A otra cosa mariposa

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En la urbe santiaguina ocurren los despechos, las pérdidas, los sonambulismos y la ácrata percepción del espacio cívico y público que siempre, a propósito de la paradoja del sin sentido que arroja toda dirección posible, es parte del espectro coral que se dibuja en este invento literario a cargo del escritor y poeta nacional, Marcelo Mendoza.

 

Por Javier Agüero Águila

A otra cosa mariposa es el primer poemario publicado en Chile del poeta, dibujante y editor —destaco lo de editor porque, tal como lo señalaba Borges sobre la traducción, considero a la edición un género y un oficio en sí mismo— Marcelo Mendoza. Fue publicado por Pequeño Dios Editores en 2021.

El libro es de entrada raro, una suerte de bricolage que se va urdiendo de manera más bien artesanal, oficiosa. En este sentido habría que decir que no se trata solo de un poemario sino de un libro de dibujos, los mismos que vienen a instalarse como la caja de resonancia lírica que transpira y atraviesa todo el texto.

Podríamos señalar, quizás, que la palabra que mejor precisa este poemario es inquietud; pero inquietud en el sentido más extensivo que podamos pensar.

No hablamos aquí de una inquietud nerviosa o de un momento psíquico expectante, sino de un estado anímico, casi espiritual, provocado por la multiplicidad de sensaciones en las que el texto habita y que, probablemente, se desplazan al lector con la fuerza de lo imprevisible, del acontecimiento imponderable e incalculable que agita la lectura.

Sugiero, en esta línea, leerlo de un jalón, sin parar, asumiendo los riesgos que siempre se anidan en los juegos poético-experimentales de este tipo. Solo de esta forma se sentirá el vértigo del despecho, del imaginario político que completa el argumento general y de las incesantes variaciones eróticas que hacen de este libro un artefacto críticamente original y, en varios de sus pasajes, estremecedor.

Reivindicar el orgiástico imaginario latino

Hay inquietudes estilísticas (no encriptadas) que aparecen en cada página. Puntualmente intenso es el uso de la “i” latina siempre en minúscula y que reemplaza siempre a la “y” griega. No hay explicación a la vista para este desliz y el recurso queda a la intemperie invitando al lector a buscar una justificación.

Podríamos pensar, en el plano de la más absoluta especulación, que Mendoza quisiera renegar del pensamiento griego y reivindicar el orgiástico imaginario latino; es decir abandonar un cierto logos para dar paso al desmadre de la experiencia por la experiencia, esa que no radica en plataforma racional alguna pero que, sin embargo, siempre requerirá del impulso lingüístico que termina por abrazarla.

Puede haber experiencia sin logos, pero no experiencia sin lenguaje, por más absurdo que éste pretenda ser. Esto ya lo veíamos en el teatro gutural de Antonine Artaud y en esa suerte de metafísica de la carne que propone. También lo leemos en Jacques Derrida: como sea que fuere no se puede pensar más allá del lenguaje.

Marcelo Mendoza toma en esta dirección el camino del despeñadero; el camino de los poetas adolescentes como explicaba alguna vez Roberto Bolaño refiriéndose a Rimbaud y a Lautréamont. Esto requiere valentía, en tanto se trata de un vuelo ciego al fondo del abismo, de ese “salto de fe” al cual apuntaba Kierkegaard, y en el que creer en Dios es saber que se trata de un salto a la nada, a la magia de un fondo sin sustancia que solo podría ser explicado a partir del esoterismo de la creencia.

En este caso se trata de la fe en la poesía; como si ésta fuera a salvarnos del purgatorio de la existencia; poesía que es el madero del náufrago o el porqué de seguir vivo como lo sabemos desde la querella de Enrique Lihn. “Hay una fiesta en el centro de la nada”, como escribió alguna vez Jonathan Swift.

Debemos decir que la ruta de los poetas adolescentes no pretende en ningún caso emparentarse con la idea de inmadurez. La adolescencia como vivencia, como ontología de la existencia misma, es una intensidad, una densidad; paquidérmico destino del cual no podemos sacudirnos.

Es por eso que este libro podría estar a medio camino entre un poema de Oliverio Girondo y un par de «desubicaciones» al estilo Claudio Bertoni. Es decir, un caleidoscopio surrealista que vacila sistemáticamente aterrizando en un erotismo incombustible. Y esto también es clave en A otra cosa mariposa.

