Francois Dosse y el arribismo intelectual

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Por Kjesed Faundez Encina.   Fotos de Sebastián Silva Pizarro.
Con elecciones encima -y movimientos ciudadanos por doquier- hubo dos cosas que  llamaron profundamente la atención en la conferencia de monsieur Dosse, el historiador francés que vino a la FILSA este año. En primer lugar el imperativo con el que define la tarea actual de los historiadores: “representar las demandas sociales”. Y en segundo, el arribismo intelectual de los chilenos. Me explico.

En la presentación de su libro “El giro reflexivo de la historia” el autor galo, conocido como el padre de la “historia intelectual”, sitúa al historiador y a su disciplina en la esfera de la filosofía, repensando la importancia del oficio, llamando a adecuarse a los nuevos tiempos e invitando a hacer, escribir y pensar la historia desde el ahora mismo, rayando un poco con el género periodístico.
Sin ser para nada una intelectual, entendí todo y agradecí que Monsieur Dossé no hablara “en difícil”, sólo en francés. Era la traductora simultánea la que hacía más difícil comprender la ponencia y los espectadores los que intelectualizaron más de la cuenta la conversación.
Los intelectuales chilenos que acuden a este tipo de conferencias son algo así como expertos en trabalenguas. Vestidos de café, suman juegos de palabras a toda definición o cuestionamiento sobre lo que los rodea.
La ya juguetona definición de historia, entendida popularmente como la “sucesión sucesiva de sucesos que sucede sucesivamente con la sucesión del tiempo” fue cuestionada con ejercicios retóricos de alto impacto sonoro, pero de incomprensible sentido: ¿qué sucede con la Epistemología historicista versus el historicismo espistemológico?, ¿El acontecimiento que está en el porvenir es el mismo porvenir que está en el acontecimiento?, ¿Podemos hablar del retorno fenomenológico como contra reacción a la crisis del estructuralismo post Hegeliano?

Recordé un experimento que se hizo hace algún tiempo en España. Unos diseñadores crearon un software que reunía aleatoriamente palabras rebuscadas y conceptualizaciones avanzadas para hilvanar párrafos que carecían de todo sentido y así, elaborar proyectos con un alto nivel de densidad conceptual. El experimento buscaba desenmascarar los mecanismos tras los fondos concursables destinados a la investigación de ese país, los cuales finalmente se entregaban a proyectos supuestamente bien fundamentados pero carentes absolutamente de sentido. El experimento tuvo éxito, y sin decir nada más que palabras raras, ganaron más de un proyecto.
Esa moda también llegó a Chile y parece ser que entre los pasillos de la Estación Mapocho y tras escuchar una hora al “padre de la historia intelectual” hablando sencillamente de la dialéctica, me topé con la más selecta laya de conceptualizadores pseudointelectuales que hacen preguntas raras. Y mientras ellos parecían chasconearse más con el desarrollo de sus preguntas interminables, yo me preguntaba cuál es el afán por hacer preguntas que parece que no están hechas para ser respondidas.
Los presentadores chilenos que acompañaban al franchute también hicieron gala de su sapiencia, recalcando por supuesto, que el editar por primera vez el libro y antes en español que en francés, además de ser un gran honor, perpetúa su negocio educacional ampliando la colección de su editorial, en una muestra lingüística que disfrazaba su intelectualidad de mercado.

Pero la gota que rebalsó el vaso fue el intelectual abstracto. Ronda de preguntas y justo después del intelectual sensible- ese que preguntó por las emociones que se involucran en las historias- un tipo se presenta disculpándose por no conocer a cabalidad los tecnisismos de la historiografía, pues venía del mundo de la música. Genial pensé, y las risas confirmaron el relajo de la audiencia. Pero su pregunta abordó más allá de los límites de la semántica y se fue literalmente en una volada sobre el abstraccismo de los lenguajes, a lo que Dossé sólo pudo responder con una sonrisa y una metáfora vinculada con la música.
Ninguna pregunta es tonta, me repetí. Y la búsqueda de conocimiento en ningún caso merece mi crítica. Sólo me llama profundamente la atención esa manía que tenemos los chilenos de querer ser inteligentes y demostrar lo que sabemos haciendo gala de una intelectualidad que a todas luces se identifica falsa.
Una de las demandas ciudadanas más vigentes en nuestro país- y a las que según Dossé la historia debe responder- tiene que ver precisamente con aquella que exige un sistema que nos eduque en la lógica y en el acto de compartir conocimiento, algo mucho más cercano al biológico acto de conversar que defendió Maturana en televisión, que a este fervor por las palabras rebuscadas de los intelectuales ilustrados, que finalmente los develan en su arribismo y en su moderna estupidez.

Esa ruca llamada Chile (vídeo)
Pedro Cayuqueo. Autor del libro Esa ruca llamada Chile. https://vimeo.com/110268988
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  • Comment (2)
  • La misma desazón tuve con los seminarios y coloquios de psicología. Esto ocurre particularmente con Lacán y de otros psicólogos (muchos de ellos argentinos. De hecho, recuerdo haber asistido a un conversatorio en la UDP donde uno se fue al chancho con teorías medias matemáticas) que complejizan hasta la pérdida del sentido esta humilde pero no menos importante tarea. Pienso que dejan de trabajar en función de abrirse a los demás.
    Masturban su propio oficio.
    Y luego nosotros con cueva citamos algún párrafo que de casualidad tuvo ribetes “humanos”.

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