Yo Patán. Memorias de un combatiente, y Capítulo XXI del libro

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Yo Patan (1)
“Hay personajes que concentran en una sola experiencia de vida un crisol de existencias. Manuel Cortés Iturrieta, “Patán”, es uno de ellos. Fue miembro del Ejército de Liberación Nacional (ELN), la guerrilla del Che en Bolivia y, más tarde, como militante del Partido Socialista integró de modo destacado el dispositivo de seguridad del Presidente Salvador Allende, GAP. En esas funciones le correspondió ser “chofer 1” para el Comandante Fidel Castro Ruz durante su visita de Estado a Chile, y acompañar al Presidente Allende en varias de sus giras internacionales. El 11 de septiembre de 1973 combatió con las armas a los golpistas desde el Ministerio de Obras Públicas, a pasos de La Moneda. Posteriormente, luego de una temporada exiliado en México, se formó como oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba y, junto a decenas de otros internacionalistas chilenos, integró en Nicaragua las fuerzas del Frente Sur del FSLN. Entró a Managua liberada un cuarto para las ocho de la mañana del día 20 de julio de 1979 y no volvió a irse durante varios años, entregándose de lleno a la conformación y entrenamiento del Ejército Popular Sandinista.
La vida y combates de “Patán”, narrados aquí en primera persona con sencillez y pasión, son un testimonio imprescindible; aquellos con que han de escribirse los momentos más luminosos y dramáticos de nuestra historia”.
MANUEL CORTÉS ITURRIETA, “Patán”. (Santiago de Chile, 1942). Miembro del Ejército de Liberación Nacional (ELN), la guerrilla del Che en Bolivia. Integró de modo destacado el dispositivo de seguridad del Presidente Salvador Allende, GAP. “Chofer 1” para el Comandante Fidel Castro Ruz durante su visita de Estado a Chile. Combatió con las armas a los golpistas desde el Ministerio de Obras Públicas el día 11 de septiembre de 1973; Oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba. Integró en Nicaragua las fuerzas del Frente Sur del FSLN y más tarde puso a disposición del gobierno revolucionario su experiencia militar para la conformación y entrenamiento del Ejército Popular Sandinista”.
ARNALDO PÉREZ GUERRA (Santiago de Chile, 1971) es licenciado en Historia por la Universidad de Chile, y ha trabajado como periodista y colaborador de medios de comunicación chilenos como Punto Final, Periódico Mapuche Azkintuwe, Web Liberación, entre otros.Ha publicado en medios internacionales como La Insignia, Rebelión, y Proceso. Formó parte entre los años 1987 y 2000 de movimientos revolucionarios y subversivos, y fue prisionero político en 1991 y 1996.
En el siguiente texto José Miguel Carrera nos entrega una particular visión del libro y su autor.
YO, PATÁN. MEMORIAS DE UN COMBATIENTE
En los trances duros, los señoritos invocan a la patria y la venden;
 el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre.
Antonio Machado.
En esta época que vivimos, los chilenos nos hemos acostumbrado/cansado de ver en los medios de comunicación a autoridades, senadores, diputados, magistrados, alcaldes, generales, monseñores, que no vale la pena nombrar; vinculados a escándalos de dineros, corrupción, mentiras flagrantes, abusos de poder, abandono de deberes, represión a inocentes, lo que ha puesto en entredicho su comportamiento ético ante la sociedad y el falso respeto que tienen al cumplimiento de las normas morales y legales que determina el boato republicano actual. Frente a eso, reiteradas palabras de la autoridad tales como: Patriotismo, Democracia, Justicia, Dignidad, Igual, Equidad; no son nada más que hueca palabrería para gran parte del pueblo llano.
Pero un día, hoy, nos encontramos con este relato escrito de la vida de un chileno sencillo, militante de la izquierda popular del siglo XX; y de pronto pensamos seriamente que la vida tiene futuro en nuestro país. ¡Que aún tenemos patria!, porque hay hijos de esta patria que son portadores de un pasado digno y ejemplar.
“Quisiera hablar de las lecciones de lo que he vivido, de lo que ha pasado en este país… Las lecciones de la historia” (269), esa es la misión que se propuso Manuel Cortés, con la colaboración de Arnaldo Pérez, en este libro excepcional. Patán ha participado en encuentros con muchas organizaciones de estudiantes, pobladores y trabajadores; ahí relata sus vivencias, también sus opiniones han sido es publicadas en medios nacionales e internacionales, pero no estaba conforme, quería aportar y decir lo que piensa. Sabe que los revolucionarios estamos armados de la literatura que hemos sido capaces de leer, la palabra escrita forma identidad.
Cuando hace un par de años, conversamos sobre esta tarea con Dauno Tótoro e Ítalo Retamal, directores de Ceibo Ediciones, se interesaron de inmediato. La Editorial cumplió su palabra, se inició un largo trabajo de entrevistas realizadas por Arnoldo Pérez Guerra (1971), que se materializa en esta obra, incorporada a la creciente Colección Crónica y Memoria, “Yo  Patán. Memorias de un Combatiente”, de Manuel Cortés Iturrieta (1942).
Este testimonio constituye un hermoso eslabón para la memoria colectiva chilena y de nuestra Patria Grande Latinoamericana. En una edición de 380 páginas, treinta y un capítulos, anexos y una colección de cuarenta fotografías, algunas muy especiales, como la que ilustra la tapa del libro, en ella se ve a Manuel Cortés manejando el auto que lleva al Presidente Salvador Allende y al Comandante Fidel Castro, en su visita oficial a Chile en 1971. Enriquece de sobre manera el relato, un amplio trabajo de contextualización (Notas) del Licenciado en Historia y Periodista Arnaldo Pérez.
La vida premia, y esta vez me da la oportunidad, realmente un honor, de estar en la presentación de relato testimonial de la vida de Manuel Cortés, bautizado como “Patán” por sus ejemplares compañeros del Dispositivo de Seguridad de Salvador Allende; sobrenombre que al principio rechazaba y que refrendó magistralmente el propio compañero Presidente: “Patancito, a mucha honra, oyó”, y fundamentó: “Mire compañero, yo le voy a contar a usted la historia de quienes son los patanes. Los Patanes fueron la única tribu de la India que no aceptó jamás la bota imperial de los ingleses, fueron los únicos que se le plantaron con armas en las manos al Imperio Británico. Y cuando ellos se quieren referir a una persona que es terca, porfiada, que no da su brazo a torcer, que no se le puede convencer, le dicen de forma despectiva. Eres un Patán.” (83)
Considero a Manuel, desde hace mucho tiempo, como uno de mis hermanos mayores en la lucha política, junto el otro también muy querido, Sergio Galvarino Apablaza, “Salvador”, no sólo por ser mayores que uno -del que escribe esta nota-, sino por el ejemplo que representan, por la humildad y sencillez con que dan a conocer sus extraordinarias vivencias revolucionarias y por su papel dirigente en las luchas que vivimos juntos. Debo aclarar que mencionaré varias veces las palabras revolución y/o revolucionarios, conceptos que ya no se usan mucho o casi nada en los partidos de orígenes de estos, mis hermanos mayores.
Manuel es un compañero de lucha, de formación militar, oficial, socialista de esos de antes, que todavía habla de revolución, de socialismo, de lucha de clases, de proletariados y burgueses. Desde una población del Barrio San Eugenio de Santiago de Chile, trajo su olfato de clase y desde un taller de mecánica de vehículos terminó militando en el Ejército de Liberación Nacional, ELN de Bolivia.
De los combates del 11 Septiembre de 1973 contra los militares golpistas, salió al exilio. Luego se convirtió en oficial de Tropas Generales en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba y combatiente internacionalista en Nicaragua. Es portador, por tanto, de una gran experiencia revolucionaria en varios países de nuestra América, Chile, Cuba, Nicaragua, México, Bolivia y quizás otros más. Ya no milita en el PS, del que fue miembro de su Comité Central. Está convencido, lo relata en su libro, que los actuales dirigentes socialistas traicionaron la memoria de Salvador Allende y de Exequiel Ponce Vicencio, que dieron la espalda a los militantes que entregaron la vida por las ideas del socialismo y al pueblo allendista: “Disputábamos con el Partido Comunista la vanguardia revolucionaria del pueblo chileno.”…”El Partido Socialista tuvo un pensamiento y una práctica revolucionaria, que se fueron forjando durante muchos años, prácticamente desde 1938”. (269)
En un país como el nuestro, cuya historia oficial constituye un muro de mentiras que separa a los chilenos, no tiene mucha diferencia con los muros sangrientos que separan en la actualidad a otros pueblos del mundo. Pero esa historia oficial que nos enseñan en la escuela desde pequeños, no es, en verdad, la única historia con la que militantes como Manuel deben lidiar; en las propias historias de los partidos tradicionales de la izquierda, también se miente, en ella se ocultan muchas traiciones a la lucha popular.
