Génesis y fascinación de Bolaño por Parra, y viceversa.

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Héctor Soto & Ignacio Echavarría.

Edición de Zucchero
Ignacio Echavarría señala que Roberto Bolaño quedó interesado en el antipoeta después de su paso por Chile en 1973, época en que se fascinó con Obra gruesa (1969) y Los artefactos (1972). La influencia de Parra en Bolaño fue la principal motivación para que éste decidiera dedicarse a la poesía, estilo que desarrolló hasta principios de los ańos noventa, década en que se definió por la narrativa. Sin embargo, pese al evidente interés de Roberto Bolaño en el carácter de Parra, el crítico español Ignacio Echavarría descartó que la influencia del reciente Premio Cervantes (2011) se refleje abiertamente en la narrativa o en la poesía de Bolaño.
“En la obra de Bolaño no se reconoce una huella profunda o palpable de la poesía de Parra, pues (la poesía de Bolaño) tiene una fuerte impronta romántica, que trabaja mucho el yo lírico, el yo hablante, que es autobiográfica; cosa que Parra, muy tempranamente, dejó atrás. Por lo tanto, creo que es muy difícil encontrar paralelos entre ambos o influencias entre ellos, pese a que Bolaño se considerará siempre, y por encima de todo, poeta”, dijo el crítico hispano en la UDP.

Pero dejémonos de tanto preámbulo y vamos “donde las papas queman”.
Héctor Soto y la presentación:
– Como puentes, como filtros, como árbitros. Como los grandes encargados del ejercicio de selección, los ven instalados en la testera de un tribunal, donde ellos -en el caso de la crítica- a través del análisis, del juicio, separan la paja del trigo, y los diamantes de la pedrería falsa. Y donde ellos -en el caso de los editores- conciben, articulan, hilvanan, corrigen y preparan libros, o productos editoriales por el hecho de ser coherentes, interesantes y valiosos. Están llamados a potenciar su radio de lectura o circulación en cumplimiento de ese designio un tanto romántico que describe que todo libro merece encontrarse con el público al que honestamente pueden convocar. A lo mejor todo esto es bonito pero tiene el pequeño problema de no ser cierto. Las perspectivas tradicionales están haciendo agua por todos lados, tanto respecto de la crítica como respecto del trabajo del editor. Ahora más que nunca la verdad es que en estos dominios no hay mediadores, o lo que es igual, la verdad es que los mediadores a su vez también están mediados por aquellos entre quienes -tal vez en principio- iban a mediar. Hoy por hoy los lectores contaminan a los críticos, los escritores se hacen eco en la industria, la industria trata de saltarse a los críticos, los críticos tratan de saltarse a los lectores. La industria pareciera, a veces, tratar de subvertir los mercados, y cuando lo logra los lectores muerden el anzuelo y por eso, no pocas veces, la industria, los escritores, los editores, los lectores se quedan sin pan ni pedazo.
¿Quién entiende este caos y quién regula este endemoniado tráfico? ¿Quién es capaz de alcanzar a escuchar algo razonable entre tanto bullicio? ¿Quién discrimina lo que es retroalimentación, lo que es complicidad y lo que es traición? ¿Quién resguarda la integridad de los derechos, las responsabilidades del lector, del critico, del editor y de la empresa editorial? La respuesta es doble. Es doble porque es nadie y es todos. Nadie entiende y todos entienden. Nadie discrimina y todos discriminan. Nadie resguarda y todos resguardan. Por decirlo así: aquí se acabaron las butacas reservadas.
En principio el juego parece estimulante porque la convocatoria es amplia y todos son libres de participar. El problema es que, no obstante ser libre, los participantes no son iguales. No todos tienen el mismo peso, no todos disparan con  el mismo arco. Es más, como lo hemos sabido desde siempre: no todos van tras el mismo valor.
Mirando la trayectoria de Ignacio Echavarría como interlocutor del debate literario y cultural iberoamericano, como critico exiliado y polémico, como editor riguroso y visionario, es fácil advertir que el triunfo de este juego no pertenece a los que gritan más fuerte ni a los que golpean más duro. Tampoco necesariamente a los que hacen mayor fortuna. El triunfo pertenece, al menos en el mediano plazo, a aquellos que son capaces de dar, o de componer un testimonio apasionado y coherente de integridad con la literatura. En el caso suyo, especialmente, con esa franja de la literatura que cree más en el verbo que en la historia, más en la singularidad que en las conversiones, más en las verdades personales que en los efectismos para la galería, más en los autores incombustibles que en aquellos que, en el mejor de los casos, son flores de un milenio.
Esto es lo único que brinda, que salva, o que puede distinguir a un editor completo. El testimonio, la historia, sus formas de aproximación a la obra, su juicio, sus prioridades, su polémica, sus aportes, sus lecturas. Y esto es precisamente lo que ha brindado y distinguido a Ignacio Echavarría en su espléndida trayectoria como editor, columnista y crítico.
Para mí es una triple satisfacción presentar a Ignacio en esta oportunidad. De partida es un motivo de enorme satisfacción tenerlo aquí de cuerpo presente. Con su agudeza, inteligencia y energía.  En seguida más que un agrado, es un honor escucharlo en momentos en que la Facultad de Comunicación y Letras de esta universidad Diego Portales está inaugurando el diplomado de escritura crítica, llamado a entregar a un grupo de estudiantes graduados insumos para la lectura y evaluación de obras, provenientes de la literatura, la plástica, el teatro y el cine. Y tercera satisfacción, es todo un privilegio escuchar a nuestro invitado en una conferencia que promete cruzar las corrientes de imaginación de dos de los autores de mayor peso en el canon literario de Ignacio: Nicanor Parra y Roberto Bolaño. Dos autores a cuyo rescate, previnencia y exaltación por lo demás él ha hecho contribuciones tan concluyentes y decisivas.  Dudo que haya una mente más autorizada que la de Ignacio Echavarría, para explicitar y sacar a la luz la conexión que es una limitación del Bolaño poeta y novelista con la portentosa imaginación, cívica, ética y verbal del nuevo premio Cervantes.  Dudo que alguien pueda asociar mejor en función de las lecturas que ya ha hecho de la obra de uno y de otro el dramático esfuerzo de Parra por recuperar la palabra poética en el más efectivo, colorido, sonoro, material, popular y compartido de los sentidos con la sensación de exilio, de crepúsculo, de desarraigo que cruza la obra de Bolaño. Dudo que haya alguien más involucrado que Ignacio -digo en términos profesionales y en términos personales- con el ascendente parriano de la obra del autor de Los detectives salvajes. Dudo que alguien haya podido hacer suya con tanta nobleza y pasión una causa de servicio a la literatura en español de tan enormes proyecciones como lo hizo Ignacio al momento de asumir la exhortación de Bolaño a sacar adelante el monumental proyecto de las Obras completas del anti poeta de Las Cruces. Tarea de enorme complejidad que lleva a cargo con el apoyo del estadista  Niel Climbs y que se traduce en los dos tomos publicados por Galaxia Gutemberg. Dos rotundos acontecimientos literarios. Más de 2000 páginas que rescatan, jerarquizan, ordenan y fijan con notas iluminadoras, largas décadas, muy largas décadas formidables, sorprendentes y en muchos sentidos incomparables de producción.
Amigas y amigos, permítanme algunas discreciones finales dictadas por la emoción. Esta es la primera vez que Ignacio Echavarría habla en este auditorio de esta biblioteca Nicanor Parra. El hecho no es menor: Ignacio está entre quienes por lejos han sido capaces de leer más cabalmente al anti poeta, y sus palabras en este auditorio, cruzadas con los ecos de la memoria de Roberto Bolaño, tienen algo de un encuentro que era, quizás, inevitable. Tampoco es menor que un interlocutor de su nivel, un hombre que nos ha entregado varias piezas del mobiliario que tenemos para leer, acoger y entender buena parte de la literatura española y latinoamericana, venga a hablar de dos autores, dos escritores, que más admira.  Borges decía que todo encuentro es una cita y posiblemente por el caudal de admiraciones, de cariño, de recuerdos, de interpretaciones, de miradas y de sentimientos en juego, de Bolaño a Parra y del anti poeta a Bolaño, de Echavarría a ambos, de nosotros a todos ellos la cita es bien excepcional, porque es una cita con lo mejor de nuestras letras y porque ha sido convocada por una de las voces que mejor las entiende.
Ignacio Echavarría:
– Estoy abrumado. Esta invitación es muy importante para mí. La verdad es que estoy muy agradecido de esta universidad y de estar en Chile. Mi nombre y mis emociones principalmente están aquí. En esta ocasión muy importante, porque es la primera vez que vengo a Chile sin Roberto Bolaño, les contaré mi tarea de editar las Obras Completas de NIcanor Parra, que es un compromiso que me impuse cuando vine. Voy a contar cómo he leído durante una década simultáneamente a estos dos autores, a instancias relativas mías. Voy a tratar de buscar algún nexo entre los dos.  Voy a contar muchas cosas que ustedes ya saben. Seré breve. Prometo que la charla trataré de abreviarla.
Bien, leo la primera página. Luego, como parte final, la parte aventurera, trataré de improvisar un poco las ideas que nos harán conducir el recuento de esta relación entre Parra y Bolaño, que para mí es la relación con Chile. Esta relación era de amigos, de conocimientos, de afinidades y está determinada por la casualidad bastante insólita de que el azar quisiera que estuviera conectado con dos de los escritores de la literatura chilena que han ocupado el espacio más importante de los últimos años.

