Infancias en tiempos represivos

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En torno a “La casa de los conejos” de Laura Alcoba

 

Por Violeta Arvin Casoni
 
 
El relato escogido  es la autobiografía de Laura Alcoba, escritora argentina exiliada, residente en Paris desde 1979. Narrada durante el año 2006 en Paris, luego de un viaje a la Argentina (2003) y de una visita a la antigua casa que la refugió antes de ser destruida, la cual permanece igual a como quedó luego del asalto -hoy en día convertida en museo- la autora decide plasmar sus recuerdos mediante el uso narrativo de una voz infantil.
En este viaje Laura conoce a María Isabel Chorobik de Mariani, madre de Cacho, montonero que vivía con ella en la casa, y abuela de Clara Anahí bebé desaparecida (hija de Cacho), encontrada durante el 2015.[1]
Laura es hija de un militante montonero preso, quien se encuentra en la cárcel durante el período que abarca el relato. Durante algunos meses de comienzos de 1976 se va a vivir clandestinamente con su madre, quien es también militante de la misma organización, a la casa donde funcionaba la imprenta clandestina del periódico “Evita Montonera”, ubicada en la ciudad de La Plata, encubierta bajo la fachada de un criadero de conejos. Esta casa operativa de la organización se mantuvo durante 1975 y noviembre de 1976, la casa de los conejos existió. Laura y su madre abandonaron la casa a mediados de 1976, tiempo más tarde la imprenta fue destruida en un operativo que dejo a siete montoneros asesinados y una bebé desaparecida.
Luego de treinta años la autora decide escribir sus recuerdos, aunque señala al inicio del texto que pensó que debía dejar pasar el tiempo o esperar a que no hubiera sobrevivientes, su posterior viaje y visita junto a su hija a la casa y los lugares en que vivió la alientan a trazar dicho recorrido. Además de confesar que pese a que es una historia que evoca a muertos era imprescindible para los vivos.
Desde una subjetividad íntima Laura utiliza la voz y la mirada de una niña para reconstruir una historia personal y generacional. Por un lado aborda el clima de violencia, secuestros de bebes, desapariciones, angustia y miedo propio de la década en el marco de una época de dictadura, como la cotidianeidad de militantes agobiados por las presiones y peligros eminentes al contexto. Por otro lado la imagen de una niña vulnerable, obligada por las circunstancias a vivir en clandestinidad (utilizando documentación falsa, cambiándose de domicilio, visitando a su padre en la cárcel, encontrándose con sus abuelos a escondidas, perdiendo su apellido, viajando a escondidas sin saber por qué).
 
Micropolíticas Familiares
 
Si bien es cierto gran parte de las reflexiones en torno a la historia de las décadas del 60 y 70 tienen como eje central la movilización social, los movimientos políticos armados y el terrorismo de Estado; también se han ido sumando una serie de publicaciones abocadas a los testimonios que narran las historias de vidas y las experiencias de militantes que fueron víctimas del terrorismo de Estado.
A partir de estas historias de vida y desde la memoria autobiográfica se reconstruyen y se narran eventos significativos. Hay una conciencia de la experiencia vivida a partir de una conceptualización de recuerdos casi olvidados que historizan la identidad: escenarios, escenas, personajes, eventos, tramas desde una memoria autobiográfica.
Las autobiografías, como material secundario de análisis, facilitan y adquieren relevancia, en tanto comprensión de principios organizativos de la experiencia y por tanto de la subjetividad, develando modos de interpretación de la realidad histórica en que se vive. (Loureiro, 1991) La comprensión histórica de la autobiografía ofrece un modelo de una época histórica en que el sujeto ordena su experiencia en un momento determinado, articulando mundo, yo y texto, problematizando la historia, el poder, al sujeto, la esencia, la representación, la referencialidad y la expresividad.
En este sentido la memoria y el testimonio tienen un lugar importante en la construcción de un relato histórico respecto a las atrocidades cometidas en regímenes de dictadura en el siglo XX, en donde se erigen los lugares de las experiencias personales transmitidas por los testigos y la memoria como ejercicio de recuperar una historia, muchas veces silenciada. El análisis es realizado desde el caso de la autobiografía de la escritora argentina Laura Alcoba, con respecto al terrorismo de Estado acontecido en la década de los 70, como evidencia de sucesos que muchos Estados latinoamericanos intentaron borrar u ocultar, solapando tanto movimientos de resistencia como actos de represión.
La memoria autobiográfica aparece como una práctica y una subjetividad signada políticamente con una direccionalidad específica: resistir ante los relatos oficialistas. Así frente a las narrativas dominantes del Estado comienzan a tejerse relatos que ponen en tensión las retóricas hegemónicas. Laura nos presenta sus memorias como una ruptura del silencio pactado, no sólo ante el Estado sino que ante su familia y seres queridos también, mostrando la conciencia parcial de la infancia y la indagación posterior. Dando cuenta cómo vivió su infancia en tiempos represivos.
 