Este libro de Memorias de un Combatiente, desafía todos esos relatos  sesgados, es como si Patán lo levantara en su mano izquierda, cual granada casera de contacto, y lo lanzara al viento en contra esos muros de historias oficiales. “Precisamente, por eso me decidí a escribir mi visión, mi experiencia y entregarlas a las generaciones futuras. Porque la mentira nunca va a prevalecer: la verdad la pilla siempre… Sé que van a despotricar en mi contra, pero que despotriquen. A nadie le tengo que bajar los ojos. A nadie le falté, no le he traicionado.” (279)
Tuve el honor de conocer a este tipo de socialistas, en plena guerra de liberación en Nicaragua, sabía de la seguridad que habían brindado al presidente Allende. Ellos eran un poco mayores, tenían más experiencia y carrete político. A “Miguel González”, seudónimo guerrillero de Manuel, fue el primer socialista que abordé cuando regresaba muy agitado de intentar incorporarse a una columna guerrillera en el borde delantero de nuestras fuerzas, en el Frente Sur Benjamín Zeledón del FSLN, muy cerca de un pueblito llamado Sapoa. No alcanzó a llegar a tiempo y eso lo salvó: el jefe de esa columna, junto a varios de sus combatientes murieron durante una ofensiva guerrillera en la zona del puente del río Ostayo, en el Departamento de Rivas de ese país hermano.
Su amigo, otro internacionalista socialista, que recuerdo bien, era el “Rucio”, Francisco “Pancho” del Río, fallecido recientemente, quien fue uno de los primeros cuatro oficiales artilleros chilenos en llegar a la guerra y participar en la toma del pueblo fronterizo de Peñas Blancas. Con él venían Leonardo, Manuel y José, también hermanos socialistas.
Los camaradas socialistas, en especial los del GAP, eran muy fraternos con nosotros. He aprendido que a veces los mismos dirigentes de los partidos provocan con sus discursos divisiones entre los revolucionarios. Los golpistas de Pinochet mataron y desaparecieron por igual a militantes socialistas, comunistas y miristas. No hicieron distinción por orgánicas, sino por origen de clase, asesinaban sobre todo a los dirigentes populares y obreros de esos partidos. No hay razón para impulsar el sectarismo entre nosotros – enseñanza para hoy-, las balas enemigas no hacen diferencia. Matan o reprimen por igual a cualquier militante o combatiente, independientemente del partido que fuera.
Este libro de Manuel y Arnaldo, cual memorias de la Patria Grande, es muy necesario para los revolucionarios de hoy. Desde sus primeras páginas vincula experiencias, aciertos y errores, en la actividad de los organizadores revolucionarios, en especial los errores, cuando se refiere la vida del héroe socialista Elmo Catalán, asesinado en Bolivia:“Pienso que algunos se están repitiendo: la desesperación por volver a recrear todo.” (39)
De su infancia narra este libro, “nací prácticamente en un garaje”, también de su servicio militar en el norte, o cuando lo reclutaron en su población para el ELN del Comandante Che Guevara. De su respeto y admiración al “Doctor” como le decían a Allende en el GAP: “El presidente dijo que la semilla que se sembró en la conciencia de la gente perduraría. Y ese es el motivo por el cual surgen nuevamente las ideas del socialismo…”, “El socialismo no está muerto”. (289)
El Golpe de Estado y su actuación el 11 de septiembre, combatiendo desde el Ministerio de Obras Públicas, marcó su vida para siempre. Su relación con los jóvenes oficiales comunistas chilenos también: “Muchos chilenos combatieron en Nicaragua. Algunos de ellos dieron origen al Frente Patriótico Manuel Rodríguez FPMR. Eso fue bastante secreto, o sea, se mantuvo bien la compartimentación. Yo, como miembro del Partido Socialista, no sabía lo que estaba sucediendo con el FPMR.” (241)
Vivió la división del Partido Socialista como militar y expresa su dolor al terminar su militancia en el PS, que ya no era el mismo. “Y me causa un profundo sentimiento de pena y desprecio ver a estos tipos que se dicen socialistas y que en realidad son empresarios, negociantes, metidos en fraudes, y que solo les interesa el lucro, pero siguen utilizando el nombre del socialismo y sacándose fotos con imágenes de Allende…” (279)
“Un día me mandaron una tarjeta para hablar con ellos. Decían que me querían arreglar”. –Se refiere al mensaje del Huaso Calderón y el Piyayo Vidaurre, eminentes socialistas, ellos ya estaban ‘colocados’ en el primer gobierno de la Concertación- Manuel relata su respuesta: “Yo no necesito arreglarme huevones. Sigan tomando cafecito ahí en el Congreso. Este cafecito me lo compro yo, ¿Cuánto vale?, les dije…” (42).
En las Palabras Finales del libro, redunda en su visión actual de la política en nuestro país y de los revolucionarios. “Todas las discusiones económicas y políticas tienen un trasfondo ideológico, que es las luchas por la hegemonía y el poder mundial. Por lo tanto, se lucha en el terreno de la cultura, la religión, lo económico-social y, por cierto, lo militar.” (288)
Manuel, este socialista chileno, allendista de tomo y lomo, incorporado a la política desde su juventud, reclutado en la antigua Población Balmaceda, conocida como la Central de Leche Chile, en el Barrio San Eugenio, que recorrió nuestra América, que domina la mecánica de autos al revés y al derecho, que con la experiencia acumulada y su instinto de clase sigue haciendo política hoy, no olvida a sus compañeros del GAP: “Por lo tanto, el presidente Salvador Allende y el grupito de compañeros que murieron combatiendo son los únicos héroes que defendieron el gobierno legítimo, la Constitución y la ley… (128)
https://vimeo.com/142539948

Comando de la Guardia Nacional en Sapoá. Fue asaltado y quemado por la guerrilla. Luego se utilizó como cocinería y alojamiento. Los guerrilleros portan fusiles FAL y un Galil.
Comando de la Guardia Nacional en Sapoá. Fue asaltado y quemado por la guerrilla. Luego se utilizó como cocinería y alojamiento. Los guerrilleros portan fusiles FAL y un Galil.

CAPÍTULO XXI DEL LIBRO:
DE CUBA AL FRENTE SUR
De madrugada apareció la gente de la División de Operaciones Especiales (DOE) y nos hicieron levantarnos, así como estábamos, en calzoncillos. Habíamos practicado con cañones sin retroceso todo el día… Nos llevaron a otro cuarto en el que tenían desparramadas montones de camisas y corbatas: -“Ponte esta camisa, a ver cómo te queda, y ésta corbata…”. Nosotros sin pantalones, en calzoncillos y a pata pelá.
Cuando estábamos listos, nos ubicaban contra una pared blanca y nos sacaban fotografías. Era para nuestros pasaportes. Después, pasábamos a otro lugar donde un compañero llenaba una planilla y una declaración jurada, donde debíamos señalar a quién queríamos que se avisara en caso de nuestro fallecimiento…
En la planilla te bautizaban. Te quedaban mirando y te decían: -“¡Ya! Vos te vas a llamar zutano, y ¿qué apellido? Tal…”. Ahí me bautizaron. Yo me puse “Miguel”. Después me acordé de un compañero, “el Chirola”, que estaba en México, y me puse su apellido: “González”. Había que tener dos apellidos y le dije: “Sánchez”. Así quedé como “Miguel González Sánchez”. Estuve nueve años llamándome así. Con el pasaporte, viajamos a las ocho de la mañana a Panamá, en un vuelo normal de Cubana Aviación.
Nos dieron una maletita bastante sui generis porque era blanca con rojo, de esas de vinil, cosidas a su pinta[1]. Adentro llevábamos un uniforme completo verde olivo, mudas de ropa, la gorra, un par de prismáticos soviéticos con filtro infrarrojo, regla táctica y de tiro para distintas armas, etcétera.
Nos subieron al avión y despegamos. En vuelo, nos dicen: -“Ustedes son un equipo de pesca deportiva del pez vela, ¿entendido? Van a un campeonato en Panamá”. Y nosotros: -“¿Nos están hueviando?”. A todos nos dieron un traje no muy distinto: pantalón, chaqueta con solapa y cuello corto, con cuatro bolsillos… Como si fuera una guayabera.
En ese tiempo, en Cuba, había unos trajes que se llamaban “Safari”, con una telita blanca, verde o beige -medio “amariconada”[2]-, con una chaquetita suelta, de cuello ancho y sin nada adentro. O sea, servía para pescar… Llegamos al aeropuerto y nos encaminaron hacia Policía Internacional. Ahí nos encontramos con dos cubanos. Yo los conocía. “Salchicha” le decíamos a uno y el otro era Antonio de la Guardia y Font, “Tony”.