Bien, poco antes de viajar por primera vez a Chile, le pregunté a Roberto Bolaño qué me aconsejaba leer.
-Nicanor Parra-, me respondió-. Nada más.
Yo entonces solo tenía una vaga noción de quién era Parra y qué era su poesía. Me quedé esperando que continuara. Al final insistí y me dijo:
-Nicanor Parra. No hace falta leer nada más.
Esto era en el mes de noviembre del año 1999 cuando Bolaño iba a visitar Chile invitado por la revista Paula. Había que entregar un premio y venía a la ceremonia de entrega.
Fue precisamente como jurado de la revista Paula que Roberto Bolaño vino a Chile en el año 1998 -justo antes que yo- después de 25 años de haber estado ausente de su país. De ese viaje, el primer viaje después de 25 años, Bolaño se llevó un montón de sentimientos conflictivos, contradictorios, profundos, que le quitó mucho tiempo para elaborar. Yo creo que, la verdad, es que la muerte lo sorprendió antes de que nos enamorara adecuadamente, tal era el impacto de esas emociones y de esos sentimientos. Durante esa primera visita a Chile Bolaño fue ampliamente agasajado, recibió invitaciones de personajes de derecha e izquierda, asistió a cenas en su honor, compartió noches y andanzas con escritores, periodistas y poetas (siempre escoltado por sus anfitriones de la revista Paula).
Las opiniones que me llegaron de aquellos días,  a través de amigos, me han hablado de un Bolaño bastante reservado, bastante sorprendido, bastante receloso, atento, observador. El trato que recibió fue el de un escritor, por así decirlo, “recobrado”, cuya insipiente fortuna en España daba, para todos los escritores que le recibían, las expectativas de ellos mismos terminar introduciéndose -como le había ocurrido al Bolaño de la edición española- en el ámbito internacional.

