¿Cómo cambiar como son las cosas?

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Por Omar Ariel Astorga Baez
Un cambio de constitución por su origen es algo importante, simbólica y legítimamente, pero, ¿esto, cambia la cosas como son? Sé que habrán ideas importantes que de a poco se han ido asentando y permeando las instituciones. Me refiero a todas las demandas sociales de sectores determinados. Pero hay cosas que seguirán tal cual, y pienso que a la larga gana el gatopardismo. Hay cosas que son como son,  que fijan nuestra sociedad, y que hasta ahora no se tocan.
Peco de hablar en términos generales, es un gran problema que también es parte del problema, pero a la vez es difícil y necesario porque nuestra sociedad le hace falta esto, una idea general que permee, pero que a su vez concretice todo, y al final del día cambie todo.
He visto a personas de distinta formación académica que votaron en la instancia municipal con la plena ignorancia de la diferencia entre la comisión mixta o elección plena. La conclusión es que, cualesquiera que sea el nivel de educación, no hay cultura cívica.
La falta de cultura cívica declina en que se refuerce el argumento conservador, y de que degenere como única solución el voto representativo.
La falta de cultura cívica promueve y es promovida a su vez por la representatividad, porque la sociedad puede legislarse sin pensar, sin tener noción de la política, con la total falta de responsabilidad personal política y la absoluta delegación en un extraño.

Pensemos en el estallido. Si bien tiene muchas caras -unas más horrendas y terribles que otras- el canal de difusión de todas éstas es la voluntad individual de cada protestante. No es una masa que se adhiere a un discurso común; es un ser individual que tiene pesares individuales y que canaliza, como única y segregada forma: la protesta social.

Hubo un intento, que -personalmente- me dio muchas esperanzas de evolucionar esa marcha, de gritos y protestas, en una conversación colectiva: asambleas populares espontáneas en todo el territorio.
Es triste, seguidamente, que esa ansiedad por querer obtener una cultura política se coartara y se volviera a reducir, institucionalmente, en un voto, que no decide, en que otros deciden por nosotros.
Sé, y tengo plena conciencia, de que las asambleas tienen vicios, tanto o peor que la representatividad, pero esta primera tiene algo que la segunda no tiene: democracia.
Digo democracia porque el adjetivo representativo dista e incluso contraviene el concepto originario de esta, que vino de Grecia y que tiene como requisito que es un hombre libre que decide.
Cuando delegamos, no decidimos; a menos que pidamos rendición de cuentas o especifiquemos en el mandato, etcétera. En nuestras actuales democracias, delegamos con una liviandad que permite que el representante haga lo que quiera, que decida por su cuenta. Estamos delegando la democracia nuestra, estamos anulándonos, y por ende perdiendo de a poco nuestro interés en la política.
Los grandes cambios, pienso humildemente, vendrán cuando encontremos una nueva invención de democracia distinta a la anterior, una que tenga la virtud de la asamblea popular, y que no tenga sus vicios tradicionales.
¿Por qué es tan necesario? ¿Por qué es vital? Porque corremos el riesgo de tener que esperar momentos de violencia para que ser escuchados, porque el pueblo quiéralo o no, lo sepa o no, nunca deja de ser político, y existe, un derecho y necesidad humana de decidir. Es de hecho la decisión el sentido de la humanidad, el albedrío, el ser o no ser, en definitiva es la base de la libertad, (palabra prostituida en los últimos siglos para de hecho privarnos de ella).
Tengo fe en que el problema es la falta de una técnica, que podría en poco tiempo aparecer, que nos permita ser realmente democráticos. Pienso que la democracia directa es factible, pero se requiere de una buena base de cultura política, que nos permita instruirnos de decisiones correctas, tolerantes y respetuosas, y de todas aquellas premisas políticas que se comprenden y adquieren en la moral personal una vez las personas puedan tener cultura política.
Por todo esto, la nueva constitución como convención, si bien resuelve el problema simbólico de gobernarnos con leyes de una dictadura, en nada cambia este largo y pesado malestar de nuestra sociedad.
Volviendo a los ilustrados, que veían en la alfabetización una puerta a la liberación de la sociedad, (pero que terminó siendo una educación segmentada según la clase social y según el nivel de explotación), pienso que ese proyecto para que resulte hay que continuarlo, porque ya no basta con saber cosas, con saber leer, con saber una técnica. Hay una cosa más allá que es qué saber, el cómo leer, el porqué aprender.
Todos los qué, cómo y porqué de las cosas, son política, desde lo más genérico a lo más particular.
La sobreabundancia de información y la alfabetización de nuestros tiempos (con el vicio de la especialización), son la base de nuestra falta de cultura política, de nuestro individualismo, y de ser presa fácilmente de metas vanidosas y superfluas.
No es responsabilidad individual, porque así piensa el pensador segmentado, es una tarea colectiva, que pienso, es la principal tarea que nace hoy para todos como sociedad.
Tengo esperanza, alegría, temor, -y todas las sensaciones que experimentamos en el estallido social-, en que vamos a cambiar las cosas. Debemos seguir sintiendo ese paquete de emociones y no olvidarlas para hacerlo, y para ello, busquemos y pensemos en cómo vamos a lograr que volvamos a ser políticos (permanentemente y no en estallidos), y nos gobernemos todos juntos.

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