El clan. La Tercera de Rahue

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El origen del nombre de Osorno deriva del amor. En 1558 García Hurtado de Mendoza llega a estas tierras australes y funda la ciudad, nombrándola al igual que el poblado en España donde residía la mujer que amaba. Han pasado 460 años y la historia de Osorno ha tenido vaivenes, pasando del amor al odio con inusitada rapidez y hermetismo. Tal vez ésta sea la historia más oculta: la del clan de la Tercera Comisaría de Rahue.
 
Por Hugo Dimter P.
Siempre llueve. En Osorno es normal que haya diluvios durante el invierno. También lo fue en 1973, por lo que el olor a leña húmeda invadía el subterráneo de la Tercera Comisaría de Rahue. En un rincón, sin la vida de antaño, aún yacían algunos palos cortados: la corteza inerte, algo de musgo, algo de polvo.
Todo parece transcurrir con más lentitud en el sur. Sin embargo, en Osorno, post golpe, con inusitada rapidez los bandos militares establecieron un nuevo orden para sus entonces 160 mil habitantes. Con ahínco se buscó aniquilar las direcciones políticas de comunistas, socialistas, del MIR y de todo aquello que pintara de “rojo”-lo que era bastante amplio-. La Tercera Comisaría de Rahue no quedó exenta de ello. El subterráneo del recinto policial iba a emplearse para otros menesteres. Eso era inusual. ¿Dónde iba a quedar la leña? El inmueble de un piso era relativamente pequeño, de unos 50 metros de ancho por 20 de largo, con dos calabozos, y afuera, junto a las caballerizas, la leña se iba a mojar. Pero el entonces capitán Adrián Fernández Hernández ya lo había decidido: el subterráneo iba a destinarse para otra cosa. No había nada más qué hablar, así que sus subalternos, los sargentos Eliseo Águila “El Cheo” o “Alma Negra” como lo apodaban, Rolando Becker Solís; Rafael Pérez Torres, el suboficial mayor Francisco Inostroza, y el sargento primero Gustavo Muñoz Albornoz guardaron silencio, llevaron la leña afuera y luego siguieron realizando pesquisas en el furgón 777, el “Siete machos”, -que arreglaba y manejaba Becker- deteniendo a cuatreros, delincuentes de poca monta y cogoteros. Mas, ahora se agregaba una nueva tarea que iba a concentrar todos sus esfuerzos: extirpar el “cáncer marxista”, como lo denominaba el general Augusto Pinochet en sus innumerables discursos. Estos carabineros, sin saberlo, comenzaron a ser miembros de un clan, unidos por lazos de ascendencia, y vinculados por un ancestro común: el capitán Fernández, una especie de padre; autoritario, pero aun así un patriarca para todos ellos.
Bajando las escalas al subterráneo funcionaba ocasionalmente la Comisión Civil de la Tercera Comisaría, y ahí, de un día para otro, se instaló el esqueleto de una cama y un roñoso sillón. También un extraño aparato eléctrico con dos cables. Gustavo del Carmen Muñoz Albornoz, El Lolly como la apodaban, era en la Tercera Comisaría la mano derecha dentro del círculo de confianza del capitán Adrián Fernández, denominados “Los duros”. El término suena extraño pero Marenga significa enfermero de los caballos en el lenguaje interno de Carabineros de Chile. Muñoz era un marenga, así que ese extraño aparato eléctrico le llamó la atención. ¿Para qué serviría?, se preguntó sin dar con la respuesta, recriminándose por ser un huaso duro de mollera. Nada ni nadie imaginaba los sucesos que vendrían a futuro.

Foto-periodico
Al centro el capitán Adrián Fernández

Contracara
A partir del 4 de septiembre de 1970 el socialista Guido Asenjo fue nombrado Intendente de Osorno y por sus labores necesitó -como el protocolo exigía- un oficial de enlace, una especie de edecán de confianza. Las reuniones en el gobierno se intensificaron y el edecán cumplía un rol primordial y protector ante cualquier atisbo de amenaza. Entre 1970 y 1973 el apoyo al gobierno de Allende había aumentado en un 74% y Osorno no era una excepción: por las calles circundantes a la Plaza de Armas marchaban camiones con campesinos mientras los agricultores chileno-alemanes miraban con recelo su paso desde Matta hacia el río Damas. Corría 1971 y los aires de cambio se respiraban por los cuatro puntos cardinales de la sureña ciudad.
Adrián Fernández era teniente de Carabineros -la rama que se suponía más leal a Allende- y estaba próximo a ascender a capitán. Alguien propuso su nombre para ser el edecán del intendente y todos dieron su visto bueno. El joven era amable, educado y parecía tener cercanía con el gobierno de la Unidad Popular. Fernández medía casi un metro noventa, jugaba básquet y ya no era tan delgado como en su adolescencia, sino más bien macizo. De tez blanca y ojos claros su mirada provocaba confianza. Estaba recién casado y tenía un futuro esplendor por delante. En el ejercicio de su nuevo cargo tuvo ocasión de conocer a todos los dirigentes políticos y administrativos de la Unidad Popular, tanto de los sindicatos, organizaciones de campesinos, pobladores, mujeres y de la juventud. Muchos confundieron su actitud con simpatía por la causa de pueblo unido, y su gran dosis de oportunismo con amistad. De hecho, en la Intendencia se comentaba que lo habrían ayudado de diversas formas, incluyendo avales para créditos bancarios. Incluso, por su amistad con algunos comunistas, se le atribuía una militancia secreta en dicho partido. Realmente no había nada de ello, pero Fernández se mostraba cercano. Muy cercano.
El entonces militante de las Juventudes Comunistas, José Luis Mayorga conoció a Adrián Fernández antes del golpe. “Él pasaba por afuera de la sede del partido e incluso estuvo en un acto del PC, acompañando al Intendente Guido Asenjo. La política nuestra era ganar a sectores del ejército y las Fuerzas Armadas”, sostiene Mayorga, quien vivió de cerca la cadena de hechos que marcarían a todo un país.
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Rodolfo Leveque en 1973