La Revista Paula, cuando ocurrió la visita de Bolaño, le pidió que escribiera un reportaje, una crónica, sobre los sentimientos que había tenido durante su viaje, y así fue cómo se publicó en el mes de febrero del año 1999 -apenas 2 meses después de su visita- una extensa crónica titulada “Fundamentos de un regreso a un país natal” . En esa crónica, escrita enseguida, Bolaño vuelca de un modo bastante abrupto, bastante emocionado y yo diría, incluso, conmocionado, sus primeras impresiones de Chile después de tantos años. Habla de la cordillera de  Los Andes vista desde los aires. Habla de los rostros recobrados: los rostros chilenos, los rostros de la infancia, de la adolescencia. Habla siempre en términos cordiales de los periodistas chilenos, de las buenas escritoras chilenas, de la literatura chilena. Habla de Pedro Lemebel, “el más grande poeta”, dice. Habla de Rodrigo Pinto, “el chileno mítico que lo ha leído todo”. Habla de las calles de Santiago, y habla realmente de Nicanor Parra, a quien fue a visitar en aquellos días en compañía de Marcial que es su amigo.  Bolaño confiesa haberse sentido muy nervioso con motivo de esa visita: ” No debería ser así”, escribe, “pero la verdad es que estoy muy nervioso. Por fin voy a conocer al ‘gran hombre’, al poeta que duerme sentado en una silla. Porque su silla, en ocasiones, es una silla voladora con propulsión a chorro y en su ocasiones es una silla taladradora, subterránea. En fin, voy a conocer al autor de los poemas y anti poemas. El tipo más lúcido de la “isla pasillo” por la que deambulan de punta a punta -y buscando una salida que no encuentran- los fantasmas de Huidobro, Gabriela Mistral, Neruda, De Rocka y Violeta Parra”. Hasta aquí la cita de Bolaño.
En lo sucesivo será característica de la forma en que Bolaño hablará de Nicanor Parra, ese modo de transmitir -junto a una admiración sin límites hacia el anti poeta- un desasosiego que le produce su actitud. Un valium me parece genera la figura de Parra a su alrededor.  La crónica de la revista Paula termina con esa visita a Las Cruces con mi amigo Marcial a la casa de Parra. Termina de hecho con Bolaño despidiéndose de Parra en la puerta. “Le doy las gracias por todo”,escribe Bolaño.”Por el libro que me acaba de entregar, y que no le digo que lo tengo. Por la comida, por las horas tan agradables que he pasado con él y con Marcial. Y nos decimos hasta luego, aunque sabemos que no es hasta luego. Y luego lo mejor es irse cagando leches. Lo mejor es buscar una salida del pozo asimétrico y salir disparados y en silencio, mientras los pasos de Nicanor resuenan pasillo arriba y pasillo abajo”. Fin de la cita.
La crónica termina con la visita de Nicanor Parra que se cierra a su vez con este impulso de salir corriendo, no tanto de Las Cruces como del mismo Chile, el país pasillo.
Roberto Bolaño iba a regresar a Chile el año siguiente, es decir en 1999. Estaba previsto que él y yo coincidiéramos durante su instancia en Santiago y así fue.  Bolaño había obtenido el premio Rómulo Gallegos con Los detectives salvajes y tenía que viajar a Caracas para recoger el premio y con ese motivo leer un discurso. Apenas había transcurrido un año pero las cosas habían cambiado. Habían cambiado bastante. De hecho las consecuencias son, en buena medida, una segunda crónica acerca de aquella primera visita del año anterior. Esa segunda crónica fue publicada esta vez en la revista Ajoblanco de Barcelona en el número del mes de Mayo de 1999. Está escrita, insisto, tres meses después que la que acabo de citar de la Revista Paula, “El pasillo sin salida aparente” se titula esa crónica. En apariencia un peregrinar por Chile por las más distintas vías. Se trataba de una crónica en tono muy distinto de la de la Revista Paula. En apenas 3 meses las impresiones de Bolaño, el que había regresado después de 25 años de ausencia, habían fermentado y habían producido un vino agrio. “El pasillo sin salida aparente” empieza contando una cena en la que durante su visita a Chile en 1998, la primera. Bolaño fue invitado a la casa de la escritora  Diamela Eltit y su compañero de aquel momento: Jorge Arrate, por entonces Ministro portavoz del gobierno de Frei. El relato que Bolaño hace de la cena  no es abiertamente ofensivo ni mucho menos; lejos de eso, resulta bastante admirativo de la actitud de Arrate. Pero se nota en su retina una cierta reticencia que nos invita a pensar que la cena no ha resultado bastante cordial, ni tampoco divertida. El caso es que la crónica apunta en cargas contra los escritores chilenos y contra la literatura chilena en general. Bolaño habla con displicencia de la facilidad con que en Chile -donde todo el mundo escribe- uno se acredita como eso mismo, como escritor, y con que rapidez monta enseguida un taller literario. Malévolamente trae el grupo a colación el taller literario en que ella y Arrate se habían conocido y concluye un poco después- como que no quiere la cosa- diciendo: ” Los escritores chilenos, los que lo son y los que quieren serlo, no tienen remedio”.
Luego Bolaño habla de Pedro Lemebel y Las yeguas del apocalipsis, habla bastante – y no claramente- del improbable entendimiento de hombres como Lemebel y como Arrate. Y concluye con una truculenta y bien conocida anécdota acerca de las reuniones que se celebraban en las afueras de Santiago donde una joven mujer aficionada a escribir y también ella frecuentadora de talleres literarios (Mariana Callejas)  casada con un norteamericano, recepcionaba regularmente escritores, ignorantes estos, de que en aquella casa, el norteamericano en cuestión -que después se reveló como agente de la DINA y probablemente de la CIA- interrogaba y torturaba a presos políticos.
Empotrado en la crónica de la cena en la casa de Neruda y las consideraciones que Roberto hace a ese propósito acerca de los escritores chilenos, los recuerdos de esa penosa anécdota -que ya previamente había sido objeto de una sonada crónica de Lemebel- no pudo resultar más inoportuno y más hiriente.  Nada de lo que dice Bolaño permite establecer paralelismo alguno entre aquellas reuniones que nos daba algarabía- o se autorizaban bajo la dictadura de Pinochet- en su casa en las afueras de Santiago y la cena en la casa de Diamela Eltit, pero la anécdota planea como una especie de pájaro siniestro sobre la crónica entera de Bolaño. Es más que razonable que Diamela Eltit reaccionara con fiereza ante esa crónica y que -alineándose con ella hicieran la otra parte del stablishment literario chileno- que no podía menos que sentirse tan herido, y no solo aludido, con las insidiosas palabras de Bolaño.
Por si fuera poco, meses después de esa crónica de Ajoblanco, y ya haciendo publico la obtención del premio de Rómulo Gallegos, y a muy pocas semanas de viajar a Caracas y a Chile por segunda vez, Bolaño accedió a responder una encuesta que hizo el suplemento Ojo por ojo del diario La Forma de México que dedicó un número especial a la Feria del libro de Guadalajara que se celebraba en noviembre del año 1999, y le pidieron que escribiera sobre Chile y decidió escribir sobre Donoso.  Escribió entonces con este tema un conmovedor artículo en el que aparte de sopesar un juicio bastante condescendiente sobre el escritor cargaba la mano contra sus seguidores a los que él llamaba despectivamente los “donositos”.  El artículo se titula “El misterio transparente de Donoso” y en él describe Bolaño que “la herencia de Donoso es un cuarto oscuro, y que en el interior de ese cuarto oscuro viven las bestias”. El ataque a los donositos se resuelve en rigor en un ataque a toda la partida, por no decir a toda la literatura chilena. “Desde los Neostalisnistas hasta los opusdeistas, desde los matones de la derecha hasta los matones de la izquierda, desde las feministas hasta los tristes machitos de Santiago, en Chile todos, veladamente o no, se reclaman discípulos de Donoso” afirma Bolaño y concluye: “Mejor sería que dejaran de escribir y se pusieran a leer”.