Los conocía de Chile y nos pusimos a hablar. “Tony”, dijo: -“Pásenme todos los pasaportes”. Cogió el montón y se dirigió a una de las ventanillas de Policía Internacional. Nosotros estábamos relajados, bromeando. Y el de la ventanilla dice: -“¡Fulano de tal…!”, y nos mirábamos sin saber… Nadie se acordaba de los nombres…
Había un compañero, el “Loquillo”, que se puso cerca de la ventanilla a mirar de reojo de quién se trataba y nos hacía señas. –“Ah, soy yo, sí claro…”, y pasábamos. El funcionario que nos llamaba se reía al ver que nosotros realmente no sabíamos cómo nos llamábamos.
Nos sacaron en un bus de esos que usan los panameños, lleno de pinturas, mosaicos, alegorías caribeñas y con un negro manejando, con música a todo lo que daba. Con esa bulla, que es normal para ellos, hicimos el viaje por tierra… Llegamos a una casa de seguridad donde había más de sesenta nicaragüenses. Nos concentramos a la espera de viajar a Nicaragua. Yo estuve dos días ahí.
Llegaron dos “guaguas” y partimos rumbo al norte. Estábamos conversando y “Loquillo” parado en la pisadera, jodiendo con el chofer. De repente vemos que en vez de dirigirse hacia el aeropuerto internacional, íbamos por atrás y entonces vemos un arco que decía: -“Guardia Nacional de Panamá”, y distinguimos las postas… “Loquillo” grita: -“¡Traición!”. Todos nos pusimos muy tensos. Se asustó, pensó que nos estaban entregando a la Guardia Nacional… Decíamos: -“Tranquilos, calma, si esto está todo conversado”.
Nos metieron en un hangar de esos redondos, tipo norteamericano. Había dos corridas largas de mesas tipo tablero, con todo tipo de tragos y comida para picar. Nosotros no teníamos idea que el ejército panameño estaba junto al FSLN para derrocar a Somoza. Estuvimos ahí como veinte minutos y aparecieron varios militares panameños del Alto Mando.
Un general chiquitito, de cara picada, dice: -“Compañeros oficiales, sean ustedes bienvenidos…”. Era el general Manuel Antonio Noriega, jefe del Estado Mayor del general Omar Torrijos, que era el líder de la Revolución Panameña. -“…Oficiales, sean ustedes bienvenidos a la República de Panamá. Traigo el saludo revolucionario y fraterno de su camarada de armas, mi general Torrijos… Cuenten ustedes con todo nuestro apoyo y nuestra ayuda, y que su misión tenga feliz término, buenas tardes”. Esa fue la bienvenida que nos dieron. Conversamos con los panameños unos veinte minutos más, mientras comíamos. Se retiró Noriega y terminamos de arrasar con las mesas. No quedó nada. Esperamos casi una hora, hasta que apareció un avión DC3. Nos montaron en él y salimos rumbo a Costa Rica.
El avión se detuvo en un aeropuerto de Costa Rica donde había aviones caza, de transporte, pequeños, de origen español. Los aviones estaban cargados con armamento: cañones, morteros, ametralladoras, municiones… nos ordenaron que pasáramos al trote en dirección al otro avión.
Subí al segundo avión. Tuvimos serias dificultades para acomodarnos debido a que estaba cargado con cajas de armamento y municiones. Dieciocho compañeros nos fuimos montados arriba de las cajas o donde pudimos. Por el peso, no cabía nadie más. El avión despegó inmediatamente y volamos alrededor de una hora, después empezó a descender. Había nubosidad baja. No era posible ver dónde estaba haciendo el acercamiento. Hasta que por fin vimos que estábamos en un potrero largo. “Llegamos a nuestro destino”, pensamos.
El avión desciende y se ve una pista de tierra, en un potrero. Hizo un primer intento, pero estaba lleno de vacas… Un vuelo rasante y las vacas se empezaron a apartar… Da la vuelta y se tira en picada… las vacas para acá y para allá… Me entró un poco de pánico. Yo iba en la puerta del avión. Veía que iba muy rápido y el potrero se acababa en un alambre de púas… Ya prácticamente a trescientos metros, el avión se dio la vuelta, colocó los motores en reversa al máximo, carreteó y se fue por una orilla. Logró parar diez metros antes de la alambrada, giró y se encaminó al borde de un bosque. Todos aplaudieron de lo nerviosos que estaban. Abrieron las escotillas por atrás y tuvimos que descargar todo. Había unos pequeños matorrales. -“Todo el mundo abajo, a los matorrales”. Y vamos bajando cajones, bajamos todo. -“Esperen aquí que los vendrán a buscar”. Se fue el avión y enmascaramos la carga. Eran las seis de la tarde, estaba oscureciendo. Nosotros abrimos nuestras maletitas e inmediatamente nos pusimos el uniforme, las botas. -“A prepararnos”. Cuando ya oscurecía, aparecieron cuatro camionetas Toyota. Las cargamos y nos subimos. Partimos a la frontera de noche. Habíamos llegado a la hacienda “El Murciélago” que fue de Somoza…
Recién se había detenido la ofensiva. Nos presentamos con el Comandante Valdivia, jefe del Estado Mayor del Frente Sur[3]. Ahí venía un compañero nicaragüense del que me hice muy amigo: “Washán”, Sebastián González. Con “Washán” montamos todas las municiones arriba de las camionetas. Estábamos en el pueblo de Liberia, que queda como a veinte kilómetros de la frontera con Nicaragua. Ahí hace mucho calor; un mosquerío terrible… Tipo ocho de la noche, llegamos a la frontera, a Peñas Blancas, a lo que era el sector de Aduana costarricense, que estaba abandonado… Los compañeros habían iniciado la ofensiva unos dos días antes. Habían roto la frontera ingresando a Nicaragua y, por lo tanto, esa zona ya era “zona de retaguardia”… Y empezamos inmediatamente a organizarnos.
Nos reunimos ahí mismo, en la Aduana, en los andenes donde se revisan los camiones; una estructura grande. Estaba “Tony” y varios cubanos trabajando; el “Viejo”, que después se quedó en Nicaragua; otro, de tropas especiales que había venido a Chile durante el gobierno de Allende… Se pusieron a distribuir a la gente… Ya se estaba combatiendo.
Nuestra primera misión era incrementar inmediatamente el combate, el esfuerzo mayor, que estaba en la carretera Panamericana y que había quedado detenido, parado en el puente del río Ostayo. Eran las ocho de la noche. Al otro lado del río había unas lomas donde la Guardia Nacional había pasado a la defensa. El Frente Sur tenía trincheras, fortificaciones y ya había logrado avanzar. El esfuerzo principal era comandado por un nicaragüense, que nunca pude conocer. Se llamaba “Roger” -Ricardo Vargas-.
Como a las ocho y media me dicen que, como era el que tenía más experiencia, tenía que ir inmediatamente a asesorar a “Roger”, que estaba al otro lado del río, en una hacienda chiquitita que tenía unos corrales de piedra, pircas como les llamamos. Se había atrincherado ahí. Yo les dije: -“Bueno… pero yo voy y, ¿cómo reconozco a ‘Roger’? Díganme”. Entonces, el Comandante José Valdivia, “Marvin”, me dice: -“Hombre, yo te voy a hacer un papel firmado”. Y me hizo todas las notas en un papel, que decía: -“Este compañero va a ser tu asesor, es un oficial altamente calificado”. Y con ese papel me fui… Me dan un fusil y me fui caminando. Estaba oscuro. Eran unos cuatro kilómetros.
Caminé y caminé, y no podía encontrar a “Roger”. En la oscuridad y dura balacera… Y entre los disparos, veo que vienen cincuenta o sesenta “nicas”… Donde está el río hay un puente, que era impasable; había que vadear por los lados… Y aparecen arriba, a una altura que -por el mapa que tenía- era la “altura 50”. Veo que viene gente corriendo, y me quedo ahí tendido. Yo solo y ninguno de ellos me conocía… Algunos corrían con heridos en los brazos. Me acerco y les pregunto: -“¿‘Roger’?, ¿dónde está tu jefe ‘Roger’?”. –“No sé, no sé…”, decían; hasta que alguien me indicó: -“‘Roger’ murió”-“¿Quién es el segundo?”, pregunto.
Yo sabía que era una columna con tres pelotones. Pero no había ni un jefe de pelotón. Todos muertos. El jefe “Roger”, muerto. En un ataque de aviación le volaron la cabeza… Y los combatientes completamente desalentados. Me doy cuenta que la tropa huía desmoralizada y pienso: -“Tengo que hacer algo”.
Entonces, me puse a gritar… Me puse a gritar en cubano: -“¡Coño, de acá no se mueve nadie! ¡Todo el mundo a tierra y se ponen a hacer trincheras!”. Traté de organizar a los guerrilleros para que hicieran trincheras… Algunos me mandaron a la mierda, otros empezaron a mirarme feo… Yo me puse a pensar: -“No saben quién soy, pueden creer que soy el enemigo y me van a pegar un balazo”. Así que seguí gritando enérgicamente, hasta que logré convencer a unos diez: -“¡Tiéndete aquí! ¡Tiéndete allá! ¡El resto de los heridos pónganlos ahí!”. Estoy en eso cuando veo que desde atrás venían unas camionetas, y entre medio, veo tres cañones sin retroceso 57 milímetros. Y un chileno flaco y alto. Era mi compadre Del Río, “Antonio Rodríguez”, el Chele.
