Naín Nómez

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“Uno nunca vuelve totalmente del exilio”

 Por Gonzalo Robles Fantini

Si bien históricamente pertenece a la Generación del 60, el grupo dentro del cual se le cataloga marca discordancia con sus pares de promoción. Integrante de la Escuela de Santiago, que aunaba a poetas del Pedagógico reunidos en el Departamento de Castellano de esa casa de estudios, cultivaron una poesía urbana, altamente narrativa, fragmentaria y con una permanente desconfianza y tensión con el lenguaje, y que develaba la enajenación en la vida de las ciudades. De esta forma tomaban distancia de la poesía de provincia, de la corriente lárica de Jorge Teillier y de la antipoesía de Nicanor Parra.
 
Manifiestos y los primeros poemas de esta agrupación quedaron plasmados en la edición de la revista Orfeo del año 68. Pero no fue esa diferencia generacional el único rasgo fundamental que configuró su poética: luego del Golpe de Estado, se exilió en Canadá, y el tema del exilio, en diversos ámbitos, también fue una materia que definiría su estilo y temática.
 
Naín Nómez regresó el año 1985 a Chile. Retorno difícil, con todas las secuelas del desarraigo de los exiliados al encontrarse de vuelta en el país natal, de los cuales da cuenta en sus poemarios, con el atentado a Pinochet ese mismo año, pero finalmente su residencia definitiva fue en esta tierra, a diferencia de compañeros poetas, como Jorge Etcheverry, quien hasta hoy sigue viviendo en el país norteamericano.
 
Hoy este poeta es académico en literatura de la Usach, forma parte del consejo editorial del sello de este plantel, es jurado y evaluador del Consejo del Libro y la Lectura, y continúa escribiendo y publicando. El año 2000 recibió el premio de este Consejo por la mejor obra poética publicada ese año por su poemario Movimiento de las salamandras, obra elogiada por la crítica especializada, y lleva a la fecha cuatro tomos de la Antología crítica de la poesía chilena, mientras prepara para publicar a futuro los dos tomos finales de la serie, correspondientes a los períodos de la dictadura militar y los años 90- 2000. Además, está pronto a publicar el poemario Exilios de medusa.
 
De su obra se ha comentado que versa sobre el exilio eterno, y no es tan alejado de la realidad, pues el mismo poeta define que este proceso nunca termina, y que además existe un fenómeno de exilio interno, que afecta a todos los ciudadanos modernos- incluso a los que nunca se han visto forzados a abandonar su patria-, que corresponde a la alienación social que vivimos, a la mutación constante de cultura y perdida de identidad, que necesariamente se va resignificando, producto de las migraciones y hasta de la tecnología que abstrae a las personas en su mundo aislado, enajenado de la sociedad en que habitamos.
 