Rodolfo Leveque
La amistad entre José Luis Mayorga y Rodolfo Leveque -quien era cuatro años mayor- se inició a mediados de los 60 en Rahue. Eran vecinos y entre los primeros malones y fiestas de adolescentes se hicieron inseparables. Las ideas del padre de Rodolfo, don Pedro, un maestro pintor comunista, se habían traspasado a los muchachos, quienes pese a ello mantuvieron un silencio como si aquello no fuera importante. Cuando José Luis ingresa a las JJ.CC el 68 se topa a Rodolfo como dirigente. En Rahue había muchos comunistas, la mayoría obreros. José Luis se interesó por el gran conocimiento que tenían los diversos militantes. Rodolfo, a su vez, es llamado a hacer su servicio militar, egresando a inicios del 70. Meses más tarde Rodolfo asume como secretario general de las JJ.CC. Ambos muchachos se destacan. José Luis Mayorga se encarga de la labor estudiantil. Todos los días el FER (Frente Estudiantes Revolucionarios) y el MIR salían a las calles para disputar peleas y luchas callejeras con Patria y Libertad. Los dos muchachos intuían que algo malo se iba a venir. Se hablaba de una guerra civil y ambos querían detener eso; mientras la derecha, con el Partido Nacional a la cabeza, la impulsaba.
“Lo importante y necesario era elevar la producción, concientizar a los trabajadores y pobladores, cumplir las 40 medidas del gobierno de Allende, quien estatizó empresas, nacionalizó el cobre e impulsó la ida de la juventud más desposeída a la universidad. Esos eran avances a nivel país”, señala Mayorga.
La sede del Partido Comunista en Osorno quedaba al final de Eleuterio Ramírez, la arteria principal, casi llegando al puente San Pedro en el límite con el entonces barrio de Rahue. Angélica Gallegos militaba en las Juventudes Comunistas. Tenía 18 años y en ese entonces pololeaba con Rodolfo Leveque, Secretario General de las JJ.CC. Tras varios años de noviazgo decidieron ir a vivir juntos, lo que en un partido disciplinado como el PC no era bien visto. La base era la familia.  Estaban enamorados así que se casaron el 6 de junio y ella, posteriormente, quedó embarazada.
Pese a que los militantes comunistas en Osorno eran más de dos mil, cuando Allende triunfó el 4 de septiembre, la dirigencia PC se preguntó cómo iban a cubrir con profesionales los diversos cargos políticos de las empresas estatales (Indap, Corvi, Cora, la industria del cuero, etcétera). El PC tenía pocos profesionales y hubo que recurrir a los socialistas. Por otro lado, la relación con la Democracia Cristiana y el Partido Nacional eran muy hostiles. La DC estaba ubicada en calle O´Higgins pasado Bilbao y muy cerca. en Cochranne, estaba el Partido Nacional. El boicot a Allende por la derecha, y la Reforma Agraria asi como la nacionalización de las empresas estatales, por parte de la UP, ya estaba en marcha en Osorno. Inesperadamente el MIR y el PCR (Partido Comunista Revolucionario liderado por David Benquis y Jorge Palacios) se tomaron terrenos donde había producción contraviniendo la orden original que era tomarse terrenos no productivos de los grandes terratenientes, buscando beneficiar a medianos y pequeños agricultores, minifundistas, medieros, empleados y afuerinos; así como extender el crédito agrario y asegurar mercado para la totalidad de los productos agropecuarios. ¿Qué estaba pasando? ¿Algunos iban a contracorriente o demasiado rápido?
La palabra revolucionario era recurrente en el léxico de la izquierda más radical. Sus aliados eran el Frente de Estudiantes Revolucionarios y el Movimiento Campesino Revolucionario. Las primeras 40 medidas de Allende ya estaban en marcha. José Luis Mayorga recuerda que “los radicales y el MAPU siempre hacían lo que nosotros pedíamos; no así los socialistas, que al igual que los radicales eran pocos. En el PS el líder que destacaba era Carlos Bongcam. Curiosamente ellos, los PS, desviaron su trabajo, no fueron muy cercanos a la labor de Allende. Fueron años complicados. Nosotros los comunistas tratamos de unir a todas las fuerzas de izquierda para seguir cumpliendo con el trabajo de la UP, pero fue difícil pues el pueblo no estaba preparado. Nos apresuramos. Ahora tampoco. Todo ello no justifica un golpe de Estado brutal como el que ocurrió”, confidencia Mayorga.
“En Osorno siempre ha habido pobreza”, señala Angélica Gallegos. “A orillas del río Damas había un campamento, en la población Bernardo O´Higgins también, en Rahue, en Ovejería, en Francke, por todos lados. En 1970 había esperanza de eliminarla. Por fin algunos pudieron ponerse zapatos. La gente tenía sueños. Pero el segundo año empezaron a faltar las cosas. Se formaron las JAP y yo estaba a las cinco de la mañana esperando el tren -a la altura del paso nivel del río Damas- para defenderlo de Patria y Libertad que quería quemarlo. El 9 de septiembre supimos que venía el golpe y la Segunda Dirección del partido asumió, ya que la Central pasó a la clandestinidad. Yo dije que el poder se debía tomar con las armas y me mandaron a control y cuadros amonestada. ´La lucha se va a dar de forma democrática´, me respondieron.
 