Nosotros nos habíamos juramentado. Como no teníamos pasaporte chileno, si nos mataban, si moríamos, era imposible que se supiera quiénes éramos, por eso, nos juramentamos que no íbamos a dejar en manos del enemigo ningún cuerpo de los combatientes chilenos para que los mostraran por la televisión… Nos juramentamos que no importando quién muriera, los demás teníamos que rescatar su cuerpo a como diera lugar… Cuando me fui, me habían dado una radio cromada, chiquitita, así como son ahora los celulares. Era Phillips y usaba dos pilitas… Esa huevada no servía para nada, porque después de doscientos metros perdías la comunicación con la retaguardia. No te servía…
…Y aparece mi compadre y me dice: -“Llegó la noticia de que estaban todos muertos… pregunté por vos y me dijeron que estabas muerto. Así que rompí la posición, pesqué tres piezas -las tenían como a cuatro kilómetros atrás, para tiro directo, estaban puestos los cañones sin retroceso como artillería de tiro directo-, y me las traje, y vine a buscar tu cuerpo…”. Ya estaba oscuro y le dije: -“No estoy muerto, huevón”. Y agregué: -¿Ves esas lomas ahí? Esa es la hacienda. ¿Ves esa línea pequeña? Esa es una trinchera, y ¿ves esa otra que está más allá? ¿Te fijas que se están parando? Esos se nos vienen encima porque saben que somos menos de cincuenta… Así que ponte a tirar tiro directo a las trincheras. En ese lado hay una metralleta punto 50 que nos está disparando. Dale a la punto 50…”. Y Del Río se puso a disparar. Tenía el bípode con ruedas, que es chino y que tiene unas ruedas pequeñitas… Y dispara y dispara… Así paramos la ofensiva de la Guardia Nacional[4], esa misma noche. Esa fue mi entrada.
Pasamos ahí toda la noche. Al otro día, nos encontramos con que no había fuerzas para incrementar la ofensiva y romper la defensa del enemigo. Cuando empieza la ofensiva quedamos trancados en el río Ostayo[5]. No teníamos fuerzas suficientes para incrementarla. Pasamos a la defensa y empezamos a avanzar la artillería. Nada estaba claro en ese momento… Recuerdo que “Leonardo”, uno de los oficiales artilleros que envió el PS, no conocía los límites de la línea de defensa y trató de cruzar dos camionetas con cañones sin retroceso por el puente del río Ostayo. Se dio cuenta del error cuando lo empezaron a volar a balazos. Milagrosamente, logró salir con las dos camionetas. La segunda era conducida por un voluntario panameño que llamábamos “Cobra”. Había llegado junto al grupo de otro panameño, “Medrano”, jefe de columna, que se hizo famoso porque grabó en todo el camino y en cada piedra hacia Managua: -“Por aquí pasó Medrano”.
Cuando lograron volver a nuestras posiciones, parecía imposible que hubieran logrado salir. La camioneta de “Cobra” tenía la cabina zurcida de balazos de distintos calibres, hasta de ametralladoras punto 30; le habían dejado un chonguito[6] de palanca de cambio cortada de un tiro. Con desesperación logró maniobrar con el “chonguito” para salir de la emboscada…Estábamos en un cuello de botella, con un río bastante caudaloso que por los bajos costaba mucho cruzarlo. El único paso que había era el puente, pero era impasable, porque había dos ametralladoras punto 50 que tiraban tiros cruzados apuntándole.
Ese fue mi primer combate. No teníamos gente para incrementar. Prácticamente lo que quedó de la columna de “Roger”, que supuestamente tenía ciento cincuenta hombres, eran cincuenta… una debilidad. Con varios tipos desmoralizados, que decían “devolvámonos, que esto está perdido”. Y con esa gente peleando, para que no siguiera cundiendo la desmoralización en la tropa, yo trataba de infundirles valor, y hacerlos construir trincheras, que se quedaran ahí quietos, que tendiditos en un parapeto de veinte centímetros estarían a salvo…
Yo no me di cuenta, pero me paseaba por toda la línea de la cota y sentía que me pasaban los tiros por la cabeza, pero yo caminando rápido… Y no me daban. Tenía un grado de inconsciencia solo preocupado del combate… Llega un momento en que cuando los tiros son tan seguidos, tienes alguna seguridad de que si te estás moviendo es difícil que te den, a no ser que sea una ráfaga larga… pero esa nunca la escuché.
Y después, a reorganizar. Me mandaron dos pelotones de refuerzo, donde venía el viejo carnicero y su sobrino tirador. Le dije lo que había que hacer y volví atrás, a discutir. El comandante que yo tenía que asesorar había muerto. No lo había alcanzado ni a conocer, sólo vi cuando sacaron el cuerpo. Una piedra le había volado la cabeza. Venía el cuerpo sin cabeza, así que tampoco le vi la cara. Cuando empecé a caminar para ponerme a sus órdenes todavía estaba vivo…
Reorganizamos todo y empezaron a llegar los chilenos. Pusimos a un oficial chileno frente a cada uno de los cargos, desde jefe de pelotón, compañías –que allá se llamaban columnas-, artillería, artillería de apoyo, comunicaciones, zapadores, etcétera… Para que les enseñaran a hacer por lo menos la trinchera individual.
Así que en el combate dimos clases, para quitarles la visión del guerrillero: El guerrillero avanza y avanza, no se tiende. Así se estaban regalando[7]. Los primeros cuatro días había alrededor de cuarenta o cuarenta y cinco muertos diarios, incluso gente que no se sabía quiénes eran, que habían llegado voluntarios desde Costa Rica, caminando a pie. Había colombianos, peruanos, uruguayos, argentinos, costarricenses, panameños y de varias nacionalidades más. Así se constituyó el Frente Sur, como un frente prácticamente internacionalista[8].
Vimos que, primero que nada, teníamos que mantenernos en esa cabeza de playa que se había logrado hasta el río Ostayo, que eran casi ocho kilómetros de fondo por unos veinte de ancho… Pero necesitábamos, por lo menos, unos ochocientos hombres en línea para mantener una defensa activa y fuerte… Que no nos pudieran sacar.
Sabíamos que la misión de la Guardia Nacional era empujarnos y sacarnos hasta la frontera de Costa Rica[9]. Nuestra misión era mantenernos ahí, fijarnos en ese terreno y hacernos fuertes. No avanzar, porque así el mayor esfuerzo lo hacía el enemigo. Su misión era sacarnos, entonces nos plantamos ahí y “¡Sáquennos!”[10].
¿Qué pasó? Desde el punto de vista militar, la correlación de fuerzas es: un combatiente que está en la defensa vale 1,6; el que va a la ofensiva 0,5. Con eso ves -según el armamento que tienes, la cadencia de fuego que tiene ese armamento-, qué intervalo necesitas entre combatiente y combatiente. Cuando tienes armas que son de tiro a tiro, necesitas un intervalo de cuatro o cinco metros máximo. Cuando tienes armas automáticas, veinte o veinticinco metros entre hombre y hombre, o sea, aumenta el perímetro lineal de defensa.
Nosotros calculábamos que si lográbamos tener una defensa bien plantada, atrincherada, con sus pozos de tiro, etcétera, con ochocientos hombres afirmábamos… pero necesitábamos por lo menos cuatrocientos o quinientos más para poder avanzar, sino no teníamos fuerzas para continuar la ofensiva, para seguir ganando territorio. Llegaban unos cincuenta voluntarios diarios, pero teníamos cuarenta y cinco muertos al día. Así no avanzábamos nada.
Empezamos a enseñarles a combatir en defensa, ya como fuerza regular, estructurarlos bien, una primera línea, artillería de apoyo atrás. Metida en unas lomas a tres, cuatro kilómetros, pusimos baterías de mortero. Teníamos cinco baterías de mortero de 82 milímetros, que eran unos morteros checoslovacos, unas seis baterías de cañones 75 milímetros y una batería de cuatro piezas de mortero 120 milímetros. Armas anti-aéreas no teníamos. Después llegaron tres ametralladoras “cuatro bocas” ZPU4 soviéticas de origen chino. Los “ticos”[11] para dejarlas pasar por la frontera nos quitaron dos. En todas partes la corrupción existe… Quedamos con una y nos dejaron que pasara a territorio nicaragüense. La pusimos en el borde de la frontera. Como la ZPU4 tiene casi tres mil metros de alcance, nos servía[12].