 
A través de un recorrido por su carrera literaria, desde una oficina en dependencias de la Usach, Naín comenta con fluidez y claridad conceptual, así como expresividad emotiva, sus vivencias, orígenes y travesías por el mundo de las letras chilenas, canadienses y del orbe en su amplitud.
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-A usted se le cataloga dentro de la Generación del 60 en poesía y específicamente dentro del movimiento de la Escuela de Santiago. Dentro de las características que los aúna como autores está la visión más urbana y metapoética, heredera de la poesía de Enrique Lihn; una orientación más narrativa que lírica en los poemas; una desconfianza y tensión con el lenguaje, y una visión fragmentada del mundo, abandonando la representación de un sistema íntegro por una sucesión de fragmentos. ¿Se siente representado por estas definiciones que acuño sobre su poesía enmarcada en la generación a la que usted pertenece?
-Para ponerlo en contexto. Yo empecé a escribir cuando era estudiante en el colegio, en Talca, ciudad en la que nací. Mis primeros poemas aparecieron en La mañana de Talca, diario que ya no existe, con un corrector que a veces me censuraba poemas, pues incluía muchos elementos eróticos. Después participé en ciertos grupos de provincia, que generalmente tienen destinos más o menos efímeros. Luego me vine al Pedagógico a estudiar Filosofía, en los años 60. Nosotros nos diferenciábamos, de alguna manera, de la Generación del 60, pues ésta estaba formada por varios grupos, los fundamentales el grupo Trilce y el grupo Arúspice, que se generan en Valdivia y Concepción, respectivamente, adonde surge la gente más conocida del período, como Gonzalo Millán, Jaime Quezada, Floridor Pérez, etc. Óscar Hahn estaba en el norte, en el grupo Tebaida, con Oliver Walden. Pero quedaron una serie de grupos más marginales, que fueron mucho menos conocidos, como la Tribu No, en la costa, donde estaba Bertoni y Cecilia Vicuña. Incluso los textos de Zurita y de Juan Luis Martínez empiezan a aparecer en ese período, pero son menos conocidos.
Nosotros, en el Pedagógico, en un grupo que era principalmente de Filosofía, nos aliamos con algunos poetas de Castellano y formamos la Escuela de Santiago. La diferencia, con los grupos del sur, es que éstos estaban ligados fundamentalmente a Jorge Teillier, con la poesía lárica, y también, de algún modo, con la antipoesía de Nicanor Parra. Nosotros éramos enemigos de eso porque justamente estábamos en contra de la poesía que se hacía en la provincia, estábamos por una poesía urbana. Los rasgos que me describen tiene que ver con eso: una poesía urbana, fragmentaria, que veía la alienación de las ciudades, muy narrativa, casi en prosa poética. Eso está en la revista Orfeo, del año 68, donde nosotros hicimos una antología de poetas, y al final nos pusimos nosotros, la cual fue muy criticada desde muchos sectores. Eso nos marcó como un grupo un poco marginal, pero al mismo tiempo marcó una tendencia que yo creo que se empezó a dar después en la poesía chilena, que es la poesía urbana. Se da en algunos poetas de los 60, como en Manuel Silva Acevedo, pero no en la mayoría.
Posteriormente, como grupo, nos desbandamos. Tres de nosotros, después del Golpe, nos fuimos a Canadá. Erik Martínez, que fue uno de los miembros, estuvo hace muy poco en Chile, y Carlos Zarabia, que firma como Julio Piñones, está en la Universidad de La Serena. Él sigue trabajando ahí, y ha publicado una serie de libros.
Ahora, muchos de esos preceptos siguen funcionando, es decir, son parte de una matriz que nosotros desarrollamos, y también tiene que ver con las influencias teníamos, que eran distintas a los otros poetas de la generación. Nosotros estábamos muy ligados al grupo beatnik de Estados Unidos, a Allen Ginsberg, Gregory Corso, Ferlinghetti, que eran poetas menos reconocidos. Dentro de las vanguardias, nos interesaba Pablo De Rokha, Vicente Huidobro más que Neruda, y muchos otros poetas que eran menos reconocidos en Chile, como Saint- John Perse, poeta francés, los poetas simbolistas, como Lautrémont, hicimos una vuelta a las vanguardias europeas, y en el medio a narradores que considerábamos poetas, por ejemplo, Samuel Beckett. Para nosotros nos existía la diferencia entre prosa y poesía, era otro lineamiento que incluíamos en los manifiestos.
 
-Como grupo, ustedes estudiaban Filosofía, pero ¿tuvieron relación con el Departamento de Castellano del Pedagógico?
-Varios de nosotros estudiamos Filosofía, pero luego estudiamos en el Departamento de Castellano. Estuvimos muy vinculados a la Academia de Castellano, que se formó ahí, junto a Ariel Dorfman y Antonio Skármeta, Muchos veníamos de Filosofía: Jorge Etcheverry, Erik Martínez, Pepe Cuevas, que fue compañero mío. Con Pepe conformamos otro grupo que fue el Grupo América, que era más popular, era un grupo que iba a poblaciones. Era menos elitista que la Escuela de Santiago. Yo cursé una Licenciatura en Literatura, que era dirigida por Jorge Guzmán, narrador, que fue uno de los grandes profesores de ese entonces.
 
-¿Conoció a Ronald Kay?
-Sí, él estaba en la Academia de Castellano. Era uno de los impulsores de este proyecto. Además, él era ayudante de Jorge Guzmán, en la asignatura de Estética, teníamos clases sobre Rimbaud y otros de estos autores, entonces nos conocimos mucho en esa época. Él ahora vive en Chile y está publicando una poesía muy experimental. Publica libros- objeto, muy interesantes. Es un poeta fuera de todo encasillamiento, interesante. En esos tiempos su pareja era Catalina Parra, la hija de Nicanor, que hoy vive en Nueva York. Cuando teníamos estas clases, por ejemplo seminarios sobre Heidegger, él iba con la Catalina.
 