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Osorno siempre ha sido una ciudad gris, incluso en el verano. Meses antes del golpe de estado de 1973, al igual que en la mayoría de las ciudades del sur -sólo azotadas por la gran sequía de 1968-, las nubes con sus motas de humo y vapor se habían dejado caer con rabia, cómo presintiendo lo que vendría, e incluyendo en los goterones a las comunas de San Juan de la Costa, Entre Lagos, Puerto Octay, y San Pablo. Al mal tiempo buena cara, pensaban los habitantes de esos pueblos; pero aun así la mayor parte vivía en la incertidumbre. Los ojos bien abiertos. Había que estar alerta.
A comienzos de 1973 los osorninos caminaban en círculos por la Plaza de Armas atentos a meterse en algún negocio que bajara las cortinas cuando las escaramuzas comenzaban entre partidarios y opositores de la UP, liderados por Patria y Libertad y un lumpen contratado por un par de billetes para machacar a los “rojos”. El Partido Comunista buscaba afianzar lo obtenido mientras los socialistas deseaban ir mucho más lejos. El PC en Osorno no veía con buenos ojos la toma de terrenos agrícolas por parte del MIR. Los campesinos no estaban concientizados y el hecho era tomado como pretexto para las críticas de la derecha, quienes estaban decididos y ya habían juntado dinero para comprar armas en Argentina. Un conocido personaje fue contratado para esa misión y la llevó a cabo con una que otra dificultad. Solo pudo comprar el 70 por ciento del total y fue entonces que devolvió el dinero sobrante, que era una millonada, sin que nadie se le agradeciera jamás. Los terratenientes a futuro, ya en dictadura, tampoco lo ayudarían cuando se encontró en problemas económicos.
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Carlos Bongcam
La casa del capitán Adrián Fernández quedaba en la calle Manuel Rodríguez al llegar a avenida René Soriano, una arteria al extremo de la ciudad en el lado sureste. El 18 de agosto de 1973 muy cerca de ahí Carlos Bongcam Wyss, Secretario Regional del Partido Socialista de Osorno, estaba nervioso y desilusionado. Bongcam en abril de 1965 había sido contratado como profesor de Administración en la Sede Osorno de la Universidad Chile, cargo que ejerció hasta septiembre de 1973, junto al de miembro del Consejo Normativo Superior de dicha Universidad, pero su participación política no lo había alejado de las aulas. Ahora los hechos no se presentaban como él los había imaginado. Bongcam, fallecido el 2007, en su libro Chile: Condenado a muerte narra lo que sucedió aquel día:
“El sábado 18 de agosto de 1973, por la tarde, asistí a la reunión del “Cordón Industrial Chuyaca” que se realizó en la Escuela Industrial. Intervine ante los trabajadores analizando la grave situación que vivía el país, Expliqué los peligros que nos amenazaban y como conclusión, exhorté a los presentes a estar preparados porque, según todos los indicios, importantes sectores dentro de las Fuerzas Armadas estaban tramando un “Golpe de Estado” en contra del Gobierno. Aquella fue mi última aparición en público en Osorno. Mientras hablaba tuve la sensación de que los obreros me escuchaban sin dar crédito a mis palabras, aferrados a los mitos de la “prescindencia política” de las Fuerzas Armadas, de su “respeto a la Constitución” y de su “obediencia al poder civil”, mitología que la propia Unidad Popular había contribuido a difundir durante los últimos los últimos años. Salí de la reunión bastante desanimado, al ver la actitud pasiva y la incredulidad de los compañeros. Sin automóvil y sin escolta, por primera vez me sentí cansado e impotente. Un profesor me llevó en su camioneta hasta el centro de la ciudad. Caminando llegué hasta la casa de unos amigos, donde permanecí hasta el martes siguiente”.
Cinco días después ocurrió un hecho que marcaría su vida. Bongcam lo narra:
“Llegué a la casa de Darío faltando pocos minutos para la una de la tarde. Mi amigo, su mujer y su suegra terminaban de almorzar escuchando las noticias en la Radio “SAGO”, la Radioemisora de la reaccionaria Sociedad Agrícola y Ganadera de Osorno. La suegra de Darío me ofreció una taza de café y me la sirvió en el momento en que terminaban las noticias, inmediatamente después se oyó la característica musical que anunciaba los “flash” noticiosos. El locutor leyó: ´La Fiscalía Militar ha declarado reo a Carlos Bongcam Wyss, Secretario Regional del Partido Socialista de Osorno, quien debe presentarse de inmediato ante las autoridades Militares. Según la Fiscalía Militar, Bongcam estaría implicado en la creación y entrenamiento militar de organizaciones guerrilleras, en abierta infracción de la Ley de Control de Armas. La Fiscalía Militar ha dado orden de aprehensión en contra de Bongcam a todas las unidades policiales´”, finalizaba el locutor.
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1973
El capitán Fernández vivía una nueva realidad y se jugaba el pellejo en ello: de haber sido edecán del Intendente de Osorno, Guido Asenjo, y haberle jurado lealtad al gobierno de Allende pasó a ser su peor enemigo. Y sus subalternos estaban inspirados: El sargento Rafael Pérez comenzó a ser el más sanguinario con el corvo y un devoto feligrés de la violencia extrema, al mismo tiempo que aprovechaba su cercanía con Fernández para quitarle anillos y relojes a los innumerables presos políticos -sus víctimas preferidas- de los cuales muy pocos salieron con vida hasta abril de 1974. El capitán Fernández desarrolló tan bien su “trabajo” durante ese mes de septiembre que permitió saltarse a Osorno a la Caravana de la Muerte del general Sergio Arellano Stark, que partió desde el aeródromo Tobalaba el 30 de septiembre de 1973 a bordo de un helicóptero Puma del ejército, con un recorrido mortal que incluyó las ciudades del centro y sur de Chile: Rancagua, Curicó, Talca, Linares, Concepción, Temuco, Valdivia, Puerto Montt y Cauquenes, dejando a su paso 26 asesinatos hasta su regreso a Santiago el 6 de octubre.
Angélica Gallegos rememora la actitud del capitán Fernández antes del golpe: “Los Carabineros nunca mostraron una postura muy visible. En las luchas callejeras ellos miraban, cuando la cosa se ponía muy álgida tiraban gases. Solo eso. Adrián Fernández dijo que era irrestricto al gobierno de Allende. Que nunca iba a retroceder. Antes del golpe asume la Tercera Comisaría como premio. Todo estaba muy polarizado”, señala Angélica. “Conocí a Adrián Fernández en el casino de la Primera Comisaría, que fue el lugar donde llegó inicialmente. Yo era amiga de Machuca, que era el prefecto de Investigaciones, y también a través de Virginia, una compañera. Era joven, bueno para las bromas. Agradable en la parte social. Tomamos un café y comimos un pedazo de torta. Años más tarde estuve en un comparendo en el Primer Juzgado del Crimen con Adrián Fernández, cuando se comenzó a investigar allá por los 90. A todas las señoras que estaban ahí, familiares de los detenidos desaparecidos, les decía: “Perdóneme. Yo no sé nada. Discúlpeme…”. El actuario preguntaba: ¿Usted conoce a don Adrián Fernández? Les di una respuesta: Sí, lo conocí cuando era joven y buenmozo. Ahora está guatón y feo”.
José Luis Mayorga y Rodolfo Leveque antes del golpe se instalan en la casa de Jaime Soublette en una zona que queda frente a la población Eleuterio Ramírez. El 11 de septiembre son sorprendidos con las noticias que llegan desde Santiago. El golpe ha comenzado. José Luis Mayorga recuerda que se preguntaron “Qué íbamos a hacer sin tener nada. Era muy difícil. No poseíamos armas. Decidimos dedicarnos a observar los sectores de Ovejería y Rahue. A Rodolfo lo toman detenido, pero los de la Primera Comisaría. Lo sueltan. Y después, el 15 de septiembre, lo detienen los de la Tercera. A mí me toman los militares y me llevaron al regimiento Arauco y luego a Investigaciones. Los militares no me conocían pues no tenían, en ese entonces, una unidad de Inteligencia. No me identificaron, por suerte. No así Mario Fernández, dirigente de las JJ.CC, y mi amigo Rodolfo Leveque, quienes fueron detenidos por los de la Tercera, quienes los conocían, ya que los habían seguido. Los carabineros algunas veces no ocultaban su rostro, ni mucho menos, al torturar. En ese sentido fueron bastante desquiciados. El día antes, el 14 de septiembre, Rodolfo pasa a mi casa a buscar una chaqueta. Yo sabía cómo venía la mano porque el 13 de septiembre estaba en Rahue Alto cuando matan a Reinaldo Rosas, dirigente estudiantil socialista de 17 años. Lo mataron en la calle porque había toque de queda, no porque supieran de su cargo”, finaliza Mayorga.
“¿Han visto a Rodolfo?, les preguntaba a otros compañeros que estaban detenidos. Iba con mi niño en un coche que se le salían las ruedas y le ponía unos clavos”, señala Angelica Gallegos. “Ellos creían que estaba loca. Hacía un recorrido largo. En la Tercera Comisaría, cuando fui a buscar a mi esposo, me respondieron: ´ ¿Qué venís a hacer?, ¿quizás con quién andarías c…? ´ Yo les respondí: ´Mientras no fueras tú, paco rec ..´ Yo no me quedaba callada. Nunca. Cuando Rodolfo pasó a la clandestinidad, días después del golpe, había que apechugar así que le armé una muda de ropa: calzoncillos y calcetines y un dinero que habíamos ahorrado para nuestra casa en la Corvi. Yo me quedé con quinientos escudos. Ya habíamos quemado papeles importantes del partido porque los militares allanaron la sede. Otros los tiramos en una maleta en el entretecho de una casa”.
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Angélica Gallegos

