Messi, el chico de Rosario

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Por  Clemente Riedemann
Tomé la fotografía de Lionel Messi que acompaña esta nota una noche paseando con amigos por la costanera de Puerto Madero.  En nuestro camino encontramos un afiche publicitario con la imagen del naciente ídolo de las multitudes futboleras. El panel iluminado en medio de la noche parecía un anuncio del porvenir. Era fines de mayo del 2007 y hacía mucho frío en Buenos Aires. Me gusta el fútbol desde pequeño. Escuché los partidos de Chile en el mundial del 62 con la oreja pegada a la radio. Me eduqué en el deporte en la fabulosa revista Estadio. Así que no me vienen con cuentos.
Cuando llegó la TV al sur de Chile pude ver y no sólo imaginar las jugadas de Cazsely y los K.O. de Muhammad Alí  (tengo dudas si esto fuese mejor para mi posterior desarrollo intelectual).Yo mismo practiqué el fútbol, el básquetbol y el remo en la también fabulosa ciudad de Valdivia que ofrece gratis todas esas oportunidades a sus niños y adolescentes.
De modo que en el 2007, caminando en la gélida noche de Buenos Aires ya admiraba a Messi porque agregaba la distinción – la poesía-  a un juego que se ha vuelto en exceso un tablero de ajedrez y un negocio más en la oferta a los consumidores de imágenes. Messi es parte del negocio, pero vale la pena.
Ahora Messi, que tiene sólo 22 años, ha ganado el Balón de Oro que distingue al mejor futbolista del año en el mundo y estoy contento. La extraordinaria votación que obtuvo (la más alta en la breve historia del premio) demuestra que lo distinto (aquello que no puede enseñarse, ni consultarse en ningún manual) todavía es bien valorado. Bien por el deporte y por los niños que necesitan modelos al margen de la homogeneidad. Messi les dice a ellos “sean ustedes mismos, conserven el espíritu del barrio en que nacieron”.
Messi no es eficiente según los parámetros de la racionalidad productiva, no es controlable para las estadísticas, que endiosan la regularidad por sobre la inspiración, entre cosas porque para el talento no se han inventado instrumentos de medición. Sólo cabe sorprenderse y admirarse por las infinitas posibilidades de la creatividad humana. La manera de jugar al fútbol que tiene Messi es siempre un desafío para las expectativas. Las defrauda o las sobrepasa hasta el delirio. En la media final, siempre su aporte resulta decisivo. “¡Qué lástima que no exista certidumbre!” se quejan los que temen a la dinámica vital tal como realmente es: un orden ilusorio en medio del caos.
¡Viva Messi! ¡Viva el talento! ¡Viva la creatividad, la espontaneidad, la inspiración! Todas esas categorías que salvan cada día al planeta de perecer en la fomedad. Cuando el mundo de la sobremodernidad parece que quisiera aniquilar a los genios (porque les desordena sus planificaciones y hace trizas sus proyectos de regularización) salta Messi al campo verde de los sueños y les mete goles desde cualquier ángulo, con cualquier parte del cuerpo, en cualquier minuto del partido.
Recupero ahora esa fotografía tomada en la prehistoria que me parece ahora el 2007 y la comparto feliz con los lectores de fines del 2009, cuando Lionel Messi, el chico de Rosario, chanta sudaca, les mete un gol de mediacancha a la pituquería europea y a todos los que creen que la vida debe reducirse al limitado horizonte de los organigramas.
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(c) Clemente Riedemann, publicado en el diario ciudadano El Repuertero, Puerto Montt18196_393624554051156_874868050_n.

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