A la luz de estos textos brutales, tanto la crónica arribista de Ajoblanco como el artículo sobre José Donoso gusta explicarse la susceptibilidad con que reaccionó al clima candente de hostilidad con que fue recibido, pues ocurrió -como era de suponer- que la feria cultural chilena apenas percibió al recibimiento por parte de Bolaño del premio Rómulo Gallegos.
Roberto Brodsky, quien fue llamado por Bolaño para presentarlo antes de dar su discurso en Caracas contaba con sorpresa cuando al regresó a Santiago -después de estar en Caracas-, nadie le preguntó por el acto ni por la ceremonia, nadie lo entrevistó , nadie leyó su texto.  Alrededor de Bolaño -recién llegado a Santiago junto a su esposa y su hijo- se tendió, en aquel segundo viaje en noviembre de 1999, una barrera de silencios y omisiones sin comparecencias que por su parte se tradujeron en una actitud de irritación y de rabias, rayadas a veces en la desesperación y en cierta paranoia. Traiciones, ninguneo, abandonos. Esto fue casi lo único que Bolaño fue capaz de reconocer en su segundo y último regreso a Santiago, y fiel a su interpretada retención a la guerrilla literaria no tardó en reaccionar él mismo en una forma destemplada respondiendo con nerviosismo, sí, pero también con experta agresividad y con instinto asesino.  En las enotecas de Santiago se pueden recuperar fácilmente los rastros de aquellos días de furia. Cuando me reuní en Santiago con Roberto -llegué un día después de él- ese año inmerso en aquella “tormenta de mierda”, para emplear el término que él mismo habría de utilizar narrativamente en forma indirecta, los efectos de todo aquello. Me sorprendió encontrar a Roberto en una actitud tan combativa.Era como si se le hubiera investido la coraza de sus años juveniles y se sintiera excitado, y no solo acusado e irritado por aquel medio hostil.  En nuestros encuentros esos días, me han quedado recuerdos insolutos de dos situaciones, una de ellas es en casa de Carolina Díaz que fue la periodista de la Revista Paula que pidió tanto para que fuera Roberto Bolaño y yo fuéramos miembros del premio Paula. Recuerdo muy bien la reunión en el jardín de la casa de Carolina Díaz. Estábamos sentados en sillas en una especie se semicírculo unas doce personas que también fueron en aquel momento para un reconocimiento. Estaba Roberto Brodsky, Rodrigo Pinto y estaba Roberto Bolaño, reconozco que ese día circulaba no sé por qué razón una máscara de goma de Pinochet, esas que se pusieron de moda un tiempo y fue pasando de mano en mano y a Bolaño le dio por ponérsela y pasó buena parte de la tarde con la máscara de Pinochet puesta. Tengo varias fotos de él riéndome mucho al lado de Pinochet-Bolaño. La cuestión es que la tarde fue muy divertida pero Bolaño, cuando regresamos por la noche al hotel habló bastante destempladamente de la reunión, se notaba como si no hubiera estado cómodo y no hubiera estado tranquilo.

El segundo momento del que tengo memoria de aquellos días compartidos con él, en mi primer viaje a Chile, es una visita -para mí primera y para él segunda- que hicimos los dos en compañía de Marcial Cortés a Las Cruces para conocer a Nicanor Parra.  Era repito, la segunda vez que Parra y Bolaño se veían, los dos se saludaron efusivamente y el desarrollo de la jornada no pudo ser más dichoso. Yo no salía de mi asombro ante la personalidad del viejo antipoeta que me causó un profundo impacto.  Las fotos que hizo Alexandra Edwards en el almuerzo en El Caleuche junto a la playa -un bonito restaurante que por entonces Parra frecuentaba- han conservado para mi, íntegros los recuerdos de unas horas llenas de simpatía, risas, de  complicidad,  con un Nicanor Parra que estaba excitante, que desplegó en aquella ocasión todos sus encantos, todos sus talentos. Como conversador, como agitador, como almacén de todo tipo de datos. Fue el final de aquella jornada y ya de regreso en Santiago, cuando intoxicados aún él y yo por la euforia del encuentro con Parra, Bolaño me retó a que intentara impulsar la edición de las obras completas de Parra en el círculo de lectores para el que yo trabajaba y sigo trabajando.  La idea como es sabido, si bien han tenido que pasar varios años hasta que se concretara.  He contado en otros lugares el escepticismo con que mis nuevos amigos chilenos recibieron mis consultas relativas a las posibilidades que tenía yo de conducir aquel proyecto. He contado como confirmando la leyenda que sostenía que jamás Parra terminaría de dar luz verde a un proyecto así, me vi pronto envuelto, una vez hube convencido al director de la editorial, me vi pronto envuelto en un moroso tráfico de cartas de consultas, de negociaciones, de borradores de contratos que nunca acababan de firmarse, aquello hubiera encallado muy pronto de no ser por la solidaria diligencia, paciencia y mano izquierda de Marcial Cortés, por entonces muy cercano a Parra que desempeñó desinteresadamente un papel crucial como mediador, pero conviene no adelantar los acontecimientos y me retraigo a esos días al final del año 1999.

