los siglos siglo XIII y XIV- en su Libro de buen amor incluyó un poema titulado Lo que  puede el dinero. En su texto se puede apreciar que nada ha cambiado: “El dinero es del mundo el gran agitador, / Hace señor al siervo y siervo hace al señor, / Toda cosa del siglo se hace por su amor.” Y así siguen las cosas, por los siglos de los siglos.
Más adelante, en el siglo XVIII,  Francisco de Quevedo en su poema “Poderoso caballero es don Dinero” dice: “Madre, yo al oro me humillo, / Él es mi amante y mi amado, / Pues de puro enamorado / Anda continuo amarillo.” Los avariciosos y codiciosos no tienen escrúpulos y si tienen que humillarse, lo harán; pero también humillarán a los débiles, a los menesterosos con las más grandes injusticias.
Como signo de que los tiempos cambian, ahora se aplaude al que acumula más riqueza y se le reconoce como exitoso. Un ranking famoso publica la lista de los hombres más ricos, verdaderas celebridades mundiales y como tales son admirados, imitados y venerados, dan charlas por el mundo. La justicia no los toca porque está hecha por encargo a la medida de sus actuaciones. Cuando el avaricioso llega al poder o logra instalar en él a quien lo administre en su beneficio aprueba leyes que dejan impunes sus crímenes. El ejemplo palmario en Chile lo aporta Ricardo Lagos, quien entre los cambios efectuados el año 2003 con la ley N° 19.911 eliminó la pena de cárcel en casos de colusión, con el acuerdo de todos los sectores políticos. Resuelto el problema de las leyes de los hombres para los delitos de cuello y corbata. En cuanto a las leyes de Dios, éstas parece que no les importan mucho.  Y a los que no les alcanza para corbata, ésos tampoco importan.
Frente a la llamada “acumulación originaria”, mostrada como una anécdota del pasado, y su relación con la propiedad privada, Marx responde que “en la historia real desempeñan un gran papel la conquista, la esclavización, el robo y el asesinato; la violencia, en una palabra”.  Podemos pensar que, si a lo largo de la Historia, los dueños de la riqueza mal habida a través de la violencia no han tenido remordimientos, hoy, no cabe la posibilidad de una improbable toma de conciencia ni de un acto de contrición que los lleve a compartir ni menos a  renunciar a ella. Quien cree eso, lisa y llanamente, desconoce los procesos históricos.
Por estos días se suele escuchar a personas bien intencionadas, y otras no tanto, exclamar que cómo nuestras autoridades no ven lo que está pasando, no tienen conciencia. Y esperan que se escuche a la ciudadanía, mientras como justificación se aduce que deben de estar mal asesorados. Ahora bien, nuestras autoridades no solo ven y escuchan sino que son plenamente conscientes de lo que pasa. Pero están en el poder para defender los intereses de los dueños del capital y contener las demandas de los explotados, sin medir la represión que como hemos visto arrecia a pesar de las denuncias de las organizaciones de defensa de los Derechos Humanos. ¿De verdad hay quien pueda creer que la educación y la salud dejarán de ser un negocio con estos gobernantes, sean de derecha o de oposición? El anterior gobierno y el actual conocieron las demandas ciudadanas por el fin de las AFPs, pero éstas siguen ahí mismo, firmes contra el pueblo, mientras los jubilados viven y mueren en la más cruel indignidad.
La lista de latrocinios sería larga, pero nos limitamos a mencionar el verdadero saqueo –en palabras de María Olivia Mönckeberg- que significó la privatización de empresas estatales. Cabe incluir las elusiones, fraudes al fisco, colusiones y  otras infracciones que según datos basados en investigaciones del académico Javier Ruiz-Tagle publicados en El Mostrador generan un perjuicio que asciende a US$ 4.982 millones. Y para no extendernos, agreguemos los “perdonazos”, es decir, condonaciones a grandes contribuyentes, las principales empresas, por infracciones tributarias, por lo cual se ven favorecidas graciosamente de pagar impuestos o pagar cifras irrisorias.
Y la avaricia-codicia que los mueve pervive en el tiempo.
 
 

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