Los allanamientos empezaron el 15 de septiembre. Rodolfo Leveque es detenido en la casa de Ube, su madre.
El Servicio de Inteligencia de Carabineros juntamente con personal militar en alguna oportunidad fue a la Tercera Comisaría de Rahue. Orozimbo Moll Rosas, Cesar Majin Bastías, Gregorio Pérez Silva y Raúl Oyarzún Blanco eran los más importantes. Ellos sabían que, al capitán, le decían Chupete de fierro por lo desagradable. El apodo estaba bien puesto. Pero antes no era así. Había cambiado. Algo parecía hacerlo adoptar una actitud hostil y recia. Como si quisiera demostrar dureza, tal vez, enmendando pecados del pasado. Emparentado por intermedio de su mujer con los dueños de fundo, el otrora teniente Fernández vivió mucho tiempo en la cuerda floja y ahora debía demostrar toda su lealtad con la Junta militar que se había tomado el poder.
 
La guerra privada del capitán Fernández
 
El 15 de septiembre de 1973, el capitán de Carabineros Adrián Fernández comenzó su particular guerra.
Carlos Bongcam en su libro Consejo de Guerra relata que “Cuando Adrián Fernández ascendió a capitán, gracias a sus buenos contactos dentro del régimen allendista asumió el mando de la Tercera Comisaría de Rahue, en calidad de Comisario. Esta unidad policial tenía dentro de su área jurisdiccional toda la zona rural de la Provincia de Osorno, con la sola excepción del Departamento de Río Negro. “Producido el Alzamiento Militar, al Capitán Fernández se le produjo un dilema que sólo le duró tres días”, escribe Bongcam. “Cuando ya no tuvo ninguna duda de que el régimen de Salvador Allende había sido irremediablemente derrotado, al capitán le comenzaron a penar sus viejas amistades. Entonces, aprovechando la licencia para matar otorgada por los Generales que habían usurpado el poder, el capitán Fernández inició su «Guerra Privada», cuyo objetivo era demostrarles a los nuevos amos que él era un perro fiel, destruyendo de paso a los principales testigos de su amistad con aquellos que comenzaron a ser llamados extremistas. Los Carabineros de Rahue, debido a ese complejo que tienen los «representantes de la ley» de mostrarse serviles ante los Oficiales y los civiles adinerados, secundaron con entusiasmo a su superior en la matanza de campesinos y Dirigentes de la Unidad Popular, que se abatió sobre Osorno”, finaliza Bongcam en uno de los párrafos del libro.
Todo se inició cuando una patrulla de carabineros de Rahue, con gran despliegue policial, detuvo a los hermanos Leveque. En un furgón los llevaron a dicho recinto policial, donde fueron ingresados sin registrarlos en el Libro de Partes, como lo exigía el Reglamento”, escribe Bongcam en el texto que evidencia lo que pasó después del golpe de Estado. En su libro narra un dialogo decidor:
– ¿Qué vamos a hacer con estos extremistas, mi capitán? -inquirió el ayudante, a solas con Fernández.
– ¡Hay que matarlos! -replicó el comisario, sin inmutarse.
– ¿Los vamos a matar aquí?
– ¡Cómo se le ocurre, teniente! -exclamó Fernández-. Hay que despacharlos en el campo y tirarlos donde nadie los encuentre.
– ¡A su orden, mi capitán! -exclamó el ayudante, saliendo de la habitación.
Al anochecer un grupo de Carabineros sacó subrepticiamente de la Comisaría a los hermanos Leveque. Como al comienzo no tenían claro dónde los iban a matar, el vehículo policial tomó rumbo hacia Bahía Mansa. Por el camino, uno de los verdugos propuso como el lugar más apropiado el puente colgante sobre el río Pilmaiquén.
-Los baleamos, los lanzamos al río, y listo -explicó el cabo Águila apodado Alma Negra.
– ¡Deténgase! -le ordenó al chofer-. ¡Vamos al río Pilmaiquén!
Al llegar el furgón se detuvo en la berma de la Carretera Panamericana. Bajaron a los hermanos, sin dejar de golpearlos y sobre el puente colgante los mataron a balazos.
 
-Si no les abrimos la guata, después de unos días los cadáveres saldrán a flote -explicó el sargento Muñoz, «El Loly», quién creía tener experiencia al respecto sacrificando caballos.
Sin decir más, sacó un puñal y se lo enterró en el abdomen a uno de los cadáveres, abriéndolo en canal.
– ¡Así se hace! -exclamó.
El cabo Inostroza se apresuró a hacer lo mismo con el otro cuerpo. Luego lanzaron al río ambos cadáveres.
Cuando venían de regreso a Osorno, el cabo Canales, dijo:
-Debimos haberles cortado los dedos de las manos, para que no los puedan identificar si los encuentran.
-Buena idea -respondió «El Lolly».
-También les podríamos quemar las manos y el rostro con alquitrán hirviendo -propuso un Carabinero.
-Vamos a tener que organizar este trabajo -acotó un carabinero, calculando que recién habían comenzado a extirpar el «cáncer marxista» en la Provincia de Osorno.
Angelica Gallegos seguía buscando a su esposo mientras El Clan daba rienda suelta a su perversión, sus coimas y sus borracheras. La mujer, todos los días, recorría los diversos centros de detención, el regimiento Arauco, el Hospital Base -que lo utilizó la Fiscalía Militar-, la fábrica de cecinas Felco, el Estadio Español y Cooprinsem e, incluso, a la Intendencia donde le decían que su esposo se había ido con otra mujer a la Argentina. “Al mes siguiente del Golpe el psiquiatra comunista Ricardo Honorato, detenido en Investigaciones, me dijo: ´…Que andas leseando. Tienes que comportarte como una luchadora… Nunca vas a encontrar a tu marido´. Yo me puse a llorar y me fui a la cárcel pública donde otros compañeros que me dijeron: ´No te preocupes, chica. Nosotros vamos a conversar con Rodolfo en la noche´. Yo me alegré, pero también luego pensaba el cómo iban a hablar con mi marido si ellos estaban presos”.
“Yo tengo dos versiones de la muerte de Rodolfo”, manifiesta Angélica Gallegos. “Una es que lo fusilaron en el Regimiento Arauco y que está enterrado en el patio, junto a un estero, de ese regimiento. Eso me lo dijo un militar que ya no está en Osorno. Y la otra es la del proceso judicial que lo degollaron, abrieron el cuerpo y lo tiraron desde el puente Pilmaiquén, y eso se hizo con todos los ejecutados, según el carabinero Becker, bajo delación compensada.
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Plaza de armas de Osorno