Un libro que es profundamente urbano

Quiero decir que el libro sin acercarse nunca a lo pornográfico —no estamos pensando en la potencial influencia de D.H. Lawrence, por ejemplo, o del despunte sádico—, se recupera transversalmente en un erotismo presente en cada verso, en cada momento lírico, en cada gesto poético, en cada dibujo. En este sentido Mendoza no produce un contexto sexual, sino que organiza un universo erótico del cual no puede escapar.

En realidad, es este universo quien lo organiza a él, lo que deja traslucir un mundo vivido o una vida mundana que él nunca dejó de deambular al compás de la partitura de los cuerpos; cuerpos que en el instante deseante muchas veces defraudan, encallando en eyaculaciones precoces o que despiertan, después de haber creado el escenario ideal, tocándose en el fondo de una micro de pesadilla que, desplazándose a lo largo de Santiago, es el anti escenario para cualquier arremetida galanezca. Esto se aprecia con sutileza en muchos de los poemas. Destaco “el coito perfecto” que, en sentido estricto, era el más imperfecto de todos.

Aquí debemos decir, que le hacemos frente a un libro que es profundamente urbano. No hay nerudismo o teillierismo alguno. Nada de bosques, árboles u océanos recortados en el horizonte, no: ciudad. Y cuando decimos ciudad decimos Santiago de Chile, Las Rejas, Tobalaba, la calle Arturo Prat, en fin. De esta manera el texto es una madeja encementada que encuentra en esta ciudad su propia cardinalidad.

En la urbe metropolitana ocurren los despechos, las pérdidas, los sonambulismos y la ácrata percepción del espacio político que siempre, a propósito de la paradoja del sin sentido que arroja todo el sentido posible, es parte del espectro coral que se dibuja en este invento.

Este es un libro animado por personajes hartos de perder, herederos de una tristeza matizada muchas veces con muecas de humor, pero de un humor que es solidario de la nostalgia, de la letanía, de lo que nos proyecta hacia un futuro que no promete más que otro páramo de restos, de amores incompletos o de suplementos urgentes que nos permitan hacerle la finta, quizás, a la misma muerte. La propia muerte.

Hay versos de alto vuelo, de calibre grueso y que nos disparan, incluso, por la espalda. El libro está plagado de ellos. Traigo, solo a modo de ejemplo, éste que está en el poema todo o nada: “cuando cae la tarde se levanta la luz de tus ojos i la espesura nocturna cubre tu frente popular”.

Es un verso cargado de lirismo, a mi modo de ver finísimo y perfecto en su estructura, no le falta nada, pero al mismo tiempo le sobra todo.

“Tu frente popular” es un verso que solo puede haber escrito alguien lleno de historia de Chile, de errancias políticas o de roturas ideológicas, pero al mismo tiempo es el verso de alguien enamorado, profundamente enamorado que abrevia en dos palabras una vida y un amor ahí, siendo ahí, en el único y singular momento en que ese amor levanta la luz de sus ojos y nos condena al ostracismo de lo perdido, de lo irremediablemente perdido.

Nadie sabe cómo van a asesinar cada uno de estos poemas, pero siempre terminan asesinando con la maestría de expertos jugadores de póker que nos tomaron el pulso y nos calibraron el bombeo de sangre desde la primera mano (página).

Solo decir, para terminar, que parece haber más horizonte en la escritura de este poeta maulino, más oxígeno y aliento para sorprender con otra ráfaga de viento parriana, también kafkiana, por qué no. Y si no hay escritura, pues bien, siempre le quedará la pluma para inventar un dibujo de hermosas mujeres deformadas, con los pechos al sol para invitarnos a desear lo que se fue y también lo que vendrá.

***

Javier Agüero Águila es doctor en filosofía por la Universidad París 8 y académico y director del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule.

Ha escrito los libros Chili: les silences du pardon dans l’après Pinochet (París, L’Harmattan, 2019) y junto a Carlos Contreras, el libro colectivo Jacques Derrida: envíos pendientes (Viña del Mar, Cenaltes, 2017).

Ha publicado más de una veintena de artículos en revistas especializadas, capítulos de libros y ha traducido a importantes autores franceses contemporáneos, entre ellos a Jacques Derrida y a Marc Crépon.

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