Poco después de aquella visita a Parra, Roberto Bolaño volverá a Blanes con el ánimo alborotado dejando una estela de distantes, de resentimientos y embestidas.  En los meses siguientes Bolaño se dedicará a escribir Nocturno de Chile, la novelita, que como es sabido iba a titularse hasta el último momento “Tormenta de mierda” son las últimas palabras de Bolaño.  Se trata de un libro extraño una especie de poema narrativo de carácter épico en el que -como es sabido a través de un personaje que se perfila con una evidente contrafigura del padre Valente-Bolaño ofrece una visión escolar y grotesca de chile, de la literatura chilena y de la poesía chilena.
La publicación de Nocturno de Chile en el año 2000, se produce muy poco después de la tercera y última visita de Roberto Bolaño a Chile, de la que apenas se guarda constancia y hay apenas un testimonio ocasional de él, muy pocos de hecho llegaron a tener noticias de esta visita, la prensa apenas la cubrió y Bolaño solo estando aquí llamó a unos pocos amigos.  La visita, repito, se produjo en marzo del 2000, tengo entendido, y en una entrevista publicada pocas semanas antes de viajar, publicada en La tercera pero hecha desde España, Bolaño que andaba todavía bajo los efectos de su visita anterior, y a solo 3 meses de su visita anterior, anunciaba: “… Esta vez iré como un soldado vendido, las manos en la nuca y diciéndoles a todos yo quiero ser el siguiente”.
No hizo tal cosa, desde luego, pero tampoco lo contrario. Simplemente su paso por Chile en aquel momento, en su última visita, resultó poco menos que clandestina. Ppodría pensarse que Nocturno de Chile es el personal ajuste de cuentas de Bolaño con Chile. Luego de esa novela Bolaño seguirá ocupándose ocasionalmente de este país y de su literatura, pero lo hará solo tangencialmente como estos textos, por lo general, bastantes prismáticos, como por ejemplo el que dedica a Enrique Lihn en Putas Asesinas, o en el que en el mismo Putas Asesinas, dedica a Neruda y a la poesía de Neruda en el texto titulado “Cartel de Baile”.
También ha incluido a Chile en las pequeñas crónicas que envía para Las Últimas Noticias, pero eso lo hará siempre en términos bastante amables y amistosos. Eso no impide asegurar que se trataba de Chile y de la literatura chilena, la susceptibilidad y la agresividad de Bolaño emergían del modo más afilado.Así ocurre por ejemplo en el tremendo artículo que escribe en Agosto del 2002 a propósito de las especulaciones que rodean el nivel de confesión más grave del premio nacional de literatura, en ese artículo de naturaleza muy panfletario pone en juego una vez más una dicotomía que será recurrente para él, pero que lo será sobre todo cuando se trata de Chile y de la literatura Chilena, me refiero a la dicotomía que enfrenta a los novelistas y a los poetas.  A los nombres de Isabel Allende, de Antonio Skarmeta y de Volodia Teitelboim, que en aquel año competían por el premio nacional,  que se barajaban insistentemente como posibles ganadores, Bolaño contrapone los nombres de Armando Uribe, Claudio Bertoni y Diego Maquieira, y lo hace después de haber recabado que ni Enrique Lihn y Jorge Teillier lo obtuvieron.

Pienso ahora que la dicotomía entre poesía y novela, más en particular entre el estatuto público del poeta y el del novelista y al igual que un u otro género ocupa del imaginario cultural y social, se hizo muy presente en la mente de Bolaño cuando regresó a Chile, más que eso, pienso que buena parte de los conflictos que removió Bolaño con su regreso a Chile en calidad de novelista algo más que emergente, ampliamente reconocido y en camino de ser consagrado internacionalmente, buena parte de sus conflictos tienen que ver con la incomodidad, el estupor, el malestar que a Bolaño sin duda hubo de producirle ese cinismo al representar ese papel, el papel de novelista… voy a tratar de explicar esto.
Justamente los meses que median entre sus visitas a Chile del año 1998 y 1999, Bolaño escribe dos textos que giran en torno al concepto de intemperie.  “A la Intemperie”, se titula de hecho el primero de estos textos que encontré póstumamente entre sus papeles y en el que se dedica a reflexionar sobre la nueva consideración que reciben en Chile los poetas. Cito un poco por extenso… empieza a hablar de la alta consideración que en los años, al borde del siglo XX entre los año 60 y 70 donde los poetas dice… “Hasta que todo se acabó, entonces los poetas chilenos bajaron del olimpo chileno, en fila india, a regañadientes, entre perplejos y atemorizados y vieron como en su vieja residencia, la famosa casa de Las Tacas  se instalaron una plena de escritores que así mismos se llamaban los “narradores, las narradoras, las narradoratrices” incluso los “narradores” a secas.  Los recién llegados, como era de suponer, no tardaron en explicar este cambio de inclinato, con la palabra mágica de la modernidad, los narradólares, los narradores, a falta de cineastas, son modernos y por lo tanto son el espejo real en que una sociedad moderna debe contemplarse, los poetas que hasta ese momento cultivaban con esmero algunas expresiones estéticas políticas mezclada con el mas grosero de los nacionalismos no dijeron ni pio, abandonaron el campo y se rindieron a la evidencia de las cifras de ventas.  Hoy Chile ya no es un país de poetas, los pobres poetas chilenos entre 30 y 55 años hoy inclinan la cabeza y no saben que ha pasado, por qué de repente se ha puesto a llover, qué hacen ellos ahí: varados en el campo, con la mente en blanco y sin saber hacia dónde echar a correr. Y eso que en cualquier otra parte podría ser una pesadilla en Chile es bueno. El estado literario adquirido por medio de tranzas y triquiñuelas lo ha hecho añicos, la respetabilidad de la poesía se redujo a un puñado de políticos. Ahora los poetas chilenos viven una vez más en la intemperie  y pueden volver a leer poesía, incluso pueden leer o releer a algunos poetas chilenos y pueden darse cuenta de que lo que escribían no era malo, y algunos no solo pueden pensar que no era malo, sino que incluso sería bueno y a lo mejor vuelven a escribir poesía”, fin de la cita.

La intemperie de los poetas, pues, frente a la institucionalidad de los dramaturgos, Bolaño dudará de esta idea con motivo de escribir hacia la venida de 1999 días antes de su segundo viaje el texto de presentación y el número monográfico de la Revista Española que se editó a la poesía chilena contemporánea, escribió una breve presentación que se titulaba La Poesía Chilena de Intemperie, ese texto fue publicado luego en las ultimas noticias un poco más tarde, y en ese texto Bolaño evoca a Neruda, a Gabriela Mistral, a Parra, a Rocka, pero también a Pezoa Veliz y las canciones de  Violeta Parra, cito, que salen directamente de la antología griega arcaica y que hablan de la tragedia latinoamericana que no desperdiciamos.  Bolaño evoca a Lihn, un lujo mi vecino, dice, y a Teillier que se fue a morir a uno de los barrios más miserables de Santiago cumpliendo con su destino de poético fin alcohólico, dice. Evoca a Zurita que marca un punto de no retorno para la poética de afinación preferente, dice, y a Gonzalo Millán, cuya poesía se erige durante años como la única poesía civil frente a la poesía sacerdotal. Evoca a Juan Luis Martínez, a Rodrigo Lira y al viejo Maquieira y evoca por ultimo al rebelde por excelencia de su generación a Pedro Lemebel de quien dice que no escribe poesía, pero cuya vida es un ejemplo para los poetas.  En Lemebel, dice  Bolaño, está la dulzura, una sensación del fin del mundo y un resentimiento feroz. Con él no hay medias tintas, su lectura requiere una inmersión en la profundidad.