Nos atacaban tres aviones T33 y unos cuatro Push and pull. Tenían una plataforma de seis cohetes argentinos Yarará de 40 milímetros, que los llevaban seis y seis. Como Push and pull para los “nicas” era gringo, les decían los “Chupa y sopla”, nombre inventado por ellos. Eso era lo que nos hacía más daño. Pero tenían muy baja puntería, o sea, la dispersión con los cohetes era muy alta…
De hecho, me trataron de sacar de un puesto de mando en Los Palos Quemados. Era un puesto con tres radios: para la artillería, el frente principal, y el flanco izquierdo, que era donde estaba la columna de un muchacho muy bueno, el capitán Laureano Mairena. Por las radios, me detectaron. Un DC3 volando alto detectó cual era la lomita en que yo estaba, y un Push and pull me tiró cuatro cohetes. Los cuatro pasaron un metro por arriba de la lomita y se fueron a instalar a otra lomita atrás. Dio otra vuelta y tiró otros cuatro cohetes, que esta vez pegaron varios metros debajo de donde yo estaba. No tenían precisión…
Le dije a los de comunicaciones que levantaran las antenas para que las instaláramos por arriba de las matas, porque íbamos a cambiar de puesto de mando. Estábamos en eso, sacando cables, cuando el DC3 da un par de vueltas y ya bien clavado sobre nosotros, se ladea y por la puerta lanza una bomba de quinientas libras… Yo veo que viene a nuestras cabezas. Sentíamos el zumbido… Y me quedé ahí, bien tendido en el suelo. La bomba cayó a unos quince metros al lado izquierdo mío. Levantó tierra y piedras, de todo…
Como es una zona muy lluviosa, el terreno es muy blando. Tiene mucho pasto y muy alto. Si te tiras al suelo, quedas tapado por el pasto. Como nos habían visto, pensaron que teníamos trincheras y el puesto de mando soterrado profundo, y no, no había tiempo para tirar tanta pala… Parece que lanzaron la bomba con una espoleta de retardo, y eso hizo que no explotara inmediatamente, sino que cuatro o cinco segundos después; ya enterrada. Eso es para que rompa todo lo que esté enterrado. Nosotros estábamos a ras de piso y… ¡Bum! Explotó.
Me acuerdo que tenía un muchacho como de catorce años a mi lado, que no lo había dejado que se fuera a tirar. Lo saque de una columna. Le dije: -“¡Tú te quedas acá conmigo! Vas a ser mi ayudante…”. Me acordé de mi hijo. Se llamaba “Jacinto” y quería ir a combatir al frente. -“Yo necesito un muchacho que sea bueno para correr”. Y me dijo que sí. -“Entonces, te quedas aquí conmigo. Tú vas a ser mi enlace y mi correo”. -“Sí, como ordene”, me dijo. Así que lo deje ahí, y apenas llevaba un día conmigo, cuando cae esa bomba, y le grito: -“¡Jacinto, al suelo!”, y él se va al suelo, pero mira al cielo y ve la bomba que viene, e intenta incorporarse para arrancar. Lo pesco de un tobillo, y le grito: -“¡Tírate al suelo, huevón!”, y lo mantengo en el suelo porque lo sujeto con fuerza del tobillo. Y alcanzo a decirle: -“Agacha la cabeza”.
Cuando cae la bomba y explota, abro los ojos y miro de reojo. Veo a unos metros una pared negra y altísima… Era toda la tierra, que se levantó, unos veinte, veinticinco metros o más. Adelante estaba otro chileno, el “cabezón” Manuel Ubilla. Él quedó más cerca de donde cayó. Quedó un inmenso hoyo, yo lo fui a mirar. Debe haber tenido unos ocho metros de diámetro por diez de profundidad. Era tremendo. -“Vámonos de aquí”
Empezamos a salir de las matas. Vamos caminando y a un cabro nicaragüense que iba adelante, apenas se asomó, un francotirador le disparó. La bala le cortó el cartílago nasal… Buscamos al francotirador. Más o menos sacamos la cuenta, y digo: -“Ahí, en esos árboles, en la quebrada, tiren”. Y empezamos a tirar, y Ubilla, “Evaristo”, va a tirar y tenía el FAL torcido por la fuerza de la explosión. Se le había doblado en la caja de mecanismo y estaba trancado. No podía disparar. No caminaba el carro y no se había dado cuenta.
Muchos de los francotiradores que usaba la Guardia Nacional eran sud-vietnamitas, y también italianos, de los famosos “soldados de fortuna”, mercenarios. Cazamos a varios. Tenían un camuflaje completo, a todo trapo. Incluso raciones frías… Se subían a los árboles, y llevaban una especie de silla o piso que se amarraba con un cordel y unas patas que se enterraban, entonces, quedaba como un asiento… Los cazábamos a tiros, pero no caían porque estaban amarrados a esa especie de asiento. Se subían a quince metros y más. Cuando cazábamos uno, alguien se trepaba y le sacaba la mochila. Había raciones frías norteamericanas, cigarros, chocolates, leche condensada, porotos para calentar… y nosotros a puro arroz con frijoles rojos de gallo pinto. Una bolsita de gallo pinto era nuestra comida…
…Con esa explosión no murió nadie. Pero yo me despedí de la vida. Cuando veía la bomba caer y que venía sobre nuestras cabezas, se me pasó la vida por delante. Me acordé de mis hijos, de mi mujer, de mi familia. Me resigné. Me despedí de todo el mundo. -“Hasta aquí llegué”, pensé. La suerte se dio y seguí. Ese día seguí…
Encontré una quebrada y por ella me largo a correr y me agarra otro francotirador, me llevaba cerca. Íbamos por la quebrada, de lado a lado, corriendo y corriendo. Ya había corrido unos tres kilómetros y me seguía picando cerca. Estaba cansado como perro… Hasta que veo que esa quebrada se juntaba con otra que venía del lado del mar, donde se llamaba quebrada de La Pimienta. Doblamos y subimos.
Cuando el francotirador ya no nos podía alcanzar, tiramos todo al suelo. Y nos dejamos caer como sacos de papas. Yo iba muerto de sed. Se me había acabado el agua. De repente, veo que de la quebrada bajaba un hilito de agua. Así que busco una parte más plana, que tenía un poquito de musgo, lo hago a un lado y me tiro al suelo. Me pongo a tomar agua, me llené. Tomé litros de agua. Los dos muchachos -Jacinto y “Evaristo”-, me seguían… Les digo: -“Sigamos por esta quebrada hacia arriba, vamos a dar con la quebrada de La Pimienta… porque el francotirador no nos va a dejar pasar y no podemos ver de dónde tira…”. No lo podíamos determinar, pero tiraba de cerca.
Si no fuera porque corríamos y nos movíamos de lado a lado, nos da. Seguimos subiendo y en una dobladita a la quebrada me doy cuenta que hay un cadáver de un guardia… Un mulato grande, que debía llevar muerto unos quince días. Tenía la cabeza reventada, los ojos, la boca. Estaba descompuesto. Toda la descomposición salía por la boca, como un volcán de pus y huevadas, y debajo de su cabeza pasaba el hilito de agua. Yo me había llenado de esa agua unos cuarenta metros más allá y digo: -“¡Chucha! Aquí me pesqué las siete plagas de Egipto. ¡Mierda!, me voy a morir. Me va a dar tifus”. Y no me pasó absolutamente nada.
Caminamos kilómetros hasta salir cerca de la guardarraya[13] de la frontera con Costa Rica. Fuimos a dar a un pueblito que se llama Sotacaballo y, de ahí, a Sapoá, que era retaguardia a la orilla de la carretera Panamericana… Ahí se cocinaba día y noche. Podías llegar y te daban comida, una bolsita de comida caliente. Ya estaban empezando a carnear algunos animales, entonces había un pedacito de carne asada, un tarrito de café y la comida quedaba bien…
En eso, los cubanos determinan que yo sea el asesor del jefe de las tropas del Frente Sur, que era Edén Pastora, el “Comandante Cero”. Hicimos un “Estado Mayor paralelo”, asesorando al Estado Mayor de los nicaragüenses. Como asesor del jefe del Estado Mayor -que era el “Comandante Marvin”-, se quedó el “cabezón” Ubilla; como asesor del jefe en operaciones, el “Comandante Jerónimo”, Carlos Duarte, seguía “Germán”; y también el “Mago”; en los cañones y toda la artillería de tiro directo, se queda “Antonio Rodríguez”, el “Chele”… Y ahí empezamos a distribuir los distintos asesores. Y el resto, a asesorar a cada una de las columnas.
 “Cruzando un río, uno de los primeros saliendo de Peñas Blancas hacia Sapoá, en persecución del enemigo que voló un puente. Yo iba en el jeep, y fui a buscar un cargador frontal, lo eché a andar e hice un vado para que pudieran pasar los demás vehículos. En la fotografía cruza el río una camioneta de artillería. (1979)”. (Manuel Cortés).
“Cruzando un río, uno de los primeros saliendo de Peñas Blancas hacia Sapoá, en persecución del enemigo que voló un puente. Yo iba en el jeep, y fui a buscar un cargador frontal, lo eché a andar e hice un vado para que pudieran pasar los demás vehículos. En la fotografía cruza el río una camioneta de artillería. (1979)”. (Manuel Cortés).