-Asimismo, usted vive el exilio en Canadá, experiencia que marca su creación poética. Obras como Países como puentes levadizos (1986) y Movimiento de las salamandras (1999) dan cuenta de ello. ¿Siente que aún queda un sedimento de ese estado, esta forma de ser del exiliado, en constante trashumancia, sea en la memoria o en el que usted ha definido exilio interior, como la enajenación de la realidad que todos los ciudadanos modernos vivimos?
-Lo que yo siento, pero es un tema que va más allá de lo que uno diga (hay mucha gente que aborda este tema de distintas maneras), es que vivimos en una sociedad cada vez más “Exiliada”, con mayúscula, independiente de este tema del exilio por la dictadura, por motivos económicos, por distintas razones que gran parte del mundo hoy tiene. En estos días nos afecta menos a nosotros, pero afecta a las sociedades, de África, por ejemplo, así como también a algunos de nuestros países vecinos.
Entonces, hay dos experiencias: una es la de ir al exilio, el exilio físico, territorial, de la familia, de los alimentos, del paisaje. El exilio de la lengua, también, que es muy importante, en especial para los escritores, es fundamental. Esto de tener que escribir o hacer lecturas para los compatriotas, que son grupos reducidos, más algunas pocas personas que hablan castellano, gente de América Latina. O bien tratar de hacerlo en otra lengua. Yo tuve muchas experiencias de este tipo, en que leía pensando que no era la lengua propia, no era la cultura en la que nací. A veces uno leía en un bar a cambio de cervezas. Tuve una gran lectura organizada por una revista progresista llamada This Magazine, que tenía un importante grupo de intelectuales en el consejo editorial, y entre ellos una de las grandes poetas y escritoras canadienses, que es Margaret Atwood, que ha sido candidata al Nobel varias veces. Esta lectura fue para juntar fondos, en un gran teatro, con alrededor de mil personas de público, y yo tuve que leer en inglés, traducciones de mis poemas, y fue una experiencia muy complicada, porque estaba Margaret Atwood ahí, gente de primer nivel leyendo.
Ese tipo de cosas a uno le produce esta sensación de estar exiliado, en otro mundo, que no es el de uno. Ese tema está muy permanentemente en mi poesía, hasta el día de hoy. Incluso el libro que voy a publicar se llama Exilios de medusa, claro que aquí el tema tiene más que ver con el problema del feminismo, el tema de las mujeres, el exilio de las mujeres en un mundo de hombres. Pero el tema sigue presente.
Yo empecé a escribir el tema de los regresos antes de volver. Países como puentes levadizos es un libro escrito en Canadá, pero pensando en un sujeto que ya está en el otro país y mira hacia atrás, lo que fue la experiencia anterior. El título alude a que estos países se abren y se cierran. Tiene la perspectiva de cómo voy a pensar este país cuando ya no esté aquí. Se publicó en inglés también, en Canadá, se tituló Burning bridges, es decir, Quemando puentes. Tengo otros libros sobre el tema, como El fuego va borrando, acerca de la memoria, pues está todo vinculado: el exilio, la memoria, la identidad, temas que son los de la sociedad actual, que son sociedades en fuga, sociedades desterritorializadas, en permanente cambio, inmigrantes llegan y se van, y la identidad se va resignificando. En este sentido, la tecnología aporta mucho a esta pérdida de la identidad, por tanto de pérdida de la memoria y de tratando constantemente de volver del exilio, el cual a veces es real y otras veces es imaginario, simbólico.
 