La narración se erige desde la clandestinidad, el miedo, la incertidumbre, el terror y la inocencia y perplejidad de una niña que debe asumir responsabilidades adultas y debe comportarse casi como una militante comprometida, debe mantener oculto lo que verdaderamente es el lugar, conocer reglas de seguridad, pasar desapercibida en la escuela, manejar secretos y otros, que en algunas ocasiones la llevaron a cometer errores poniendo en peligro a la organización y que la sometieron a algunos regaños.
Este cuerpo de narración instaurado en torno a la memoria y a la recuperación de lo que fuese la última dictadura militar de la Argentina se erige en una zona silenciada de su infancia, mediante la visibilización que implica nombrar y dar forma narrativa a los hechos acontecidos: hijos e hijas de militantes desaparecidos, presos políticos y exiliados en tiempos de dictadura.
Reconocer en el relato la marca temporal que lo estructura permite poder situarlo y comprenderlo desde dónde se enuncian los hechos del pasado y de qué forma es resignificado desde la etapa de la vida que se recuerda. Lo “dicho” en este caso da cuenta de una óptica particular: haber vivido una infancia marcada por la militancia armada de sus padres. El “deber de la memoria” se cruza intergeneracionalmente e intersubjetivamente para que Laura desde la niña que fue, vuelva a serlo en función de transmitir su experiencia de la dictadura y del terror. El mandato de silencio impuesto por los adultos y obedecido por ella, comienza a ser trasgredido con la escritura. Una obediencia que se sostiene en el miedo, terror y silenciamiento de los hechos que la rodeaban.
Desde La casa de los conejos, es posible vislumbrar un imaginario de subjetivación que da cuenta de los silencios en que se fundan algunas genealogías familiares (Agamben, 2007) situadas en determinados contextos sociológicos e históricos, como lo es una dictadura, que lo propician. Pero la experiencia no se limita a una vivencia individual, sino que se integra el cúmulo de experiencias sociales que componen una época.
La ruptura del silencio pactado a través del ejercicio de reminiscencia, desnuda el mandato y el terror con que personas como ella vivieron desde la infancia. En su mundo no existen tipos ideales, convencionales ni tradicionales que permeen la infraestructura de un hogar, la rutina diaria o las figuras parentales. No hay casas de tejas rojas como en las ilustradas en libros para niños/as (Alcoba, 2008) ni padres que vuelven del trabajo por la tarde; hay armas, autos robados y nombres falsos.
La memoria como tránsito entre el pasado y el presente, resulta de una interacción compartida como lo es la cultura, pero vivida por cada sujeto de manera individual, a propósito de que en algunos casos “los otros no lo entenderían”. En este escenario Laura es testigo y participe de la militancia de sus padres, aprendiendo a callar, ocultar miedos y comportarse como un adulto. Una infancia configurada por la elección de sus padres y la de toda una generación.
La narración completa da cuenta de cómo irrumpe la violencia de una dictadura en la vida de una niña de siete años. Laura se posiciona, a través de la escritura, en su subjetividad, desde su experiencia infantil, relatando desde el imaginario de una niña de siete años, haciendo el ejercicio de volver, desde adulta y situarse en ese espacio de la niñez contando cómo se entra a la clandestinidad.
La historia es trabajada a partir de fragmentos, imágenes de su infancia, de cierta forma inconexas, que tenía en mente. Se evoca a un tiempo otro, desde una voz que construye un enlace entre el pasado y el presente que se recuerda, operando como una estrategia la incomprensión de los/as hijos/as ante la militancia de los padres, ante la disciplina impuesta por la vida en clandestinidad y a los peligros que están expuestos. La temporalidad puesta en tensión sigue las oscilaciones de la memoria entre idas y vueltas de lo que se evoca.  Imbricando así la militancia comprometida como parte de sus responsabilidades adultas, la importancia de callar, ocultar todo rasgo de subversión, ser consciente de qué errores pueden agudizar la situación de peligro y por sobre todo lealtad y obediencia.
            Aunque diríamos que son temas pocos pertinentes para una niña, nadie en el relato pareciera advertirlo o pronunciarlo; lo único que se le pide es que no diga nada de lo que ve, piensa, siente o sabe de la actividad de sus padres. En este sentido las representaciones familiares no sólo se componen de las historias conocidas dignas de transmisión generacional, sino que también de sensaciones enmudecidas, situaciones imposibles de enunciar que componen los relatos familiares fantasmas, que son cuestionados desde la fusión entre una narradora adulta y una narradora niña.
Laura como sujeto que construye una identidad narrativa como objeto de sí mismo, toma distancia para poder reflexionar sobre sí misma, inscribiéndose tanto en el pasado como en el presente para abordar las complicaciones de la experiencia vivida.
 
