Padre ejemplar

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Por Jorge Scherman
Más que un currículum de cuatro matrimonios, Ernesto tenía un prontuario al respecto.
A Romina la dejó cuando se enteró que tendrían trillizos.
– No me alcanza el presupuesto –le dijo a su amigo Genaro.
– No puedes ser tan hijo de puta.
– ¿Y si no son míos?
– ¿Me estás hueviando?
– En mi familia y en la de Romina no hay ni siquiera mellizos –afirmó seguro.
A Esmeralda le dio el corte porque se negó a dejar de ver a su ex marido.
– La huevona me dijo que era su mejor amigo.
– Lo conozco, es un buen tipo.
– ¿Buen tipo? Le puso el gorro hasta las orejas.
– Esmeralda no lo hizo mal que digamos, me consta.
– Ella empezó con ese juego.
– ¿Te consta?
– Sí… Más bien lo sospecho. Y yo le hago caso a mi intuición. En realidad tengo la certeza.
– ¿Por qué piensas que fue Esmeralda la que comenzó con lo de reírse en la fila?
– Un día dejó abierto su G-mail y la caché.
– ¿Cómo así?
– ¿Lo sabes? Juan se llama el ex marido. Él le preguntaba: ¿Por qué me cagaste con Mauricio? Me decías que me amabas. Estábamos planeando las vacaciones…
– Ernesto –lo interrumpe Genaro-, no te vayas por las ramas.
– Esmeralda le contestó a Juan: no me hacías el amor hacía seis meses, te pajeabas a escondidas en el baño, veías porno cuando yo no estaba, te caché porque no cambiabas el canal. Prendía la tele, y ahí estaban esas ordinarias chupando penes.
– Puta madre. ¿Piensas que Juan y Esmeralda siguen tirando?
– ¡Vaya Dios a saber!
– Pero a ti no te consta, ¿o no?
– No. Me jura que no, pero no le creo.
– ¿Y la dejaste?
– Sí. Le dije que si seguía viendo a Juan me mandaba cambiar.
– ¿Y qué te respondió?
– Mira Ernesto, por ti no estoy dispuesta a dejar de ver a mi mejor amigo.
– Cacho. ¿Y los chicos?
– Se quedan con Romina. Por huevona.
Un día Ernesto dejó a Catalina, su tercera ex. Tenían dos hijos, de dos y seis años. Le pidió la lista del supermercado.
– Amor, yo voy después de trotar.
– Cualquier duda me llamas.
– Conozco las necesidades de esta casa.
– No quiero caer en lo de “ya te dije” –y amorosa, lo besó en los labios.
– No te preocupes.
Era domingo y Ernesto pasó a buscar a su amante y se fueron a un motel. Nunca regreso a casa. Se quedó con el Volvo que tenían en común y estaba a su nombre.
Juliana, la cuarta de su currículum de mujeres legales, era una italiana que conoció en Florencia mientras nuestro Ernesto hacía un doctorado en Arte Renacentista. En la tierra de Dante tuvieron un niño y una niña, y luego se vinieron a Santiago.
– La ciudad más bella del mudo -le dijo a la tana-. ¡Ya verás la cordillera! Hermosa, y la gente es de lo más cálida, maravillosa.
Ernesto ingresó a trabajar a una facultad universitaria. A poco andar comenzó a coquetear desde la ventana de su oficina con una mujer que se hacía ver en el edificio contiguo. Dos meses mirándose. Hasta que ella le enseñó desde la distancia un cartel con letras en rojo, estilo gótico: Me llamo Lucía, te espero mañana a las siete en el Liguria de L. T. Ojeda.
Hasta ahí no más llegó Juliana la italiana. Ernesto se fue tras Lucía. La tana decidió permanecer en Chile…
***
Tribunal de Familia en el centro de Santiago.
Al fondo de la sala, con la ventana tras su espalda, el juez Domingo Ávila se siente bien parado en el estrado. No ha leído Vigilar y castigar, de Michael Focault. Pero lo tiene incorporado en la piel.
Atrás a un lado, pegadas a la pared sur de la habitación, sentadas en una mesa alargada, Romina, Esmeralda, Catalina y Juliana. El abogado del cuarteto, Cristián Sánchez, está tras la mesa en el costado izquierdo. Al otro lado, Ernesto Fuentes y su defensor, Eusebio Balcarce. Muy a la chilena Sánchez y Balcarce se conocen muy bien, ambos estudiaron en “la Cato”, son amigos. Más, Cristián y Eusebio son compadres. Es decir, son familia. Eso se puede obviar, acá hay dinero de por medio.
