Walt Whitman Mall de Christian Formoso: Entre el rencor y el deseo

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                                                                               Por Oscar Barrientos Bradasic

La etimología de la palabra “catedral” se origina en la voz griega “katedra” que quiere decir asiento o silla, traduciendo con ello el sentido de estas construcciones religiosas donde la gente va a sentarse o quizás a disponerse para una suerte de actitud contemplativa de lo divino. Tomás Moulian en su libro El mall, la catedral del consumo, amplia esta noción de sitio de culto y lo analoga con un lugar de olvido, el espacio donde el consumidor sueña por unos instantes que es rico, asiste a la contemplación de la quimera capitalista cuya sed solo se sacia temporalmente gracias al dudoso milagro del endeudamiento.

Desde esa primera mirada, sitúo el reciente libro del poeta Christian Formoso (1971) titulado Walt Whitman Mall (Provincianos, 2020). Se trata de un precioso objeto donde la carretera abre su invitación de asfalto para dar cuenta de un viaje, una bitácora, un estado del arte, la anchura de un mundo que habita en los reversos de la discursividad oficial, un recorrido por comarcas y emplazamientos donde convive lo numinoso y lo esperpéntico.  En este caso, el hablante viaja interrogando el trauma de la extranjería y evoca en su andar, la entrañable tradición de aquel género denominado road movie.

El mismo texto propone un momento entre el rencor y el deseo. También, en este caso, el músculo que cuelga como recuerdo en los museos ha sido sustituido por un fragmento de la geografía, pero no en tanto gesto sinfónico o redentor, sino más bien como el retazo de lo descomunal que se erige ante el ojo del trashumante, el remanso de visualidad y plenitud en su itinerancia desbocada: “Y nos hacíamos uno con el corazón de la montaña. Y donde alguna vez tuvimos corazón, ahora llevamos una montaña”

Y esa catedral del consumo está de pronto bautizada con el nombre del poeta fundador por antonomasia, el capitán barbudo de las epopeyas trascendentalistas, de las rapsodias donde conviven lo femenino y lo masculino, el afianzamiento de la actitud del vate y la mirada de todo el universo circundante. El centro comercial posee una especie de dimensión catedralicia, como un espacio de culto donde se ejecuta tanto la negociación (semiótica y lucrativa) como la prueba testimonial de la impronta indesmentible de la revolución liberal.

A su vez, en las estribaciones de esta travesía simbólica y vivencial, aflora, desde luego, un singular zodíaco de alegorías y una fórmula donde la mitología se encuentra con la nubosidad que ofrece el delirio, para ocultar sus más profundas verdades y hacerlas latentes. Y a la manera de los capítulos del mester de clerecía entrega retorcidas fábulas donde lo moralizante es la representación de una dialectalidad. Allí están Madre Pelona, la Divina Providencia, Bob Dole, Neme, Calavera aquellos fantasmas que en lugar de merodear por casas abandonadas se apropian del habla que flota en el gentío, fotografiando el transcurrir de la muchedumbre consumidora o en cierto sentido, incorporando la oralidad al equipaje del viajero. Aquella que puede vivir en el despreoupado charlar de Divine, en una señoras que dialogan en el patio de comidas o en el naturalizado anatema del supremacista blanco norteamericano. Porque el hablante, enfoca sus sentidos en los giros y sobresaltos que manifiestan las transformaciones del lenguaje, la versatilidad idiomática que viene a ser el limbo de lo traducible: “-Yo conozco que escondes/ en tu biblia ganzúas/ rezos y acciones opuestos a horror./ Por eso opongo con freno y premura/ el gobierno de Dios/ la política en Cristo de armadura” dice Divine en un instante.

De igual manera, emerge el romancero medieval como forma inicial y genuina de la andante juglaría, esta vez entre el asfalto y los recuerdos evocativos de la abuela, como es en el caso del Romance del gato, donde los enamorados Helga y Humberto recurren a las artes adivinatorias para vislumbrar el destino del hijo en camino, que termina siendo un gatito marcado por el designio de los nombres:

                Helga Tito es nuestro hijito

                y esa es la broma macabra.

                Pucha Humberto qué tristeza

                dijo con habla más clara

                tener un hijo gatito

                no hubiera costado nada.

                Pero mi nombre es con hache

                y por esa letra vaga

                nació el gatito deforme

                con una hache pegada.

El carácter eminentemente cinematográfico del libro está abierto a una referencialidad dinámica, un espacio donde dialogan Lynch, el siglo de oro español, la lírica norteamericana, la filmografía de  John Waters, latiendo en su singularidad significativa. Por momentos, la frase de Truffaut cobra inusitada vivencia en el ejercicio del verso: “El cine para mí es un arte de la prosa. Definitivamente, se trata de filmar la belleza.” Así, ese viaje cobra una dimensión reveladora.


 La literatura de Christian Formoso ha sido objeto de la atención crítica y galardonada con merecidos premios tales como el Pablo Neruda el año 2010. De igual manera, tiene a su haber una obra sólida donde aparecen títulos como El cementerio más hermoso de Chile (Cuarto Propio, 2008) y Bellezamericana (Cuarto Propio, 2014). A dicho bagaje, agregamos este entrañable poemario que enarbola la subjetividad del viajero ante el carnaval de la modernidad vacua y esto nos habla de una poesía cuyos pasos consolidan una obra importante y comprometida con los avatares de nuestro devenir.

Provincianos Editores (https://www.provincianoseditores.com/shop).

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