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-Justamente en Movimiento de las salamandras, que obtuvo el Premio del Consejo del Libro y la Lectura el año 2000 como el mejor texto de poesía editado ese año, comienza con la elegía Nuestro destino está en manos de los dioses, dedicado a la memoria de su hijo Sebastián, el cual plantea la desconfianza, la inutilidad del lenguaje para representar el sufrimiento por la pérdida, citando versos de Lihn, entre otros poetas. ¿Cuál considera que es el rol que le corresponde a la poesía cuando ha perdido ese poder invocatorio?
-No sé si ha perdido el poder de invocar. El tema es la pérdida del lugar central que ocupaba el intelectual en la sociedad moderna, no me gusta llamarla posmoderna, pero sí este lugar en la modernidad agonizante. Una modernidad que se recicla, pero que cada vez se aleja más de su origen, referido al origen del concepto de progreso permanente, que tuvo lugar al nacimiento de los derechos humanos, de la idea de que lo moderno nos iba a traer la felicidad. Ese origen se aleja del proceso moderno y nos instala en una situación en que el intelectual pasa a ser una figura un poco marginal, y hoy se valora la medicina, la ingeniería. A lo mejor siempre fueron muy valoradas pero, por ejemplo, se ha perdido el papel del profesor, que tenía un papel central en la cultura y en la educación, y un papel central en el establecimiento de las sociedades. Pedro Aguirre Cerda era profesor, y yo creo que parte importante de los intelectuales del siglo XIX estaban ligados a la cultura. Muchos de ellos eran escritores. Ese papel que tuvo el intelectual, desde el siglo XIX hasta los tres tercios del siglo XX, ha pasado a segundo plano.
Las sociedades se rigen hoy por la economía, por otro tipo de cosas. Ingenieros y economistas son los gurúes de las sociedades actuales. Entonces, en ese sentido, la literatura es un refugio de muchos y no de todos, no de la gran mayoría. Y también es un refugio para escribir. Yo creo que nunca ha habido tantos escritores como hoy día, porque es una manera de sacar los fantasmas que la gente tiene adentro, es una manera de exorcizar los males del mundo. Todo el mundo se cree escritor- a mí no me molesta en absoluto que todo el mundo escriba, sino que todos se crean escritores.
En esta situación, el exceso de palabras que hay en el mundo y el exceso que traen las transformaciones tecnológicas- que hay un intercambio de comunicación como nunca antes, pero que cada vez se comunica menos de forma efectiva-, es lo que uno le tiene un cierto desapego. Las palabras no dicen nada o dicen muy poco. La poesía, entonces, deja de tener esa áurea, como diría Benjamin, que tuvo antes. Además, unos discursos se interfieren con otros, se neutralizan, y eso ayuda muy poco. Cuando los poetas eran seres relevantes en la sociedad, sobre todo en el Romanticismo, la literatura tenía otro papel. Por ahí va esa desconfianza con el lenguaje, y de que al final el lenguaje no sirve para solucionar nada, pero sí creo que cumple un papel importante en ayudar a darle sentido a las cosas. Las relaciones que establece el lenguaje literario, en novelas, dramas y sobre todo poesía, son relaciones que no puede establecer la historia, ni la filosofía, ni muchas de las ciencias sociales en general.
La poesía es una manera de conocer, aunque esté soterrada, aunque esté marginada, y es una manera importantísima de conocer, porque se une el conocimiento con la fantasía.
 
-También sobre la misma obra, hay un permanente emoción de desaliento, desesperanza que imprime el desarraigo, presente en los poemas, que no varía mayormente en el poema Fervor de un regresante, salvo por los versos finales, que Grínor Rojo define en el prólogo como una exhortación bravucona. ¿Cómo ve al Chile de hoy?
-La verdad, uno nunca vuelve totalmente del exilio. Uno queda marcado, sobre todo si ha vivido varios años en un país tan distinto a éste, como es Canadá. Uno siempre está rescatando cosas de allá. Por ejemplo, que las cosas que se dicen, se dicen y se hacen. Que las reglas sirven, porque funcionan. Que hay un cierto orden social que todos respetan. Que la policía, efectivamente, funciona. Que hay una cierta ética, que traspasa cualquier cosa, y de la cual uno se maravillaba permanentemente.
Una vez yo fui a una radio a leer unos poemas, a hablar de literatura y a leer unos poemas. Hablé, en inglés, y me pagaron, porque allá pagan por todo. Me fui y poco después me llaman por teléfono para preguntarme dónde me mandaban el cheque por la lectura de los poemas. Son cosas que uno no se espera, es totalmente distinto a lo que sucede acá.
Es tan distinta la importancia del individuo, que es una cosa increíble. Una vez me cobraron unos impuestos por unas platas que había mandado mi madre a Chile, y yo escribí una carta reclamando al servicio de impuestos internos canadiense, y ellos analizaron el caso y me devolvieron la plata. Son cosas que echo de menos. Otras también, como la amabilidad, la solidaridad. Por ejemplo, uno se quedaba en pana en una carretera y a los dos minutos estaba la policía ahí y te asistía. Se quedaban ahí hasta que solucionaras el problema.
En ese tiempo, la identidad mayor que tenías allá era el carnet de conducir, que no llevaba foto. Nunca, en ninguno de los años que estuve allá, nadie me pidió identificación para corroborar quien soy. Son cosas mínimas, pero a uno lo hacen sentirse libre, que tiene derechos, y que los derechos se respetan.
Siempre queda un dejo que uno no olvida totalmente. Por eso yo digo que uno siempre es un exiliado en su país. Cuando vuelvo a Canadá me siento bien, es mi otro país, no me siento extranjero. Igual echaba de menos Chile. Hay cosas que me gustan y extrañaba: el lenguaje, los espacios, ciertos lugares, pero no es lo mismo que cuando uno ha tenido la oportunidad de conocer otro lugar del mundo.
 
