El jardinero de las estrellas

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Roberto Gallegos me cita a las 21:00 en una terraza, íntima y encantadora, del centro de Madrid, que descubro como sacada de un cuento de hadas urbano. El jardín secreto, se encuentra en la cuarta planta de un comercio de la calle Montera 37, donde sin esperarlo se alza un jardín repleto de plantas y flores frescas. Un espacio natural decorado con destellos vintage y en el cual todos los detalles están cuidados al máximo; un auténtico oasis entre los edificios y el caos de la capital.
Llego veinte minutos antes de la hora indicada para darle los últimos retoques a la entrevista, pero, para mi sorpresa, me lo encuentro ahí, en una de las mesas del fondo, con su imperturbable sombrero negro.
– Realizar aquí la entrevista, en este maravilloso paraje; ¿es el lugar ideal para hablar sobre El jardinero de estrellas?
– La verdad es que sí. La fusión exacta de este rincón entre naturaleza y ciudad es perfecta. Aúna visualmente algunos de los pasajes del libro, ese Cambio de pupilas, cambio de paisaje,donde el doctor Ramírez y la señora Clara eran unos jóvenes intelectuales gamberros. Pero lo mejor vendrá dentro de un rato, cuando empiece a anochecer; el techo se cubrirá de estrellas y, ahí sí, nos meteremos dentro de la novela.
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– ¿Cómo está siendo la recepción del público a esta aventura tan dinámica y entretenida y, a la vez, tan filosófica?
– Pues genial. Es cierto que no hay nada más difícil que hacer sencillo lo que es muy complicado, como puede ser el tratar ciertos asuntos espinosos o enmarañados y desgranarlos para poder llegar a todos; pero me siento muy cómodo en esa ambigüedad donde una misma frase toma dos direcciones: una superficial y otra mucha más honda y compleja.
– ¿Es una apuesta para intentar abarcar lo que otros no se atreven? 
– En realidad no es ningún tipo de apuesta o desafío; simplemente considero que el hecho de distinguir y separar al público como si fuera ganado me parece un gravísimo error. En ocasiones el ego del escritor no le deja mirar más allá de su tinta, y si una obra se sectoriza y pasa por más filtros de marketing que un disco de Justin Bieber, mal asunto. Ese tipo de barreras son inventadas por aquellos que la universalidad les resulta un campo demasiado amplio. La literatura no tiene dueño.
– La literatura ni el resto de artes, ¿cierto? Cuéntame, cómo es eso de romper con lo establecido y hacer de cada presentación un acto único y diferente.
– Al igual que las letras son libres y están hechas para ser masticadas y saboreadas por la gente, de niños a mayores, sin importar país, cultura o preferencias, las demás artes también necesitan salir de su jaula. Con El jardinero de estrellas tengo diferentes formatos de conexión para no cejar nunca en el empeño de seguir modernizando la puesta en escena. Un formato teatral que es donde, junto a la agrupación Los Soñistas, se dan de la mano el teatro, la danza y la música. Uno más cercano e intimista para librerías, centros culturales… Y un nuevo proyecto, que como un animal sin domesticar va cobrando vida, y es el de lanzarme sin red a los Poetry & Rock; subir las humanidades a lomos de una guitarra eléctrica y en la mejor de las compañías es una experiencia increíble. Yo soy de los que creen en el aprendizaje infinito persiguendo el lema de: “si algo funciona, es el momento de cambiarlo”.
– ¿Pero eso no es una contradicción?
– Para nada. Los que vivimos y hacemos apología del constante cambio no le tenemos miedo, ni tan siquiera respeto, a lo que nos pueda aguardar el futuro porque formamos parte de él. Cuando una fórmula ya ha resultado existosa eso quiere decir que es el momento perfecto para buscar e investigar nuevos campos. No hay nada más aburrido que aburrir a la gente. Además, contradecirse es lo correcto, de ahí nacen mil ideas maravillosas, aunque de eso ya hablaremos más adelante.
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– He de confesar que en el estreno del Círculo de Bellas Artes de Madrid, con esa obra de teatro musicalizada, me sorprendiste; sabía que iba a asistir a un gran evento, pero fue de una carga de emoción tan excepcional que superó mis expectativas. 
– Muchas gracias. ¿No te esperabas que estuviera tan loco como para mezclar en una presentación a Pink Floyd con Debussy? (Risas) Las chupas de cuero y los tutús combinan genial.
– Un loco muy sabio, Gallego. Y sobre ese formato nuevo, esa vuelta de tuerca que indicas de subir la literatura a lomos de un rock and roll, ¿me puedes adelantar algo?
– Top secret, los números de los ilusionistas no se revelan, ¡sino qué insípido sería todo! Solo te adelanto que ese animal creativo sigue creciendo y creciendo y, ojalá, para la siguiente vez que nos veamos pueda contarte que estamos en un estudio de grabación con fechas de lanzamiento en la agenda. Es un lujo conocer a gente tan profesional; ese es el mayor de los regalos que me llevo a la cama cada noche. El proyecto es un diamante en bruto.
– Qué maravilla ese aporte tan diverso que le das a la sociedad; ansioso me dejas ante tan hermoso proyecto. Porque eres muy social, de eso no cabe ninguna duda, donde además, y volviendo a la novela, tengo entendido que es benéfica junto a Save the Children…
– Sí, y es un privilegio para mí. El arte ya es útil por sí mismo, pero si además le sumas que la recaudación de 1€ por ejemplar vendido va para sus labores de lucha y protección de los Derechos de la Infancia, lo que provoca es que la ilusión y la solidaridad amplíen sus horizontes empujándonos a pensar que otro mundo es posible.
– Ilusión que durante el mes de agosto te llevó a actuar en Buenos Aires. ¿Cómo ha sido eso?
– La recepción de mis letras en países latinoamericanos, por suerte, siempre ha gozado,  y cada vez más, de una calidez espectacular. Gracias al programa de radio porteño Paisaje Literario se organizó un acto en Palermo Hollywood desafiando al invierno argentino; fue un sueño hecho realidad. Julietta se está haciendo mayor; ay, se me cae la baba como a un padre primerizo. (Risas).
– Y para Chile, ¿cuándo?
– ¿Es una propuesta indecente? Me encanta, esto se pone interesante. (Más risas) A la próxima, hacedme un hueco en Santiago, y os prometo montar el mejor show del siglo XXI.
– Te tomo la palabra, Roberto. Y es cierto, está empezando a oscurecer, y este lugar invita a relajarse, tomar una cerveza y dejarse atrapar por tu libro.
– Este escondite es fabuloso. Pues si te parece hacemos una cosa: nos tomamos una Cibeles, que está riquísima, brindamos y te leo un fragmento de la novela. ¿Qué la literatura es aburrida? Venga, por favor…
Y así, compartiendo el inicio de la noche con este característico escritor, mitad cuerdo, mitad mago, en mi paladar se entremezcló la espuma de la cerveza con su hermosa voz de duende que decía: “Vivir no es sólo respirar. Vivir es otra cosa”.
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