“La poesía chilena es un perro y ahora vive en la intemperie”, concluye Bolaño. “Bertoni, que recoge cochayuyos en la costa, lo ejemplifica a la perfección”, así termina su cita.  Poesía a la Intemperie, como si fueran dos caras de una misma moneda.
En los textos de aquellos días dedicados a Chile, Bolaño reiterará su admiración por Pedro Lemebel, cosa que ya hemos visto en la crónica de la revista Paula donde lo exalta como el más grande poeta de eliminación. Lo hace de muy buena forma en la crónica de Ajoblanco donde repite que Lemebel es uno de los mejores escritores de Chile y el mejor poeta de mi generación, aunque no escriba poesía. Een el mismo lugar añade: “Lemebel es de los pocos que no busca la respetabilidad. Esa respetabilidad por la que los escritores chilenos pierden el camino, sino la libertad. Sus colegas la orden de respetables que es procedente de la derecha y de la izquierda, lo miran por encima del hombro y no pueden sonreír”. Primera cita. Vamos vislumbrando así el meollo íntimo que por debajo de los dimes y diretes, en las rencillas, los desplantes y las provocaciones, explica en mi opinión la actitud adoptada por Bolaño tras regresar de su primer viaje a Chile en 1998.
Voy a tratar de formularla a mi modo, bastante libremente dejando para otra ocasión un recuento detallado de los indicios que me permitirían sostener una explicación de este tipo, pensemos primero en los orígenes de Bolaño, en su infancia, en la provincia del Biobío, en su padre boxeador, en su decisión muy precoz de dedicarse a ser escritor. Ppensemos en la temprana emigración de toda la familia a México, cuando él era adolescente, y en la decisión que -ya estando en México- tomó Bolaño en 1973, cuando apenas contaba 20 años de regresar a Chile,
Chile en la Unidad Popular para hacer la renuncia, pues aunque ahora he estado hablando todo el rato de su regreso a Chile, reviviendo los viajes del año 98 y 99, hubo ya un primer regreso de Bolaño a Chile en el año 73, ese regreso una sentida educación en un texto muy tardío, Rollem, dice ahí, “… volví a Chile a los 20 años a hacer la revolución, con tan poca fortuna que a los pocos días de llegar a Santiago ocurrió el golpe de estado y los militares si hicieron con el poder. Mi viaje fue largo, y algunas veces he pensado que si se hubiera demorado más en Honduras, por ejemplo, o al coger el barco en Panamá, el golpe de estado me habría pillado antes de llegar a Chile y mi destino habría sido otro. De todas maneras -pese a esas desgracias colectivas y las pequeñas desgracias personales- recuerdo los días posteriores al golpe como días plenos, llenos de energía, llenos de erotismo. Días y noches en los cuales todo podía suceder. No desearía en modo alguno que mi hijo tuviera que vivir los 20 años como los que viví yo, pero también debo reconocer que mis 20 años fueron inolvidables. Una experiencia de amor, de humor negro, de amistad, de opresión, del peligro de muerte, se condensaron en menos de 5 meses interminables  que viví deslumbrado y apresado. Durante ese tiempo, lo que a literatura respecta, solo escribí un poema, no malo, como lo que solía escribir entonces sino  buenísimo. Pasados esos 5 meses volví a salir de Chile y nunca más volví”. Esto es lo que escribió de su regreso.  Nos ofrece una estampa que tiene a Bolaño cuando salió de Chile definitivamente, por así decirlo, sin pensar ya en volver,
Contrastemos ahora la imagen de ese joven veinteañero con la del flamante ganador del premio Herralde de Novela que un cuarto de siglo después, justamente un cuarto de siglo después, regresa a Chile invitado por una revista pituca, por así decirlo, en calidad de honorable jurado de un premio de cuentos, recibido por todos con curiosidad, solicitado y agasajado por unos y otros, tratemos de imaginar el efecto de este contraste en el interior de Roberto cuya fama todavía insipiente sucedía a dos décadas en la que él había sostenido su vocación de escritor contra viento y marea, viviendo el mismo en esa intemperie a la que según él se hallaban expuestos los nuevos poetas chilenos, tratemos de imaginar el efecto que sobre el propio Bolaño produjo la constatación de su nueva respetabilidad, una respetabilidad que en España, donde vivía alejado de los centros de la edición y de la vida literaria en un no tan remoto borde costero no se le había hecho apenas palpable, pero que ahora al regresar a Chile, su Chile natal, se le hacía más que palpable, se le hacía sangrante, pues aquí, aquí en Chile esa respetabilidad parecía impregnada, para él, de las más siniestras resonancias y resaltaban entre los revividos recuerdos de su infancia y de su adolescencia y de su juventud conforme.  Reparemos ahora en que el veinteañero que escapó de Chile en 1973 era y quería ser poeta, cito, mi interés básico era ese, vivir como poeta, para mí ser poeta era al mismo tiempo ser revolucionario y estar totalmente abierto a cualquier manifestación cultural, a cualquier expresión sexual, en fin, abierto a todo, cualquier experiencia con drogas, la tolerancia era, era más que tolerancia, una palabra que no hemos usado mucho, era el mandato universal, algo totalmente utópico, fin de la cita.