La narrativa como proceso de interpretación de una historia, en este caso, por medio de una experiencia personal, y diríamos grupal también, son fundamentales para comprender la articulación de un relato como el de La casa de los conejos de Laura Alcoba, dejando entrever un corpus de narración en torno a la memoria y a la recuperación del pasado. Estas marcas temporales permiten resignificar distintas etapas de la vida desde las que se recuerdan, con deseos de transmitir, construir, legar, crear identidades y pertenencias.
Exponer escenas de la vida privada, a través del trabajo autobiográfico implica un acto de rescate que repercute en el orden de lo íntimo e inscriben nuevas narraciones en los relatos del terrorismo de Estado, como es el caso del relato analizado. A partir de la recuperación de una narrativa que involucra a hijos e hijas de militantes desaparecidos, presos políticos y exiliados de regímenes dictatoriales. Así como las narrativas familiares que le fueron legadas junto a su experiencia. Todas ellas temáticas relevantes a abordar en campos de investigación más extensos y profundos, que permitan ahondar en relatos de intercambios generacionales que confluyen en la subjetividad de imaginarios particulares de una generación.
 
Laura Alcoba (1968) nació en La Plata, Argentina. Desde los 10 años vive en Paris, licenciada en letras de la l´Ecole Normale Supérieure, especialista en el Siglo de Oro español. La casa de los conejos es su primera novela (2008), Jardín Blanco (2010) es su segunda novela, la siguió Los pasajeros de Anna C. (2012) y Blues Bee (2013).
 
 
Bibliografía
 
Agamben, G. (2007) Infancia e Historia. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora.
 
Alcoba, L. (2008)  La casa de los conejos. Barcelona: Edhasa
 
Daona, V. (2013) “Había una vez una casa de los conejos”. Una lectura sobre la             novela de Laura Alcoba. Aletheia, 3, pp 1-17.
Loureiro, A. (1991) La autobiografía y sus problemas teóricos. Estudios e             investigación documental. Antropos, 29, pp 2-9.
 
 
 
 
 
 
Imágenes Casa de los Conejos
 
 
 
 
 
[1] María “Chicha” Mariani, abuela de Clara Anahí es una de las fundadora y ex presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo y en 1989 de la Fundación Anahí, quienes en diciembre de 2015 informaron que fue encontrada tras 39 años de búsqueda.

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