Los dirigentes sindicales de Puerto Octay
 
El 16 de septiembre los Carabineros de la Tenencia de Puerto Octay apresaron a tres dirigentes sindicales campesinos. Dos fueron detenidos en sus domicilios, mientras el tercero, creyendo que «no tenía nada que temer», se presentó voluntariamente.
 
Cuando el capitán Fernández se enteró de que los carabineros de Puerto Octay habían detenido a tres Dirigentes Sindicales del Distrito, pensó que liquidando a esos campesinos les iba a dar una gran satisfacción a los dueños de fundo, muchos de ellos parientes o amigos de la familia de su mujer. Tocó el timbre eléctrico que tenía sobre su escritorio y casi al instante entró a la carrera el ayudante.
-Llame al teniente de Puerto Octay y dígale que me mande de inmediato a los dirigentes sindicales.
– ¡A su orden, mi capitán! -le respondió haciendo sonar los tacos de sus botas.
A media tarde, los tres dirigentes sindicales llegaron a Rahue en la ambulancia del hospital de Puerto Octay. Sin inscribirlos, los dejaron incomunicados en un calabozo.
Cerca de la medianoche los sacaron al patio y en un furgón policial los llevaron hasta el puente colgante sobre el río Pilmaiquén. Allí los fusilaron. Una vez abiertos en canal, metieron los cadáveres en unos sacos y los lanzaron al río.
 
La masacre en Entre Lagos
 
“El lago Puyehue recoge el caudal del río Gol gol que penetra hasta las cumbres de la cordillera de los Andes que rodean el volcán Puyehue, a recoger la lluvia y el agua del deshielo de las nieves eternas. Miles de arroyuelos cordilleranos, que bajan zigzagueando entre las rocas, a veces invisibles bajo los peñascos o sobre los desnudos guijarros del fondo de las quebradas, llevan al lago el agua de las montañas”, escribe Bongcam, y explica que ”sobre la ribera del lago Puyehue, al sur del nacimiento del río Pilmaiquén, se extiende Entre Lagos, un antiguo villorrio maderero. En 1971, el Presidente Allende lo elevó al rango de comuna, designando a los Regidores de la Municipalidad y a Blanca Valderas, como la primera alcaldesa que hubo en la provincia de Osorno. También el retén de carabineros del poblado, a cargo de un sargento, fue elevado a la categoría de tenencia, aumentando su dotación de personal. Hacia el oeste, a diez kilómetros de Entre Lagos se encuentra el Salto del río Pilmaiquén y la Central Hidroeléctrica del mismo nombre. A la entrada del camino hacia la represa había un Retén de Carabineros cuya dotación se alimentaba de un odio mortal contra los campesinos. No contra los campesinos ricos y poderosos, sino contra los más pobres y desamparados. Después de la Sublevación de los Militares, un numeroso grupo de trabajadores del campo, cuidadosamente seleccionados por los dueños de la tierra, fueron asesinados por los carabineros en los terrenos de la central hidroeléctrica. El patíbulo de los carabineros estaba al oeste de la represa, más allá del edificio de las turbinas, allí donde el río, después de haber transformado su fuerza en electricidad, recuperaba sus aguas. El Escuadrón de la Muerte de los latifundistas de Entre Lagos, todos actuando con máscaras de vampiros, llevaban a sus víctimas al puente colgante sobre el río Pilmaiquén, al margen de la Carretera Panamericana, y allí los asesinaban”, señala Bongcam.
 
La masacre en la Comuna de Entre Lagos comenzó la noche del 16 de septiembre. En la mañana de aquel día, un campesino «que no tenía nada que temer» se presentó voluntariamente a la Tenencia. Allí lo dejaron detenido junto a dos regidores comunistas que los carabineros habían aprehendido en sus respectivos domicilios. Bongcam narra en su libro el dialogo que se produjo:
Por la tarde, el teniente llamó por teléfono a su superior, el capitán Fernández, para comunicarle los nombres de los detenidos y pedirle instrucciones.
-Esta noche irá a buscarlos el señor Sáez -le respondió el capitán Fernández.
– ¿El que hizo la lista?
-Sí. Sí. Él mismo. ¡A él entréguele los detenidos!
– ¡A su orden, mi capitán!
Entrada la noche, los carabineros sacaron a los tres detenidos al camino. Allí, junto a una camioneta les esperaba un grupo de civiles enmascarados. Era el «Comando de la Muerte», organizado por Sáez para limpiar la zona de «extremistas».
Enfrentados a sus víctimas, no obstante, las máscaras con que cubrían su rostro y las armas que portaban, los verdugos temblaban. Subieron a los detenidos a una camioneta y partieron hacia la ciudad de Osorno.
Se detuvieron ante la barrera del Retén Las Lumas y, una vez revisado el salvoconducto, siguieron. Finalmente, la camioneta se detuvo en el río Pilmaiquén.
A los tres detenidos los llevaron al puente colgante y allí los mataron. El río recibió los cuerpos sin vida y se los llevó hasta las claras, profundas y tranquilas aguas del río Bueno.
 