El veinteañero que escapó de Chile en 1973, digo, era y quería ser poeta, en tanto el hombre que regresaba a Chile en 1998, lo hace convertido en novelista, es decir, alineado con el bando de los recién llegados, como hemos visto que el mismo los llama, cuando el llegó no hacía tanto que habían expulsado a los poetas de su vieja residencia, la famosa casa de las becas y se habían instalado ahí al lado de los mayores, sostengo que si bien el viaje de Bolaño a Chile en noviembre de 1998 lo enfrentó de un modo imprevisiblemente súbito y violento a su recién adquirida condición de narrador exitoso y respetable,que esa anegación tuvo un solemne efecto en otras vetas, tanto mayor en contra de la novela con un vocabulario recién acabado de conquistar el éxito, era una novela que tematizaba la derrota de la poesía, la derrota de los propios ideales, ideales del propio Bolaño.  A propósito de los detectives salvajes, observaba Lapause y siendo una novela que habla todo el rato de poetas, en ella sin embargo la poesía queda afuera.  Poco antes que Pause en la misma línea del estadista mexicano Luis Felipe Fabre, ya había observado, también a propósito de los detectives salvajes, que sus protagonistas son lectores de huecos, poetas que en si mismos viven en esa condición que los tranquiliza, la de poetas y clara herejía, añorando y buscando empedernidamente el  perdido de la poesía entendida, nada menos que como una tentación o transformación del mundo.  Por su parte Alejandro Sauna ha subrayado, con mucho acierto, como en el caso de Bolaño el narrador hace comprensible al poeta, como el novelista inteligible pone en escena al poeta ininteligible, Sauna sugiere que la logística de Bolaño viene a ser la traducción de su poesía, sugiere más, sugiere que el tránsito de la poesía a la novela por parte de Bolaño se produce al precio de una renuncia, alertada no solo por esa conciencia de la incomunicabilidad, sino también de la imposibilidad de la poesía, la obra de Bolaño, dice Alejandro Sauna, la obra de Bolaño cuenta la historia de un poeta designado a ser ministro, a este respecto, pienso, no deja de ser elocuente, la seriedad con que Bolaño aseguraba una y otra vez que de todas sus novelas, Amberes era la única que no lo avergonzaba, Amberes nacida como un libro de poesía y de hecho está encaminada en la universidad desconocida que no es una política que Bolaño recrea en el año 93, pocos años antes de dedicarse automáticamente a la novela, es decir que la única novela de la que el se jactaba, era un libreto.
Los escasos 5 años que median entre su visita a Chile en noviembre del 98 y su fallecimiento en junio de 2003, serán los del imparable incremento de la fama de Bolaño, lo que convertirá a Bolaño en el epicentro de un nuevo canon de la literatura latinoamericana y los de su posible introducción en los circuitos internacionales de la isla, en el transcurso de esos 5 años la conmoción producida por el regreso a Chile, solo parcialmente conjurado por la escritura del Nocturno en Chile quedará en cierto modo sepultado por la carrera enfervesida que Bolaño cada vez más zigzagueado por su dolencia hepática emprende con la muerte para concluir la voluntad de 2666. Pero durante estos años en la que Bolaño se afirma en su condición de narrador nunca pierde de vista, los peligros a los que su fama, cada vez más consolidada, lo expone, pero más que a la fama a Bolaño lo aterra, ya lo hemos visto, la respetabilidad, o eso es que el entiende, de un modo muy aprensivo por respetabilidad, su actitud publica continuará constantemente tensada por esa resistencia a hacerse respetable o más bien a ejercer como figura respetable, algo en lo que creo que interviene efusivamente el modelo y el ejemplo de Nicanor Parra que precisamente en esos años se convierte en el centro inspirador de Bolaño, paradójicamente novelista.
Creo que parte de aquí, vamos a ver, es un poco extenso un texto que ha dado siempre mucho dolor, que es el texto de la conferencia que preparó Roberto Bolaño a primer congreso de secretarios igualitarios de Sevilla en junio de 2003, es decir, semanas antes de que el muriera, finalmente no le dio tiempo de acabar el texto y leyó el de una conferencia anterior, pero quedó en principio de conferencia y les voy a leer, porque retoma un poco todo lo que ya hemos dicho, os recordaran ustedes, muchos de ustedes el texto, entre paréntesis la lectura Ella me mata, cito…. Mi conferencia debiera llamarse de dónde viene la nueva literatura latinoamericana, si me atengo fielmente al título, la respuesta se sobrepasará, no sobrepasará los 3 minutos, venimos de la clase media o de un proletariado más o menos asentado o de familias de narcotraficantes de segunda línea que ya no desean más balazos sino respetabilidad, la palabra clave es respetabilidad, ya lo escribió Pérez y Salas, antaños escritores provenían de la clase media o de la aristocracia y al optar por la literatura, optaban, al menos durante un tiempo, el tiempo que podía durar su propia vida, por el escándalo social, por la discusión de los valores aprendidos, por la mofa y la crítica, por el contrario ahora, sobre todo en Latinoamérica, los escritores salen de la clase media baja o de las filas del proletariado y lo que desean al final de la jornada es un giro, es decir, los escritores ahora buscan el reconocimiento, pero no el reconocimiento de sus pares, sino el reconocimiento de lo que se suele llamar, instancias políticas, los ostentadores del poder, si a este le decimos que si, a los jóvenes escritores les da lo mismo, y a través de este reconocimiento del público, es decir, la venta de libros, que hacen felices a las editoriales pero que aún hacen más felices a los escritores, esos escritores que saben, pues lo vivieron de niños, en sus casas, lo duro que es trabajar 8 horas diarias, o 9 o 10, depende de las horas de sus padres, cuando había trabajo, además, pues peor que trabajar 10 horas diarias es no poder trabajar ninguna, que arrastrarse buscando una ocupación, pagada se entiende, en el laberinto o más que laberinto, en el atroz crucigrama latinoamericano, así  que los jóvenes escritores están, como se suele decir, descansados y se dedican en cuerpo y alma a vender, de dónde viene la nueva literatura latinoamericana, la respuesta es sencillísima, viene del miedo, viene del horrible, en cierta forma bastante comprensible miedo de trabajar en una oficina o vendiendo baratijas en el paseo ahumada, viene del deseo de respetabilidad que solo encubre el miedo, podríamos parecer para alguien no advertido igual que una película de mafiosos neoyorquinos, hablando a cada rato de respeto, francamente a primera vista, componemos un grupo lamentable de treintañeros, de cuarentañeros y algún que otro cincuentañero esperando Agosto que en este caso es el nobel, Juan Rulfo, es Cervantes, el príncipe de Asturias, fin de la cita.

Bien, he dicho ya que a partir de mi primera visita a Chile conozco a Parra, el encuentro de Parra Bolaño, mi visita surge a propósito del son de escopetas, que me pone en la situación de estar leyendo en momentos sucesivos paralelamente a Bolaño y a Parra, mi convivencia sostenida y paralela con los textos de uno y otro, me invitó, alrededor de 2 años, a establecer entre ellos todo tipo de conexiones y a profundizar en las razones por las que Bolaño reclamaba con tanta insistencia y con tanta vehemencia a Parra como su maestro, llevando a, como es sabido, a firmar como las tantas entrevistas que tuvo su obra, se diría que ________, Bolaño y Parra volvieron encontrarse de nuevo, esta vez en España en aquella visita que Nicanor Parra hizo en Madrid para inaugurar la exposición de efectos visuales y ultima mirada, Bolaño escribió el texto de presentación del tratado de mano de su __________el texto muy conocido se llama, 8 segundos para Nicanor Parra y aun siendo breve, es el más extenso e iluminador, también el más apasionado que Bolaño escribió nunca acerca del anti poeta, más allá de reiteradas, insistentes y encendidas declaraciones de admiración que nunca dejó de prodigar en sus años a Nicanor Parra.  Ese texto resulta determinante, a la hora de terminar la idea que Bolaño se hace de Parra y de la anti poesía, me permito pues sacar algunos pasajes….
Por ejemplo el que declara que la apuesta de Parra, la sombra que Parra proyecta hacia el futuro, es demasiado completa y está demasiado oscuro para ser tratada en un texto, por ejemplo el pasaje que proclama, en el que proclama Bolaño irremediablemente, el que sea valiente que siga a Parra, solo los jóvenes son valientes, solo los jóvenes tienen el espíritu puro entre los impuros, pero Parra no escribía poesía juvenil, Parra no escribe sobre la pureza, escribe sobre el dolor y la soledad, Parra escribe como si al día siguiente fuera a ser electrocutado, el poeta mexicano Mario Santiago, hasta donde yo sé, dijo de Nicanor, dice Bolaño, fue el único que hizo una lectura lúcida en su obra, en los demás solo hemos visto un meteorito oscuro, me detengo por un momento en esta mención a Mario Santiago, figura netamente decisiva a la hora de cualquier intento de aproximación que quiere hacerse a la personalidad y a la obra de Bolaño, puede que sea esta mención la de Nicanor Parra                                la que pospone la pista que habría de seguir para explorar a fondo los vínculos más esenciales de la obra de Bolaño o la anti poesía de Parra.