-También destaca de su trabajo, además de poeta y académico universitario, la de antologador en los distintos tomos de su Antología crítica de la poesía chilena. A propósito de la publicación del tercer tomo- usted ha publicado cuatro y, según me contó, quedan dos más para completar la serie- Álvaro Bisama resalta este rol en el hecho de escapar al tono con el gesto patrimonial y, en cambio, proponer un trabajo con más valor de uso que de exhibición. ¿Cómo ha sido el trabajo de antologador y cuál es su opinión de la poesía chilena actual, tanto de poetas consagrados como de emergentes?
 –Mira, es complicado, porque las antologías se hacen con los poetas destacados. Lo que hace la gente es tomar las cumbres y las junta. Mi visión es distinta: siguiendo a Bordieu, es de mirar el espacio literario, el territorio literario. Verlos en diálogos, verlos en movimientos, verlos en tensión, verlos en conflicto. Para mí la canonización es un permanente trabajo de movimiento, y no la considero estancada, congelada. Lo que uno tiene que hacer es mostrar el cuadro, el escenario completo. Cuando trabajo en períodos, lo trabajo en todas las perspectivas: aquí están los innovadores, aquí los oficiales, los tradicionales, aquí los que están desapareciendo del escenario. En el desarrollo del trabajo ese escenario empieza a cambiar. Por lo tanto, en un segundo momento, ya no van a ser los mismos. Las posiciones cambian en el campo.
Esto es muy importante porque las antologías no siempre muestran el campo completo. Es decir, aquí no está Neruda solamente, sino que están los poetas de Valparaíso, los que se están muriendo, los que todavía publican. O sea, me interesa más la publicación que las fechas de nacimiento, que los nombres. Me interesa más qué libros se publican en un período determinado y ahí están coexistiendo distintas generaciones, diferentes promociones.. Todo eso conforme al campo. Lo que intento es mostrar a cada uno de estos grupos, porque al interior de ellos también hay diferencias.
Entonces hoy tenemos a las dos últimas promociones, que son los del 90 y del 2000, que están apoderándose del campo, pero al mismo tiempo hay poetas como Nicanor Parra, que es de los 50, que todavía publica y escribe, y muchos más que vienen de atrás y que están funcionando en el campo. Barquero, por ejemplo, que todavía está vivo de ese período.
Hay poetas que van surgiendo, los instalo junto con los que vienen antes, los de los 80, los 70, los 60 y los de los 50, y trato de mostrar el campo completo. Es indudable que los que están innovando son importantes, pues van arrastrando al resto, pero los otros también tienen un papel que jugar. De repente hay libros de los grupos anteriores que son mucho más importantes que los nuevos: Juan Pablo Riveros, que es de los 70, ha ganado los tres últimos premios del Fondo del Libro; Jaime Huenún, de los 80 ó 90, fantástico, etcétera.
Esa es mi diferencia con otras antologías, y yo trato de justificar esa diversidad en el campo, porque mi visión quiere ser histórica, mostrar la cultura fundamentalmente en movimiento, la dinámica.
Naín Nómez es un poeta que sigue escribiendo y publicando, un académico en permanente estudio e investigación. De actitud sencilla, sin un carácter mediático, su bajo perfil se muestra cómodo con manera de hablar, su humor sin aspavientos, su personalidad calmada y afable. Los reflexivos y a ratos nostálgicos versos que imprime en sus libros se aprecian como una extensión de su temperamento y talento literario, en un permanente trabajo dedicado a la literatura, que aún tiene mucho que decir.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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