 
La noche del 18 de septiembre, los dueños de fundo de Entre Lagos prosiguieron la matanza de campesinos de su comuna. A la una de la madrugada, cinco detenidos que se encontraban en los calabozos de la Tenencia de Carabineros del pueblo fueron sacados al exterior. Los presos salieron a la intemperie tratando de adivinar su destino, sin reparar en el frío de la noche.
Además de los dos Regidores socialistas y de un Dirigente Sindical campesino, se encontraba Blanca Valderas, Regidora y ex alcaldesa de la Municipalidad de Entre Lagos. Tal como había ocurrido dos noches atrás, en la oscuridad del camino esperaba el «Comando de la Muerte» de Entre Lagos.
Los asesinos enmascarados subieron a los detenidos a la camioneta de Sáez, el cabecilla del grupo, y partieron rumbo al puente colgante sobre el río Pilmaiquén. En aquel lugar hicieron entrar a los detenidos al puente y los obligaron a ponerse de rodillas. Detrás de cada uno de ellos se paró un miembro del Comando con un arma en la mano. A una señal, les dispararon en la cabeza.
Al verdugo que estaba detrás de la exalcaldesa se le atascó el arma, lo que ella aprovechó para lanzarse al río. Mientras caía, el asesino pudo disparar, pero no acertó en el blanco. Milagrosamente, Blanca Valderas escapó con vida. Todos sus compañeros perecieron y sus cuerpos jamás fueron encontrados. La exalcaldesa fue la única, de todas las personas llevadas al puente colgante sobre el río Pilmaiquén, que se libró de la muerte. “Fierro, Vidal, Santana, y otros más murieron. La exalcaldesa Valderas se sumergió en las aguas y luego fue ayudada por unos campesinos. Adoptó otra identidad. No vio a sus hijos por varios años. A su esposo jamás lo encontraron”, agrega Angélica Gallegos.
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El Secretario Regional del Partido Comunista
Santiago Aguilar, Gobernador de La Unión y Secretario Regional del Partido Comunista de Osorno, el 11 de septiembre hizo entrega formal de su cargo a un mayor de Carabineros, quien lo dejó bajo arresto domiciliario. Pocos días después, debió trasladarse a Osorno a raíz de que le fue solicitada la casa fiscal en la que habitaba como Gobernador. Para hacer el traslado de los muebles de su casa, necesitaba el salvoconducto que otorgaban los Carabineros. Fue entonces cuando Santiago Aguilar cometió un error que resultó fatal: en vez de dirigirse a la Primera Comisaría de Carabineros de Osorno, que le correspondía por su domicilio, fue a solicitar dicho documento a la Tercera Comisaría de Rahue, donde era Comisario el capitán Fernández, con quien los comunistas habían mantenido muy buenas relaciones durante el Gobierno de la Unidad Popular.
 
El 17 de septiembre por la mañana, el ex Gobernador llegó a la Comisaría de Rahue, y pidió entrevistarse con el capitán Fernández. Cuando éste supo que el dirigente comunista de mayor rango en la Provincia se había presentado a su cuartel, le dio un vuelco el corazón. Jamás se había imaginado que iba a tener esa suerte.
– ¡Métanlo a un calabozo! -le ordenó el capitán Fernández, a su teniente Ayudante y agregó con sorna:
-¡Primero tendrá que conversar con el Sargento Águila!
En los tres días que duraba la «Guerra Privada» del Capitán Fernández, el Sargento Águila había ganado una justa fama como torturador despiadado y asesino sin entrañas.
Durante dos días, el ex Gobernador fue torturado sin ninguna consideración al hecho de que se encontraba convaleciente de una grave enfermedad.
En la madrugada del 19 de septiembre, Santiago Aguilar fue sacado de la celda que compartía con otras personas. En el corredor, en tono burlón, el sargento Águila le dijo:
– ¡Despídete de tus compañeros!
Una vez en el patio, Santiago Aguilar rehusó entrar al furgón de Carabineros, pero éstos lo golpearon obligándolo a subir. Aquella misma noche lo llevaron a Valdivia donde los Militares estaban interesados en interrogarlo acerca del Partido Comunista en la zona sur. Durante todo el tiempo en que fue interrogado y torturado en Valdivia, permaneció incomunicado en la cárcel de dicha ciudad. El 6 de octubre, cuando la quebrantada salud de Aguilar no les permitía continuar con los interrogatorios, los Militares lo entregaron a los hombres Fernández.
A partir de aquel momento se perdió su rastro.
 
Los «consejos» del capitán Fernández
 
El 16 de septiembre un bando del Jefe de Plaza llamó a presentarse al presidente y al secretario del Comité de Pobladores Sin Casa de Osorno, ambos militantes socialistas. Al día siguiente, los domicilios de ambos fueron allanados. Este hecho les determinó a recurrir al Capitán Fernández, a quien consideraban su amigo. Fueron a pedirle consejo. Al abrir la puerta de su casa, el Capitán se asustó porque pensó que ambos dirigentes, enterados de su «guerra», habían ido a matarlo. Pero los jóvenes andaban desarmados y llevaban otro propósito. Le explicaron al oficial que iban a pedirle ayuda, dado que los estaban citando. Bongcam en su libro narra el siguiente dialogo:
– ¿Qué hacemos?
– ¿Qué nos aconseja?
– ¡Muchachos! -les respondió el Oficial en tono falsamente amistoso-. Les aconsejo que se vayan a presentar a la Tercera Comisaría de Rahue.
Por temor a la reacción de los jóvenes, el capitán Fernández no los detuvo inmediatamente. Pero luego, al darse cuenta de que los Dirigentes realmente confiaban en él, les dijo:
-Si quieren, yo mismo los voy a dejar.
En el jeep policial los llevó a la Comisaría de Rahue. Cuando se sintió seguro y protegido entre sus hombres, el capitán Fernández ordenó que encerraran a sus acompañantes. De inmediato, los Carabineros comenzaron a torturarlos. En la madrugada del 19 de septiembre, los dos Dirigentes de los Pobladores fueron sacados de la unidad policial y conducidos al puente colgante sobre el río Pilmaiquén. Allí los mataron a balazos.
En enero de 1974, en un remanso del río Pilmaiquén fue hallado el cuerpo de Raúl Santana, el ex presidente del Comité de Pobladores Sin Casa. El cadáver, dentro de unos sacos rotos, estaba sin brazos ni piernas, pero con sus documentos de identidad en un bolsillo de su chaqueta.
 