Bien he vuelto a recordar aquí que según el testimonio directo de Bruno Montané, entre los pocos libros que se trajo en 1973 de Chile a México, se contaba obra gruesa y los artefactos de 1972, de hecho fueron según un testimonio del propio Bolaño, lo primero que hizo al llegar a Chile, a Santiago, comprar estos dos libros, pero en un texto que ya he citado, un texto en casa de Carolina Valle, Bolaño cuenta de un modo muy verosímil como empezó a sentir admiración por Parra y lo hace a través de Alejandro Jodorowsky, conoce en el año 70 en México a Jodorowsky, tiene una discusión con él, Jodorowsky le pregunta quién es el mejor poeta de Chile, Jodorowsky le dice que Nicanor Parra y Bolaño le dice que ni hablar, que el mejor poeta es Neruda, luego poco a poco lee a Parra y dice cómo se va convirtiendo al Parraismo.  Los poetas de entonces, dice, es el mismo texto, eran mis amigos con quienes compartía la bohemia y las aceitunas y se dividían básicamente entre gallegianos y nerudianos, a partir de cierto momento yo ejercí en el bando de los parrianos, pues bien, en lo sucesivo, a partir, estamos hablando del año 73, el modelo de Parra será decisivo para la construcción, no tanto de la voz, entiendo yo, como de la actitud que en el futuro irá adoptando Bolaño en su calidad, en su presencia como poeta.  Voy a volver sobre esto, pero antes quiero citar todavía algunos pasajes del texto de Bolaño sobre Parra en el año 2000, una junta de políticos dice Bolaño: “Parra ha conseguido sobrevivir, no es gran cosa, pero algo es, no ha podido con él ni la izquierda chilena ni las condiciones profundamente derechistas, ni la derecha chilena neonazi y ahora este gobierno, no ha podido con él la izquierda latinoamericana, ni los stanislistas, ni la derecha latinoamericana ahora globalizada que hasta hace poco cómplice silencioso del genocidio, no han podido con él ni los mejores profesores latinoamericanos distribuidos por los campus de la universidades latinoamericanas ni los zombis que pasean por la aldea de Santiago, ni siquiera los seguidores de Parra han podido con Parra”….

Bien, contaba una anécdota interesante que da cuenta del mítico encuentro de Parra y Bolaño en Madrid, quiero continuar con el hecho de que en ese encuentro en Madrid, el ultimo repito, entre Parra y Bolaño tuvimos una discusión sobre la habitación del hotel con Parra que llego a ofrecerle de parte de la editorial, estoy autorizado a ofrecer las obras completas y fui con Roberto Bolaño y a la hora de decirle yo la cantidad a Parra, ocurrió que estábamos hablando en euros, yo le dije la cantidad en euros que era la cantidad que me habían dado e hice un cálculo mental para anunciarle en dólares, Bolaño en seguida me dice: “…Y no, no. Te equivocas, es la misma cantidad que yo dije pero con otro cero”. Si yo había ofrecido 20.000 eran 200.000. Aahí me quedé aterrado y dije que no a Bolaño, como los dos de verdad éramos malos en matemáticas y nos pusimos ante la cara estupefacta de Parra que nos había recibido en calzoncillos y camiseta, porque pensaba hacer una siesta. Nnos pusimos a discutir los dos sobre la cantidad que le podíamos ofrecer, era una cantidad astronómica entre 20.000 o 200.000 o entre 200.000 y 2.000.000, era una cosa absurda. Ttotal que nos fuimos de la habitación de Parra sin  llegar a un acuerdo, los dos discutiendo y yo despidiéndome de Parra, diciéndole que cuando llegara a Barcelona le escribiría una carta con todos los datos y que no se preocupara, y bajamos en ascensor mirándonos y lo primero que hicimos, el hotel estaba en la plaza de Madrid, fuimos a una casa de cambios, para decirle cuánto era esa cantidad, lógicamente, tenía razón yo. Y Bolaño, en el momento en que nos dicen eso, se pone a llorar de risa, a carcajadas limpia y no puede parar de llorar y pudo sincronizar toda la metáfora de la poesía latinoamericana, el mal entendido entre los escritores latinoamericanos y De Rokha y la imposibilidad de traducir una cosa absolutamente genial, de la que yo salí convencido que las obras completas de Parra, superada y lo recuerdo porque de verdad el asunto quedó más o menos bloqueado hasta que, justamente dos años después, fui a hacer intentonas después de aquel numerito.
Parra nunca me llegó a tomar en serio, hasta que dos años después -muerto ya Bolaño- regresé a Chile y a los dos meses Nicanor Parra me dijo que aceptaba hacer las Obras Completas y me lo dijo expresamente como muchas en recuerdo de Bolaño y me dijo que “a Bolaño le hubiera gustado”. Esa fue derechamente una muestra de debilidad de Nicanor Parra para que la publicación de las Obras Completas haya llegado a buen término.
En el año 2003, ya muerto Bolaño, estoy consagrado paralelamente a la edición de la obra póstuma de Bolaño el 2003 y a la preparación de las Obras Completas de Parra, como comencé diciendo. Compaginar la lectura continuada y sistemática de la obra de Parra y la de Bolaño, que solo es el trasfondo de la relación que Parra tenía con Bolaño y a la que el tiempo va traduciendo las obras completas de Nicanor Parra, me invitó a establecer algunas afinidades y a calibrar el tipo de influencia que la obra de Parra ha ejercido sobre la obra y a las aptitudes como escritor en Bolaño.
Creo que la influencia de Parra sobre Bolaño -a efectos literarios- es una influencia sobre todo en la actitud.

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