La culpa

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Hemos escuchado y también leído sobre cómo un gran número de profesores se siente triste y frustrado, por no poder ayudar a sus hijos en sus actividades escolares; esto, por atender a sus respectivos cursos, al mismo tiempo. Hemos sido testigos de llantos de impotencia por tener que exigir silencio en sus casas, para que las clases impartidas sean de calidad y lo más parecido a una clase presencial, con la atención necesaria que amerita.

Estas emociones que vivimos varios educadores se traducen en un gran y desgastador sentimiento: Culpa. Diversos autores concuerdan en definirla como “un sentimiento silencioso y doloroso, que nace del reconocimiento o impresión de haber faltado a normas éticas particulares o sociales, fundamentalmente si se ha afectado a alguien”. En este caso el sufrimiento se lo estamos otorgando a nuestros propios hijos e hijas.

Pero ¿qué podemos hacer? ¿Es nueva esta situación que están viviendo nuestros hijos e hijas? ¿O la estamos percibiendo diferente en tiempos de pandemia?

Primero, debemos reconocer que siempre los hemos postergado por ser profesores de otros niños y niñas. Eventualmente nos perdemos sus primeros días de colegio y son innumerables las veces que nos hemos perdido sus presentaciones y actividades escolares. Entre nosotros nos reímos y reflexionamos por no tener la misma paciencia para acompañar y enseñar a nuestros hijos, cómo lo hacemos con nuestros alumnos (en casa de herrero, cuchillo de palo).

Es así que el llamado es a dejar de pensar que nuestros hijos son nuestras víctimas. Reflexionemos que, no son solo nuestros hijos los que no pueden tener nuestra atención al 100%, son también víctimas los hijos del personal de la salud, los hijos de padres que tienen que salir a trabajar de manera presencial, o los niños que están solos en una habitación porque sus papás están en teletrabajo, o en otra.

La pandemia ha traído muchas víctimas, pero es necesario deshacernos de la culpa, porque es un sentimiento que nos estresa y enferma. Para liberarnos de este sentimiento, sería recomendable:

ü  Identificar la emoción, poner foco a cómo y qué me hace sentir, definir en qué parte de mi cuerpo la siento y cómo la percibo.

ü  Buscar hablar con alguien que nos genere confianza al expresar los sentimientos de culpa. Transformar los pensamientos en palabras, nos ayuda a comprender lo que nos sucede.

ü  Para soltar y despojarnos de este sentimiento, es recomendable sentarse con la persona que creemos que hemos dañado y pedir perdón. En este caso, sabemos que no lo hemos hecho con esa intención, sino que son las circunstancias de nuestra labor, sumado al contexto. Es por esta razón que podemos reparar entregando herramientas a nuestros hijos e hijas explicando, dialogando y escuchando para que ellos mismos no se sientan víctimas y puedan accionar su autonomía.

Recordemos que no somos víctimas, ni victimarios. Podemos dialogar así con nuestros estudiantes. La capacidad de entendimiento y empatía en nuestros niños y adolescentes es sorprendente. 

Si necesitas parar por un minuto tu clase para atender a tu hijo o hija ¡hazlo! Tus alumnos lo entenderán como un acto de amor. Debemos ser ejemplo como gestor de emociones y, sobre todo, cómo “ser buenas personas”. Lo que ellos vean en ti, lo aprenderán.

Romina Chacana

Profesora de Educación General Básica

Fundación Liderazgo Chile

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