Al final de la guerra llegamos a tener a alrededor de ciento cincuenta oficiales chilenos, asesorando en todas las líneas de la conformación del nuevo ejército. Ya nos sobraba gente como para incluso poner oficiales en cada una de las baterías de artillería. A cargo de todos los morteros de 120 milímetros estaba un compañero comunista, el “chino Amado”.
Estábamos planificando cómo incrementar. El problema era que no teníamos gente suficiente para pasar a la ofensiva, con una maniobra militar que nos enseñaron los cubanos. -“No podemos seguir mandando a estos muchachos a morir”. Como llegaban cincuenta voluntarios al día hubo que pasarles un fusil y enseñarles. En el centro de la cabeza de playa conformamos una “Escuela”.
La mayoría de quienes llegaban de voluntarios no sabían nada de la guerra. Eran revolucionarios marxistas, habían pertenecido a algún partido o movimiento o eran parientes de alguien asesinado o preso, pero no habían tirado ni un guatapique.
Pusimos una escuela, con gran parte de oficiales políticos y gente que estaba sobrando, que podían perfectamente dar unos cinco o seis días de instrucción básica, disciplina, por lo menos cómo manejarse en una estructura de una escuadra e ir viendo a los más capacitados para darles un cursito más y dejarlos como jefes de pelotón.
Llegamos a tener más de ciento cincuenta hombres en la “Escuela” cuando sucedió una tragedia… Ocurrió un hecho bastante jodido por el flanco izquierdo.
Me tocaba una de las cosas más difíciles. Al término de la tarde se evacuaban todos los cadáveres de los combatientes muertos y se ponían en la calle para intentar identificarlos. Se hacían conteos, buscar identificación, ver si alguien los conocía, de qué país eran, y de paso, explicar el origen de la muerte: balazo en la cabeza, desangramiento, explosión… Era doloroso, muy doloroso.
Estábamos en eso, cuando como a las tres de la tarde, en una de las camionetas de artillería, bajaba Laureano Mairena. Había un “gancho camino” -allá le llaman a un camino desde el que sale otro adyacente-, que se ganaba y se perdía. Era una zona de combate con bastante vegetación.
Ganabas y en la noche la podías perder, y ocurrieron hechos muy simpáticos. Un jefe de pelotón español, “Pedrito, el español”, era muy bueno. Estaba ahí en el gancho camino. Como a doscientos metros a la derecha, una zona muy boscosa. Como todo estaba tranquilo, le dice a su pelotón: -“Voy a buscar comida caliente”, y deja a un segundo. Y retrocede a buscar comida. De vuelta, iba con las bolsas de comida caliente. Esperó al amanecer y llegó a su línea de combate. Y ve que estaban los huevones sin camisa, sin botas, a pata pelá, hueviando, metidos en las trincheras. Como él era español y le gustaba la disciplina, empezó a increparlos: -“¡Por qué se han sacado las camisas!, ¡qué indisciplina es ésta!, ¡callaos!…”. Y un “nica” lo queda mirando, quieto, y empieza a estirar la mano al fusil… Y cuando él le ve el fusil, se da cuenta que era un Galil, que era el fusil que usaba la Guardia, una imitación del AK hecha por Israel… Le tiran ráfagas y él les dispara con sus pistolas y arranca.
Lo sacan a tiros. Y cuando llega donde nosotros, venía reclamando en español castizo: -“¡Coño! ¡Que me han cambiado las líneas! ¡Quién me ha cambiado las líneas!”. Era el enemigo y él retándolos por las camisas… y les dejó la comida… No sé cómo salió vivo de eso. -“¡Quién putas me cambió las líneas!”, decía y no se convencía… Había perdido la posición.
Así, pasaban cosas divertidísimas… Y también tragedias…
Mairena llegó diciendo: -“¡Hay un chileno que no lo quiero más ahí! ¡Que se lo lleven! Me está quebrando la moral de la gente… Lo tenía en el gancho camino y lo único que quiere es irse… Está infundiendo temor a los míos. Dice que es mejor que se retiren, que se retiren a otra loma, que es muy peligroso…”. -“¡Chucha!”, dijimos. Y nos quedamos pensando quién podía ser. Era el “Mireyo chico” -Rodrigo Morales Baltra-, hijo menor de Mireya Baltra, dirigenta del PC. -“Hay que ir a hablar con él, y cambiarlo”. Le dejé eso a los comunistas y hablé con “Germán”: -“Hay que cambiar a este cabro. Mairena ya no lo quiere y él es el jefe de la columna. Si ya no lo quiere hay que sacarlo de ahí”, y en eso estábamos, pero no fuimos en la tarde, sino de noche.
Como a las diez de la noche, no estaba la línea… La mitad de los muchachos muertos. Se abrió una brecha en la defensa como de cuatrocientos metros por donde había penetrado el enemigo directo al corazón y lo que visualizamos en vivo y en directo, fue que entraron hacia la Escuela, lo que significaba que así nos hacían mierda… Entonces, todos los que habíamos, más las fuerzas que agarramos -que éramos como cuarenta con todos los del Estado Mayor-, nos dirigimos a la Escuela y desplegamos a todos los muchachos, y nos fuimos peinando, a oscuras, para encontrarnos con el enemigo, retrasarlo. Logramos restablecer la defensa como a medianoche.
Dejamos a otro jefe ahí y reestructuramos el pelotón, se sacaron los muertos. Muchos muertos eran jovencitos. Y nuestro asesor no estaba: -“Se lo llevó el enemigo. Hay que ir buscarlo”, pensamos. Se le había encomendado defender su posición… Pero la abandonó y abandonó a su gente. Lo supimos después, cuando bajamos y lo comenzamos a buscar.
Volvimos a la Escuela donde habían quedado los oficiales políticos, tres o cuatro cabros que recién habían llegado. Como a la una y media de la mañana descubrimos que en la carpa del “Mireyo grande”, estaba su hermano, escondido y llorando, en shock. “Salvador” -“Pan grande”, Galvarino Apablaza Guerra-, con otros, lo detuvieron y se lo llevaron preso.
Yo era el jefe político de PS XXIV Congreso, pero como yo estaba como asesor del jefe de las tropas, era el que tenía el mando. Me informan que “Mireyo chico” estaba escondido, que estaba aterrorizado, y que ellos como Partido Comunista habían determinado su sanción. Para los nicaragüenses por cosas mucho menores cuando demostraban cobardía, deserción y traición, la pena que correspondía era el fusilamiento. –“Nosotros tomamos la determinación, no podemos ser menos que el sacrificio que hacen los nicaragüenses… Hay que fusilarlo por desertar y huir a esconderse. Venimos a pedir la autorización”.
Ahí yo me quedé helado, trabado, porque pensé: -“Yo, un socialista, mandar a fusilar a un comunista… Acá queda la cagada”. Me puse a pensar y les dije: -“¿Saben? Este tipo de decisiones tenemos que manifestárselas a los cubanos… Si los cubanos dicen que sí yo no tengo ningún problema. La decisión política ustedes la tomaron, la decisión militar la tengo que tomar yo, pero no me atrevo a tomarla porque eso no está estipulado. Así que avisémosle a ‘Alejandro’”.
Se trataba de Alejando Ronda Marrero, que fue jefe de la Dirección de Tropas Especiales. Él dijo: -“Déjenme llamar a La Habana”. Teníamos un puesto de mando con comunicación directa… Como a las dos o tres de la mañana, “Alejandro”, dice: -“Desármenlo, esa es la orden. Lo envían para atrás, a la retaguardia y no usa más arma hasta que determinen si lo van a devolver a La Habana”. Ya estábamos al final. Lo tiraron para atrás las mismas muchachas médicos. Cuando se enteraron, no lo querían en el hospital de campaña.
Así que lo envían a un hospital de primer punto de retaguardia, que estaba en Costa Rica. Después vino la ofensiva y como a los tres días, venía el convoy con todos los heridos que teníamos en los puestos de mando, en el hospital de campaña y los otros de más atrás, y venía “el compadre” con un AK, arriba del camión, tirando tiros, celebrando el triunfo en la cabina del camión… Esa es la bronca que hay contra “Mireyo chico”. Resultado: se lo llevan y lo vuelven a desarmar. Ya no lo quería nadie. Nadie quería trabajar con él. El desprecio de los chilenos era rotundo. Ni sus propios compañeros de Partido lo querían. Era el hijo de Mireya Baltra y nada más. Nadie más lo consideró para nada…
Después del triunfo, se empezó a conformar el primer Batallón de Zapadores. Había que hacer una demostración propagandística política a nivel  internacional. La prensa internacional, la norteamericana y la que estaba en contra de la revolución nicaragüense, manifestaban que nosotros éramos unos “guerrilleros desarrapados, sin disciplina”, sin nada. Nuestra misión fue rápidamente dar disciplina, conformar batallones, enseñarles infantería, porte y aspecto, que aprendieran a usar el uniforme en forma correcta, con decoro, prestancia, que anduvieran siempre limpios, con buenas botas y todo eso… Enseñarles a marchar, a saludar, a hacer conversiones.
