La mantis de Germán Carrasco

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                                                                      Por Oscar Barrientos Bradasic

De repente la realidad deja de ser obvia: Una mantis va en el metro. Un descendiente chileno de Gregorio Samsa viaja despreocupado en uno de los colmados vagones, mimetizado con otros habitantes de Santiago que se mueven a través de las entrañas de la gran ciudad. La imagen se toma por asalto el obturador, tienta la proeza fotográfica, tiñe al lente con el brillo de la irrealidad.

Y es que en esos límites y fracturas se interna el reciente libro del poeta y escritor Germán Carrasco titulado La mantis en el metro (Seix Barral, 2021). Se trata de un manojo de crónicas con mucho de postales, textos ensayísticos, evocaciones y reflexiones sobre el oficio escritural en tiempos sísmicos como los que transitamos, donde la historia da la sensación de emerger furiosa como un coloso que triza el pavimento y observa con desdén estas ciudades de sospechosa modernidad no construidas para su estatura. Carrasco da cuenta, con formidable lucidez, del transcurrir del lenguaje en medio de los procesos políticos turbulentos, de la ciudad como reservorio, del vínculo con lo animal como traducción de una nueva forma de comprender la humanidad.

“Uno le propone un sparring a la vida/ Pactado, con reglas/ con control/ Pero la vida plantea una de calle/ sin regla alguna/ y sucede que alguna veces uno gana/ a veces porque le pone/ a veces de suerte/ Pero gana” reza la plegaria que nos ofrece el autor. Y en medio de esos golpes, se escribe la poética de una generación, la que transitó en la rebeldía de los jóvenes lautaristas hasta la década del 90, donde la orfandad política y el deshielo ideológico llevaron a una enorme desconfianza en el lenguaje.

A la figura aurática del poeta demiurgo, se entrega el as bajo la manga de la voz baja, del canto que susurra la duda. Ese hálito se desplaza a través de toda su escritura en miradas precisas, en callejones del pensamiento, en zonas de belleza como la reflexión en torno a lo tanático de la escritura en las salas de anatomía o en la escena de un perro en una jaula ladrando ansioso en la correa transportadora del aeropuerto.

Su insectario es su laboratorio de escritura y el poeta es una suerte de entomólogo, cambia la lira de los vates homéricos por pinzas y microscopios.

Estas crónicas de Germán Carrasco están construidas en la orfebrería, recuperan la tradición ancestral de la escritura como oficio, un tremolar sísmico que viaja en la voluntad transformadora del escritor. Y como le es propio en su personalidad literaria, por momentos arremete contra cierta derechización de los preceptos en virtud de una idea sublime de la textualidad y se plantea, en su anverso reconstruir el canon de la alta cultura:

“En los noventa había mucho loco y despistado que no hacía fila: helenistas, hispanistas, poetas que asimilaron las escenas de avanzada solo en su aspecto formal pero con un miedo feroz a las radicalidades en lo práctico, todo ese tipo de delirios”- nos dice en un momento.

Más allá de la añeja y pantanosa discusión de los géneros, este libro excepcional demuestra que la poesía se puede escribir de muchas maneras y que la crónica es un habitante más de esta ciudad moderna que viaja, como un navío de hormigón, en la pupila del lector.

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