“No ver la violencia es el mayor peligro”

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El narrador Daniel Plaza lanza su nueva novela “Desierto”, donde aborda, a partir del enigma de un crimen, los temas de la violencia y la migración en una anónima ciudad.
Por Marcela Küpfer C.
Un policía investiga el crimen de una mujer, ocurrido en el baño de un hotel. El empleado de un locutorio atisba desde su puesto las vidas de los migrantes que intentan sobreponerse al olvido, mientras sobreviven en la ciudad. Promesas, deseos, amores y
temores llenan las páginas de las cartas que Nina escribe a su pareja y a su hijo, a quienes ha dejado en el extranjero. Un narcotraficante, veterano de la noche y de las fronteras, busca eludir la carga de la culpa que el destino le ha impuesto.
Cuatro historias, cuatro momentos, cuatro voces unidas por un final aciago y violento, cuyo origen se esconde en las bulliciosas calles de una urbe de anónimos habitantes, son las que dan forma a “Desierto”, la nueva novela del escritor *Daniel Plaza*, que será lanzada este *jueves 19 de julio, a las 19.30 horas, en la Biblioteca GAM*. El libro, que forma parte del catálogo de *Narrativa Punto Aparte*, será presentado por el escritor Juan Pablo Sutherland y la académica de la Universidad de
Chile, Darcie Döll.
Plaza, autor de la novela “El corredor” –ganadora del Premio Mejor Obra Literaria 2001-, elabora en Desierto una trama coral, inserta en la sólida tradición del *noir* chileno, donde reconstruye con precisión y sin artificios la anatomía de un crimen, buscando respuestas a las preguntas que nadie atiende en una sociedad atravesada por la indolencia y la soledad.
 -¿Cuál fue tu inspiración para escribir este libro?
-Esta novela es resultado de una anterior que venía trabajando
(una que no he querido dar a conocer y tal vez no lo haga), donde su
protagonista rondaba por los lugares del centro de la ciudad, una ciudad
innombrada pero muy latinoamericana. Sus referencias obviamente tienen
mucho que  ver con Santiago, pero también con otras que imaginaba. De esa
novela me quedaron las imágenes de lugares. Me interesaba mucho lo de los
lugares. En esa novela surgió marginalmente un centro de ciudad, o un
rincón de centro de ciudad, habitada por inmigrantes que se reunían en un
mínimo espacio, un espacio pobre, pero en el que generaban modos de
cohabitación solidarios. Eso fue lo primero. Luego alguien me comentó una
escena que había visto en un centro de llamados en el centro de Santiago y
esa escena facilitó la imagen de la totalidad de lo que luego sería
“Desierto”.
 -¿Cuáles son los principales temas que quisiste plasmar en la
novela?
-La violencia, primero que nada. Me perturba la violencia en
sus diferentes manifestaciones. Me preocupa sobre todo esa violencia que es
menos visible, la que está en la calle, en el trato entre unos y otros, en
las condiciones de vida que tornan la vida en supervivencia y no se ve. Las
condiciones de vida como sociedad, el trabajar mucho por muy poco, por
ejemplo (Chile registra una cifra alarmante: más del 50% de la fuerza
laboral trabaja por el salario mínimo). La violencia que ejercen los
Estados es visible, pero cuando la violencia está en todo, en todos,
entonces estamos hablando de una sociedad en peligro. El mayor peligro es
no ver la violencia, aceptarla e incorporarla. La forma en que la gente se
trata, el lenguaje violento “normalizado” en las redes sociales, todo eso
es preocupante para una sociedad. Es una olla a punto de explotar o que
siempre amenaza con explotar. El sistema capitalista en su estado
neoliberal, especialmente en su versión chilena, genera sensación de
“riqueza material”, pero la verdad es que todo esto se da a costa de
jornadas laborales inhumanas, de la instalación de deseos de aquello que no
se necesita (un celular, el artículo de lujo, etcétera). No hablo de la
violencia visible, esa que ejercen los Estados, la delincuencia, etcétera;
hablo de esa otra, la de subirse al Transantiago en condiciones inhumanas y
gastar 2 o 3 horas diarias para viajar desde y hacia el trabajo. La
violencia es una preocupación central en “Desierto”. La mujer, sin duda, es
un símbolo de esa violencia, pues lamentablemente las sociedades violentas
suelen convertir a la mujer en el objeto de la violencia. Hay aquí una
metáfora de estas condiciones de vida alarmantes. Una alarma silenciosa que
nadie mira o quiere mirar.
Un segundo tema es el de la inmigración como expresión de unas formas de
vida donde el desconocimiento del otro genera una sociedad deshumanizada.