Ernesto se ve entre asustado y arrogante, difícil de zanjar. Sus cuatro ex no se miran entre ellas, parecen muy tranquilas. Difícil creerles. ¡Vaya!: es el padre de sus hijos. Ocho nacimientos en total.
– Presente la demanda de sus defendidas abogado Sánchez –parte Ávila.
– Ernesto Fuentes incumple la Ley. Ha pagado menos de la mitad de lo que corresponde en pensiones alimenticias. En consecuencia, se han visto obligadas a poner a sus hijos en colegios subvencionados en vez de particulares. Y engañó a sus ex esposas bajo la figura de separación de bienes, pues tiene todo a su nombre: cuatro casas y dos vehículos caros, uno lo usa él y el otro su actual pareja, secretaria del decano en la facultad donde labora. Vive como rey en una parcela de agrado de media hectárea en Curacaví, en una casa de 240 metros cuadrados, cancha de tenis y piscina. Debe valer por lo bajo trescientos millones. Ninguna de las casas o departamentos donde viven mis defendidas y sus hijos llega a cien. Máximo un arriendo de cuatrocientos mil pesos. Discúlpeme señor juez por la
expresión, pero el acusado siempre ha tenido la sartén por el mango. Aun así no cumple con lo mínimo debido: dar a sus hijos lo que se merecen.
– ¿Por qué las engañó? Eran mujeres adultas y, que yo sepa, no están en entredicho sus capacidades mentales –dice Ávila.
– ¡Por amor confiamos en él! –no se aguanta Esmeralda.
– Calma, calma –pide Ávila.
– Fuimos huevonas –tercia Romina-. Me engrupió diciéndome que así yo pagaría menos impuestos. ¿Qué iba saber yo? Soy educadora de párvulos y Ernesto Fuentes, antes de botarse a artista, era un abogado experto en derecho tributario. ¡Huevona yo!
– Apenas ve a los niños una vez al mes y… –dice Catalina.
– ¿Y qué quieren que haga? –la interrumpe Ernesto-. Son caleta, hago lo que puedo.
– Pero son suyos –dice el juez.
– ¿Quién sabe? –Ernesto golpea la mesa-. Igual lo hago. Y nunca he pedido un test de paternidad. Encuentro que sería una ordinariez.
Por primera vez las mujeres se miran entre sí. Ojos iracundos y cómplices.
– ¡Caro guidice, Ernestino es más resbaloso que una serpiente! –Juliana grita desde su asiento.
Ernesto las mira y parece mantenerse impasible. Pero al fin no se aguanta.
– ¡Yeguas!
– Brujas, y a mucha honra –tercia Catalina.
– A ver a ver –dice Ávila sonriendo-. Lo de brujas lo entiendo, ¿qué es eso de yeguas?
– Que son mujeres perversas y están locas de atar –responde Ernesto-. Señor juez, me quieren perjudicar. He hecho todo lo posible y más por mis hijos. Pongo las casas y no les cobro arriendo. No les falta nada y las heredarán cuando yo me muera. Además, señor juez, las cuatro tienen trabajo.
Silencio en la sala.
El juez Ávila se sienta por primera vez tras su escritorio. Se ve muy compenetrado. Mira a Ernesto. Observa a Romina, Esmeralda, Catalina y Juliana. Rompe su mutismo.
– Abogado Balcarce, ¿algo que alegar?
– No su señoría, excepto que mi defendido ha dicho la verdad.
– Siendo así, y según la Ley, no puedo hacer nada respecto a las propiedades y vehículos a nombre de Ernesto Fuentes. En cuanto a sus ingresos corrientes, su sueldo, un tercio irá para sus ocho hijos en partes alícuotas. El triple de lo actual. Distinguidas damas, la universidad les transferirá mes a mes a sus cuentas bancarias. He dicho. Cúmplase la sentencia.
Las cuatro ex se miran desconcertadas.
– ¿Cien lucas en vez de treinta y tres por cada cabro chico? –pregunta Esmeralda indignada.
– ¡Qué vergüenza! –ahora es Romina.
– ¿Es un chiste o qué? –dice Catalina fijando la vista en el juez.
– ¡Figlio di la putana! –aúlla Juliana.
– ¡Requetecontra yeguas! –grita Ernesto.
Catalina, Romina y Juliana se le acercan. Lo cogen fuerte por las cuatro extremidades. Una por los pies y las otras dos por los brazos. Y lo levantan en vilo.
Esmeralda abre la ventana.
Desde un décimo piso, lo lanzan al vacío.
– ¿Cómo se les ocurre? –dice la actuaria con voz socarrona-. ¿Sumir en la orfandad a sus retoños?

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