El Director Provincial de Educación
El Golpe Militar sorprendió en Santiago a César Ávila, el Director Provincial de Educación de Osorno, donde asistía a un curso de perfeccionamiento del Magisterio.
Informado de que su esposa, también profesora, había sido detenida en Osorno, regresó a la Provincia para hacerse cargo de sus numerosos hijos menores.
El 27 de septiembre fue a la Penitenciaría a ver a su mujer. En los momentos en que salía de dicho establecimiento fue detenido por una patrulla de Carabineros que viajaban en un furgón policial.
En la Tercera Comisaría de Rahue, luego de ser sometido a torturas, Ávila fue encerrado en una celda junto a otros compañeros. A raíz de los malos tratos y a la falta de su medicina para el asma, al llegar la noche César se encontraba en muy precarias condiciones de salud. Cerca de la medianoche, perdió el conocimiento.
Entonces los Carabineros lo sacaron de la celda y lo subieron a un furgón policial. El vehículo se dirigió al puente colgante sobre el río Pilmaiquén. Una vez allí, César Ávila fue ultimado con arma blanca. Después de quemarle el rostro y las manos con alquitrán hirviendo, los Carabineros lanzaron su cuerpo ensacado a las aguas del río.
En la madrugada del 29 de septiembre, una patrulla de Carabineros encabezada por el propio Capitán Fernández irrumpió en el domicilio de los hermanos Igor. En medio de golpes, insultos y amenazas sacaron a Juan y a Gustavo y se los llevaron a la Comisaría de Rahue. Ya en el recinto policial, los hermanos fueron separados. Juan fue inscrito en el Libro de Partes y llevado a un calabozo; mientras, Gustavo era incomunicado sin registrarlo en dicho libro. Juan fue dejado en libertad ese mismo día cerca de las ocho de la noche. Al preguntar por su hermano, nadie le dio una respuesta.
Cerca de las 21 horas, el sargento Águila sacó a Gustavo de su celda y lo bajó al sótano de la Comisaría. Allí lo torturaron hasta que el joven perdió el conocimiento.
Después de la medianoche, en un furgón policial lo llevaron al puente colgante sobre el río Pilmaiquén, donde lo mataron. Luego ensacaron el cadáver y lo lanzaron a las aguas del río.
El 9 de enero de 1974, unas personas que rastreaban el río Pilmaiquén, encontraron el mutilado cadáver de Gustavo Igor y lo llevaron a la morgue local, donde fue reconocido por sus familiares.
 
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El sonido grave de la muerte
Según Google las balas de pistola y revólver normalmente tienen una velocidad inferior a la del sonido (340 m/s) o ligeramente superior. Los proyectiles de fusil, ametralladora, etcétera, superan ampliamente esta velocidad: entre 600 y 1000 metros por segundo. El entonces capitán de la Tercera Comisaría de Carabineros de Rahue, Adrián José Fernández Hernández, no albergaba tales conocimientos, pero había desarrollado una teoría extraña, luego de comenzar su seguidilla de crímenes pos 11 de septiembre de 1973. Pasados algunos asesinatos -de personas afines a la UP -descubrió que una bala al perforar el estómago de una persona emitía un sonido grave, monocorde, y lo asoció al que se producía en un tonel cuando de joven hacia tiro en el campo de un amigo. Era la misma resonancia, con la misma velocidad mortal que entraba ahora por la carne mientras la bala absorbe el alma de esa persona que apenas puede emitir un destello en sus ojos antes de irse definitivamente de este mundo. Uno de los tantos sonidos de la muerte sangrienta, injusta y desesperada.
-Suena igual que en un tonel- le decía al carabinero Águila, apodado Alma Negra, cuando le disparaba a alguna de las muchas víctimas del puente Pilmaiquén, en una costumbre que se convirtió en vicio con todo aquello que ello condice.
Alejada de lo que ocurría en esas matanzas el 2 de octubre, el Diario «La Prensa» publicó la declaración del presidente de la Asociación de Abogados de Osorno: “Los abogados de nuestra ciudad, en su última sesión, teniendo presente la gran demostración de patriotismo y sacrificio realizada por las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile, en orden a exponer sus vidas, carreras profesionales y bienestar de sus familias, entre otras cosas, a fin de volver la Patria a los cauces normales y extirpar la cizaña del comunismo, acordaron aconsejar a sus colegiados democráticos abstenerse de ejercer defensas de reos que signifiquen atropellos a la economía, libertades, leyes y Constitución Política, cuyo conocimiento esté entregado a los tribunales militares en tiempo de guerra”, finalizaba la declaración.
 
¿Habrán sabido los abogados osorninos que el huilliche José Panguinamún, dirigente del Comité de pobladores sin casa de Osorno y excandidato a Regidor del Partido Socialista, fue llamado por bando y se presentó ante la Fiscalía Militar?
Después de ser interrogado con golpes y descargas eléctricas, amarrado desnudo sobre un catre metálico, Panguinamún fue dejado en libertad a fines de septiembre. El 9 de octubre Panguinamún estaba trabajando en el Cruce Lynch, donde fue detenido por un carabinero retirado que en aquellos días recorría las calles de Osorno a la caza de partidarios de la Unidad Popular.
En una camioneta particular fue llevado a la Tercera Comisaría de Carabineros de Rahue, donde fue bárbaramente torturado. A medianoche lo sacaron del calabozo y desde entonces se perdió todo rastro de su persona.
Humberto Salas Salas
Panguinamún no fue el único. Humberto Salas era un agricultor, militante del MIR, casado y con dos hijos, quien también se presentó voluntariamente en la Tercera Comisaría de Carabineros de Rahue el lunes 24 de septiembre de 1973, cerca de las 14:00 horas en compañía de su esposa, Blanca Mella. El hogar de ambos había sido allanado violentamente por Carabineros con posterioridad al Golpe. Fue por eso que concurrió a resolver la situación que afectaba a su familia.
En declaración jurada Blanca Mella sostiene que: “Entre los funcionarios de Carabineros de la Tercera Comisaría de Rahue que efectuaron los allanamientos reconocí al sargento Eliseo Aguilar, al sargento Nelson Rosas, el carabinero José Melián Carrasco, y el carabinero jubilado Sergio Conejeros, quien vestía de civil. En una de esas ocasiones en que se allanó la morada intervinieron miembros del Ejército, pertenecientes al Regimiento Arauco de Osorno y entre los cuales sólo reconocí a un uniformado que llamaban “Colipán” y que tenía el grado de sargento”.
En aquella oportunidad la guardia fue cerrada y su esposa obligada a permanecer en la calle. Transcurrieron dos horas y el afectado no salió del recinto. Según declara la señora Blanca Mella: “Ante la demora volví a preguntar al Carabinero de la puerta y éste me dijo que fuera al día siguiente al Regimiento, ya que lo habían trasladado allá y que en la Comisaría no había presos políticos”. Ella concurrió durante cinco días seguidos hasta la Comisaría donde recibía la misma respuesta de los funcionarios de guardia. En el Regimiento mencionado la respuesta era “aquí no hay presos políticos”. Se le indicaba además que su esposo podía estar en la Cárcel Pública, Estadio Español o en el local de FELCO, que sirvieron de recintos de detención con posterioridad al 11 de septiembre de 1973. Blanca Mella concurrió a todos los lugares señalados sin poder obtener información de su marido.
Concurrió, entonces, hasta la Fiscalía Militar de Osorno, donde unos oficiales de Carabineros le prometieron que realizarían averiguaciones. Transcurrida una semana desde la detención del afectado, un teniente de Ejército de apellido Pérez le indicó a la señora Blanca Mella que él había llamado a la Tercera Comisaría de Carabineros de Rahue, donde le dijeron, según señalara, que efectivamente Humberto Salas se había presentado en dicho recinto el 24 de septiembre de 1973 y que había sido puesto en libertad el 25 de septiembre de 1973 -al día siguiente- “por falta de méritos”. Lo cierto es que el afectado no regresó a su domicilio.
Algunos días después, cerca del 30 de septiembre de 1973, la señora Blanca Mella se encontró con un vecino de la caleta de Bahía Mansa. Relata su encuentro con Agustín Segundo Oliva, quien el mismo día que Humberto Salas se había también presentado a Carabineros de Rahue. “Oliva me contó que estuvo detenido en dicha Comisaría, en una misma celda con mi esposo y otras personas”. El viernes 28 de septiembre de 1973, a eso de las 5 de la madrugada, los Carabineros sacaron de la celda a Salas y otros dos individuos, y se los llevaron no sabe dónde. “Cuando lo sacaron iba en muy malas condiciones físicas debido a los golpes y torturas de que había sido objeto”, señala la mujer. El testigo de la reclusión del afectado fue liberado ese mismo día por los Carabineros.
Posteriormente la esposa del afectado siguió realizando gestiones a fin de encontrarlo, presentó inclusive una denuncia en Investigaciones, la que habría dado origen a un proceso en el Primer Juzgado del Crimen de Osorno, sin que conste los resultados de dicha investigación.
Humberto Salas Salas continúa hasta la fecha en calidad de detenido desaparecido sin que las autoridades administrativas de la época o el Cuerpo de Carabineros, se responsabilicen de su detención y posterior desaparecimiento.
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La actual comisaría de Rahue