Logramos conformar un ejército con miles de hombres bien apertrechados, reconstituir alrededor de 17 tanquetas Panhard, que estaban todas incendiadas con cohetazos. Hubo que arreglarles los motores, pintarlas de verde, ponerles números, y se les pintó el sombrero de Sandino, logramos incluso arreglar camiones y un tanque Sherman.
Nosotros habíamos visto que en los desfiles en Cuba, todos al estilo soviético, los choferes usaban guantes blancos. Y mandamos a pedir guantes blancos, pero mandaron muy pocos. No había para todos. Entonces, a todos los choferes de los camiones, les dimos un guante, para que se lo pusieran en la mano izquierda… Todos iban manejando con una mano con guante y la otra escondida. Y salió impecable. Nadie se dio cuenta…
Se arreglaron los tres aviones T33. Había uno solo volando. En eso estuvo el ex capitán de la Fuerza Aérea (FACH) Raúl Vergara, y los ex oficiales de la FACH Iván Figueroa y Enrique Villanueva. Como pilotos de esos tres aviones no había ni uno “nica”. Un avión lo volaba un chileno, el otro un uruguayo, y el último un palestino. Pero ya teníamos nuestra Fuerza Aérea Sandinista… Y volaron los tres aviones en formación durante el desfile. El golpe de efecto que queríamos dar se consiguió a plenitud.
Con “Mireyo chico” no hallábamos qué hacer y lo mandamos a ese batallón, que era el que estaba más botado. Lo único que tenían de Zapadores era la pala. Ni siquiera tenían lugar donde reunirse. Estaban ocupando las instalaciones de la Embotelladora Coca Cola. Se le mandó como profesor de infantería. Que tenía que sacar de ahí por lo menos cuatro escuadrones marchando correctamente. En eso estuvo hasta que después, como a los seis meses, desapareció. Los cubanos se lo llevaron para evitar mayores conflictos. Meses después dicen que lo enviaron a Angola.
También sucedieron cosas penosas. Te das cuenta que hay gente que se puede desinflar. “Mireyo chico” siempre fue fantoche, guapetón y era un cobarde. Cualquier comunista de los que pasaron por Nicaragua lo puede corroborar. Ellos no lo cuentan, pero yo sí… La gente tiene que saber que este tipo de cosas sucedieron y aprender la lección. Si él hubiese sido nicaragüense lo habrían fusilado sin lugar a dudas. Más encima sermoneó a su gente que había que abandonar el puesto de combate. Eso es traición y por su culpa murieron muchos.
Aparte de los muertos de ese batallón no hubo más. Logramos cerrar la línea de defensa. Al otro día, en la mañana, se logró dejar todo como antes. Pero esa fue una de las experiencias más desagradables que vivimos en Nicaragua. Después supimos que en Cuba lo premiaron para pasar el curso superior de guerra…
Esa es parte de la historia de los combates que hubo en Nicaragua, los esfuerzos que hicimos…Una noche nos pusimos a ver cómo podíamos nosotros romper y sacar a la Guardia del otro lado del río en donde estaban atrincherados. Sacarlos de ahí y, por lo menos, avanzar seis o siete kilómetros para llegar a otra hacienda, que se llamaba Hacienda Santa Marta, en donde el enemigo tenía la artillería y desde ahí nos daban guaraca con seis piezas de obuses 105 milímetros, que tenían un alcance de aproximadamente doce kilómetros… Alcanzaban a llegar casi hasta la frontera y nosotros atrás, y explotaban los tiros… Lo bueno es que estábamos en un bosque tan grande que explotaban arriba de los árboles.
Ahí murió un muchacho del MIR, “Jorge”, conocido como “Chile”, que desde el año 1978 estaba luchando en el FSLN. Llevaba ocho meses. Lo mató un nicaragüense: “Vaquerito”. Fue un accidente. “Vaquerito” era su segundo, y “Jorge” jefe de escuadra. Esa mañana, consolidan posición en otra altura en el flanco de la 50. “Vaquerito”, limpia su fusil, en espera de otra ofensiva. No advirtió un tiro alojado en la recámara. Estaban a la orilla del río, como veinticinco días antes del triunfo. Me acuerdo que “Vaquerito” llegó con este muchacho en brazos, llorando, gritando… Con el muerto en brazos corrió todo el camino en la carretera gritando desesperado, porque había matado a su jefe, a quien quería más que la cresta[14].
Las doctoras le pusieron una inyección, lo doparon, porque estaba fuera de sí. Él estuvo hecho mierda por las inyecciones, cuatro días; lo mantuvieron casi inconsciente. Cuando llegó, nadie le podía quitar el cadáver. Seguía gritando con el cadáver en brazos: -“Mi hermano, mi hermano…”. Era desgarrador. Hasta que se lo logramos quitar, pero seguía gritando. Las doctoras le plantaron una inyección que lo dejó patatús. Revisamos y fuimos a consultarle a la escuadra. Resulta que estaban metidos en sus trincheras, que eran individuales. Había llovido mucho y estaban con el agua en los hoyos, pero seguían acostados.
A medio día, sucedía que se paraba el combate, porque tanto el enemigo como nosotros almorzábamos y eso era un acuerdo tácito. Todos se ponían a almorzar, después se fumaban su cigarrito y no se tiraban tiros. Incluso sucedía que se echaban tallas, se gritaban: -“¿Siguen comiendo mierda?”. Cosas así.
Ellos estaban fumando, se dan vuelta de espaldas y “Vaquerito” con un cepillo de dientes empezó a limpiar su fusil, a sacarle el barro. Estaba conversando con el chileno, que estaba también de espaldas, acostado, y tenía solo la cabeza asomada en el parapeto, a ocho o nueve metros, y con el cepillo pasa a llevar el gatillo y sale el tiro. Le pegó por el pómulo y le reventó la cabeza. Así murió.
Otro que murió fue “Payo”, como dos días antes del triunfo, el 16 ó 17 de julio, producto de un ataque artillero. Quedó herido con varias esquirlas metidas en el cuerpo. Cuando explota una pieza de artillería, del fierro prendido salen esquirlas al rojo. Se te meten en el cuerpo y queman. Justo iba pasando por un puesto de avanzada donde estaba la doctora Avelina Cisternas Aguirre. Me acuerdo que estaba por la orilla de la carretera, en unas matas, como a kilómetro y medio del puente del río Ostayo, que era para recibir de inmediato a los heridos.
Pasé por ahí y estaba el “Payo”. Lo estaban desvistiendo. Le sacaron toda la ropa y lo empiezan a revisar. Era un cabro flaco; lo vi que tenía puntos negros en el abdomen, por las piernas. No era como para que se muriera la verdad. Lo único que “Payo” decía era: -“Compañeros yo traté de hacer lo mejor, pero me dieron… Pero estoy bien… Déjenme ir de nuevo a mi lugar de combate”. Y Avelina y las demás le decían: -“Quédate tranquilo”. Le hicieron las primeras curaciones, lo mandaron atrás y como a los tres días murió de septicemia.
En los primeros días de combate, el combate más duro, los duelos de artillería eran todas las tardes; y nosotros tratando de detectar dónde estaba la artillería de obuses que tenían más alcance. Nuestras armas tenían un alcance de seis o siete kilómetros y las de ellos de doce. Teníamos que acercarnos mucho para quedar a distancia de tiro y sin tener la certeza de donde tenían realmente las piezas de artillería.
Estando en unas lomitas de la cota 50 como quinientos metros más atrás a la derecha, había una serie de lomas y ahí jugaba nuestra artillería. Se metía en una loma, salía, se cambiaba para otra, cada vez que era detectada cambiaban posiciones. En una batería de mortero 81 milímetros estaba David Camú, hermano de Arnoldo Camú. Ahí perdió una mano[15].
El “Manco” muere después, cuando está trabajando en Puerto Cabezas. El hotel donde se estaba alojando se incendió. Era el hotel “El Caribe”, el único del villorrio. David había sido contratado por la ayuda popular Noruega para construir un centro de salud. Había ingleses como cooperantes voluntarios en el programa noruego. Se produjo un gran incendio en el hotel y dicen que David salió a tiempo, pero volvió a buscar a una mujer que gritaba pidiendo ayuda. Ocurrió en octubre de 1987. Intentó rescatar a una inglesa del programa noruego, que quedó atrapada en el segundo piso. Pero cedió el techo, aplastándolos y calcinando sus cuerpos.
Jefe de cuatro morteros fue otro socialista, el “Oso” Reyes y así… Después al “Pan grande”, “Salvador”, lo pusieron en artillería y lo pasaron a una escuela que montamos. “Benjamín” era oficial político, jovencito. Lo nombramos oficial político de una de las columnas guerrilleras, la “Laureano Mairena” -que fue un campesino combativo y muy buen militar-. “Benjamín” estuvo en una de las zonas de más continuo combate, que era el flanco izquierdo del grupo central.