Una sociedad que integra sin duda es una sociedad menos violenta. Un país
con una educación que no segregue, que genere espacios de educación donde
todos se encuentran con todos, es obviamente una sociedad que no desconoce
al otro, pues todos son parte de una experiencia común. Una sociedad que se
integra y se encuentra es una sociedad con un mejor futuro. Segregar,
separar, desconocer al otro, es el mejor camino para llevar al
desencuentro. Creo que la imagen del inmigrante es la expresión de esa
problemática, la de aprender a mirar o intentar de alguna forma de
empatizar con esa otra persona. El inmigrante, por presencia, instala ese
desafío a cualquier sociedad.
LA SOLEDAD DE LOS MIGRANTES
-La novela no identifica un lugar específico, pero podríamos reconocer allí muchas ciudades chilenas, como Santiago o Antofagasta. ¿Qué tomaste de estas ciudades? ¿Por qué elegiste un escenario sin nombre?
-No identifica ningún lugar específico porque de fondo había
una aspiración de que funcionara como muestra expresiva de lo que sucede en
muchos rincones del país y del continente. Latinoamérica tiene centros
urbanos bastante parecidos. Me interesó generar una obra que pudiera
referir a esos distintos lugares donde el lector pudiera sentirse
identificado. Sin duda hay mucho de Santiago y podría haber algo de
Antofagasta, pero perfectamente podría haber algo de otros lugares. Los
centros urbanos tienen esta característica de generar espacios comerciales
junto a bastos espacios de marginalidad, de sectores o rincones que van
perdiéndose. En esos rincones es donde ocurre aquello que nadie quiere ver,
la pérdida y la redención, o la resistencia. Nunca mueren, sino que siguen
generando formas de vida que escapan al modelo oficial. Allí, muchas veces,
no siempre, es posible advertir pequeñas expresiones de humanidad que los
espacios oficiales y comerciales tienden a negar u ocultar. Personalmente,
la deshumanización del mundo, generada por las condiciones de vida
impuestas por el capitalismo en su actual estado, me parece altamente
preocupante. Una ciudad es expresión de esas formas de vida oficiales, pero
también oculta los espacios donde esa deshumanización aún no llega o son
resistidas. Esto no es una idealización de lo marginal, en todo caso. Más
bien, es verlo como metáfora de lo que podría ser, eso que siempre resulta
peligroso para las formas de vida oficiales. Humanizar implica, para las
formas actuales del vivir, contravenir lo que se ofrece. Humanizar es
alternativa de reunión, encuentro, solidaridad. No se trata de ser
solidarios ante las tragedias. Ese es un aspecto humano, no nacional, como
se quiere hacer creer. Lo que importa es que podamos observar cómo hemos
aceptado vivir en la segregación, en la burbuja personal, en el interés por
el “pasarlo bien” individualmente (habría que reflexionar sobre qué es
pasarlo bien en la actualidad), sin mucho miramiento a qué sucede con los
demás.
 -La soledad de los migrantes es un tema que sobresale en la
novela, ¿qué motivó esta observación?
-La soledad de los migrantes es una condición inevitable, dado
que se ven sometidos a todo tipo de riesgos al momento de transitar a otros
países. Su soledad es perturbadora. Hay una huerfanía en esa condición. Es
un ser humano que se expone a la desnudez. Su cuerpo, su existencia, son
presas de una profunda huerfanía. Esta huerfanía no es únicamente material,
es también existencial. Allí las emociones afloran como un sentir que puede
resultar traumático: a nadie importa lo que ese ser humano puede sentir, el
migrante importa sólo como un objeto que queda expuesto al servicio de los
deseos o necesidades del otro. El migrante es metáfora de esa condición del
ser humano; cuando el ser humano es invisible para el resto desde su
naturaleza y es convertido en mero objeto de los afanes ajenos, está
perdido, queda reducido a una deshumanización abismante. Ronda a esta
imagen una soledad profunda, desoladora.
-¿Consideras Desierto como una novela noir o policial?
-No la escribí pensándola dentro de una línea específica. Más
bien me interesaron los temas que la cruzaban, también mis propósitos desde
la escritura misma, como intentar un lenguaje que expresara lo antes
mencionado. Al hacerse fue adquiriendo forma de novela que pudiera
clasificarse dentro de la tradición del *noir* o policial. Me ha
sorprendido este hallazgo y no me preocupa realmente. Me interesa que el
libro llegue y encuentro su público lector. Los géneros son formas que en
el tiempo van cambiando. Con el tiempo se verá cómo funciona “Desierto”
desde ese punto de vista.

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