El final
El Centro de Detención Preventiva y Cumplimiento Penitenciario Especial Punta Peuco está ubicado en la comuna de Til Til y fue creado en 1995 por el entonces presidente Eduardo Frei Ruiz- Tagle. El recinto cuenta con piezas individuales en cuatro módulos —«Alfa», «Beta», «Gamma» y «Delta»—, cada uno con cuarto de estar, cocina y ducha. Cada habitación tiene una cama de 1 y 1/2 plazas y un baño. Actualmente hay cerca de 50 detenidos. Uno de ellos es Adrián Fernández.
A mediados de enero de 1974 Adrián Fernández es trasladado a la Escuela de Carabineros. Pocos días antes había integrado el comité organizador de un rally internacional con vasta cobertura por La Prensa, el diario osornino. En las páginas de esos días aparecen las escasas fotos del capitán Fernández. Días más tarde Fernández se irá a Santiago.
Después de su paso por Santiago, en la Escuela de Oficiales, el capitán Fernández es enviado a Iquique donde años más tarde responde por exhorto -tras una diligencia de la magistrada que investiga las matanzas del sur- alegando total inocencia. Fernández niega todo vínculo con los asesinatos.
 
En 1978 Angelica Gallegos interpuso una querella, patrocinada por el abogado Oscar Álvarez, quien estaba relegado y era magistrado de la Serena. Cuando llegó a Osorno él se encargó de las 18 querellas contra Fernández y El Clan. Las querellas se archivaron. Cada cinco años se presentaban nuevamente para que no prescribieran. El 90 viene el Informe Rettig y la primera querella que vio sus frutos fue contra Adrián Fernández el 2003. Fernández fue sentenciado a cinco años y un día. Cumplió hasta el 2008, luego salió dos años y el 2010 fue nuevamente condenado hasta el 2025 por la muerte de 52 personas en la comuna de Osorno y los alrededores. “Creo que Adrián Fernández no ha pagado por sus pecados y crímenes. Es el causante de la muerte de 52 personas. Él estaba a cargo de la Tercera Comisaría y de todos los retenes de la Provincia de Osorno. La pena para un asesino así ha sido baja. Casi todos los años de mi vida he buscado justicia. Nunca he tenido la justicia necesaria. Creo que a una persona común le dan muchos años de cárcel por un crimen, pero no a este caballero, 52 vidas que tenían familia y quedaron desprotegidos. No hubo justicia; menos cuando ellos no han dicho dónde dejaron los cuerpos. Ellos le han jurado a sus propias familias que eran inocentes, sobre todo a sus hijos. La hija del carabinero Muñoz, El Lolly, me llamó y me dijo: ´Mi padre me ha jurado que no hizo nada´. Le respondí: ´Mire señorita. Durante 16 años estuve en la vereda del frente de ustedes. Y caminé y luché para saber la verdad. Ahora usted está en la misma vereda que yo. Usted, si quiere, acompañe a su padre. Pero durante todos los años que yo grité en la Plazuela Yungay que su padre era un torturador y asesino él nunca se querelló contra mí”, finaliza Angélica Gallegos.
Un gendarme de Punta Peuco me cuenta la siguiente anécdota. Hace algunos meses un abogado visitó a un amigo de juventud que permanece en ese recinto. El anciano, ex carabinero, lo recibió con cariño mientras ambos se abrazaban. Conversan animadamente mientras los distintos internos del módulo salen a ver sus visitas. Uno de ellos, un hombre con sombrero, entrado en años y kilos, busca refugio bajo un toldo.
-Ven. Te voy a presentar alguien- le dijo el anciano carabinero al abogado, mientras se acercaban al tipo con sombrero.
-Buenas tardes. Quisiera presentarlos. Me está visitando un amigo abogado, sureño al igual que usted.
El tipo de sombrero miró de arriba a abajo al abogado, al mismo tiempo que el carabinero agregaba:
-Querido amigo, él es Adrián Fernández Hernández.
El abogado recibió una mirada de odio y desprecio del excapitán Fernández que lo sorprendió. Una mirada donde resaltaban unos ojos que, con el tiempo, adquirían un color más oscuro. Se habían ennegrecido. Fernández, apenas, le estiró la mano y el abogado, sorprendido, la estrechó. Fue en ese segundo que el abogado observó el real rostro del capitán Fernández. Nada había cambiado desde aquellos años de dictadura. Un semblante tosco y altanero, la supuesta superioridad de los vencedores, el desdén a los civiles amparados en la democracia. La mirada de Fernández era aquella de un patriarca que observa a su clan, quien debe total obediencia. El patriarca tiene la verdad y está más allá del bien y el mal. El patriarca del clan es un pequeño dios y la vida de gente inocente vale menos que cero.
El abogado lo miró con tristeza, con cierta pena ante la existencia de gente así, y se dio media vuelta. No había necesidad de actuar en aquel teatro del horror.
 
 

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