Yo lo conocí en Cuba. Él era un muchachito de dieciocho o diecinueve años. Jamás imaginé que fuera a tener una actuación tan destacada en Nicaragua y en Chile. Era un muchacho muy tranquilo, muy caballero. Un buen muchacho. Buen compañero y consecuente, que es lo principal; consecuente hasta el final… Cualquiera que lo vio jamás se habría imaginado el papel relevante que tendría. Su nombre supe después era Raúl Pellegrin Friedmann y fue el “Comandante José Miguel” o “Comandante Rodrigo” del FPMR.
La “Comandante Dos”, Dora Emilia Téllez, tras el triunfo de la Revolución, fue la jefa de “Benjamín”. En el Frente Sur fue Mairena…
Cuando llegamos a Managua, conformamos el ejército y la idea de la defensa. Al “cabezón” Ubilla, a mí y a “Germán” nos designaron para trabajar en el Estado Mayor General. Germán se dedicó a “operaciones”, Ubilla a “planificación” y yo más a exploración y reconocimiento del terreno. Así que me dediqué a recorrer todo el país. Cuando conformamos los estados mayores, los comandantes guerrilleros tuvieron que hacerse cargo de cada una de las regiones, distribuir gente…
Me acuerdo que como oficial político se designó a “Benjamín”. Iban cuatro por región con distintas especialidades. La Comandante Dora Emilia era política e hizo “uña y mugre” con “Benjamín”… no sé hasta dónde… eso es “secreto de sumario”.
Raúl Pellegrin era muy joven. Tendría veintiún años. Si tenía cara de niño todavía. “Salvador” estuvo en artillería cuando recién llegó… El PC había puesto a un jefe político, hijo de un “gran dirigente”, que no hizo nada y era un cobarde de mierda. Entonces, de hecho “Salvador” se hizo cargo del mando político. De los almeydistas no había nadie, no tenían mando. Empezamos a tomar muchas decisiones de tipo político en conjunto con “Salvador”. Después, en Chile, él se hizo cargo de la tarea militar junto con el que hoy es diputado, Guillermo Teillier del Valle, y con Raúl Pellegrin. Ellos tres eran el vértice de la tarea militar. “Salvador” era el encargado del trabajo de masas. El jefe del FPMR era Raúl Pellegrin y Guillermo Teillier era el jefe de la Comisión Militar, como jefe de los dos.
Teillier no sabía nada de lo militar… En las cosas militares, el jefe de las tropas es el jefe político militar. Para eso se le pone un asesor político, pero no puedes poner un político por arriba. No puedes subordinar la fuerza o la toma de decisiones militares a la política, y es lógico… Entonces, eso iba plantado para la división, porque lo político se subordina a lo militar en tiempos de guerra y no al revés.
El PC no se la jugó y utilizó todo ese esfuerzo militar en crearse mejores expectativas para negociar y buscar una salida concertada. Pero les salió el tiro por la culata porque los dejaron fuera por más de 25 años.
“Salvador” tenía conocimientos políticos y militares. El “Cabezón” Ubilla era muy bueno, muy ordenado, no se le iba ni un detalle, buen planificador, un excelente jefe del Estado Mayor. Lo que pasó con él es que tras su detención en Chile, se le quebró el espíritu combativo… Roberto Nordenflycht no era, desde el punto de vista técnico, tan buen militar. Era un combatiente. Se le calentaba la cabeza y perdía la capacidad y frialdad que tiene que tener un jefe. Yo creo que su muerte fue producto de eso. Era puro corazón. La camiseta se la tenían que sacar con espátula… Varios de los comunistas que estuvieron en Cuba y Nicaragua pasaron al Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) en 1983.
El problema fue que a poco andar el PC empezó a desmantelar el Frente, en 1986-1987. Enviaban a sus oficiales de a gotas a Chile, “de a cinco, seis el próximo año”. Y eran cientos… miles.
“Mortero Americano NATO de 102 milímetros, de la Guardia Nacional, recuperado. Se podía disparar la munición soviética que teníamos de 101 mm.”. (Manuel Cortés).
“Mortero Americano NATO de 102 milímetros, de la Guardia Nacional, recuperado. Se podía disparar la munición soviética que teníamos de 101 mm.”. (Manuel Cortés).

[1] La frase se refiere a que no seguían un patrón ni modelo preciso.
[2] Vocablo de uso coloquial que señala lo perteneciente a la identidad gay y homosexual.
[3] “El comandante Valdivia estaba preocupado de la ofensiva y había un movimiento de locos. Había que asesorar al jefe de la dirección de los esfuerzos principales, en dirección de la carretera, un compañero llamado “Roger”, jefe de columna. Valdivia pidió que rápidamente que uno de nosotros fuera al borde delantero a ver la situación y asesorar a “Roger”. Todos me miraron a mí y qué me dijeron. Dije que no lo conocía, que recién había llegado. Ya me había vestido en los matorrales. Me pasaron un fusil FAL con trescientos tiros y cuatro granadas”. (Manuel Cortés).
[4] Cuerpo militar responsable no sólo de la seguridad nacional, sino también del orden público, es decir, era a la vez ejército y policía. Se mantuvo en funciones desde principios de la década de 1930 hasta 1979, año en que fue desarticulado tras la caída de la dictadura de Anastasio Somoza, después del triunfo de la revolución nicaragüense. Es sucesora inmediata de la llamada “Constabulary” (Constabularia), creada y dirigida por los marines estadounidenses durante la segunda intervención militar de Estados Unidos en Nicaragua, que se inició en 1926 y finalizó en 1933 con el retiro de las últimas tropas de la Infantería de Marina de Estados Unidos debido a la resistencia del general Augusto César Sandino. El primer jefe de la Guardia Nacional fue el general Anastasio Somoza García. A mediados de los años 1930 la Guardia Nacional contaba con unos tres mil efectivos. Antes del triunfo del FSLN, la Guardia Nacional mantenía más de diez mil efectivos entrenados por oficiales norteamericanos. Tras el triunfo de la Revolución Sandinista, el 19 de julio de 1979, y de la completa desarticulación del cuerpo, la mayoría de los altos cargos leales a Somoza, se refugiaron en Miami, mientras los menores en rango se exiliaron sobre todo en Honduras y Costa Rica, desde donde, con el apoyo de Estados Unidos idearon, organizaron la “contra”.
[5] “Por la mañana llegaron refuerzos a cargo de un jefe que se llamaba ‘Pardillo’. Era un campesino de profesión carnicero. Empezó conmigo a hacer trincheras. Evalué que no había fuerzas para sobrepasar a la Guardia, y se organizó la línea de defensa, que después se amplió desde la costa del lago Nicaragua, río Ostayo, Sebaco, Gancho camino a La Calera y Quebrada La Pimienta, una línea de más de 15 kilómetros. Se ubicó nuestra artillería en la zona de Pita 1 y 2, y se comenzó un duelo con la enemiga que estaba en la hacienda ‘Santa Marta’, al otro lado de las lomas, donde ellos tenía cuatro líneas de trincheras de defensa, lo que nos impedía a nosotros poder sobrepasar el puente del río Ostayo”. (Manuel Cortés).
[6] Algo desgastado de lo cual queda muy poco.
[7] En el contexto, se refiere a exponerse sin tomar resguardo por la propia seguridad.
[8] “Otra singularidad que tuvo el Frente Sur, fue la participación en sus filas de numerosos internacionalistas de diversas partes del mundo, lo que lo convirtió a dicho frente en la mayor expresión del internacionalismo y la solidaridad internacional con la lucha del pueblo nicaragüense. Y es que en las filas del Frente Sur había combatientes de Costa Rica, Panamá, Honduras, El Salvador, Guatemala, México, EUA., Cuba, Puerto Rico, Colombia, Venezuela, Brasil, Ecuador, Bolivia, Uruguay, Argentina y Chile, España, Portugal, Francia, Alemania y Suiza y no pocos cayeron en nuestro suelo o resultaron heridos. En este ámbito se destacaron las brigadas ‘Victoriano Lorenzo’ de Panamá; la Brigada ‘Carlos Luis Fallas’ de Costa Rica; y el ‘Batallón Chile’ o ‘Brigada Chilena’, así como otras brigadas más pequeñas de Argentina, Uruguay y otros países”, señala “Nicaragua: El Frente Sur y la ofensiva final del 79”, de Orient Bolívar Juárez.
[9] “Afortunadamente la Guardia nunca intentó utilizar las normas de la guerra regular. Nosotros, fuera de la línea de defensa no teníamos segundo escalón de ningún tipo, ni menos reserva. La Guardia empleó los métodos tradicionales que le habían enseñado los gringos, de la lucha de contra insurgencia, mandando pequeños destacamentos ‘especializados’, por el flanco izquierdo, atravesando los macizos por el rio Majaste, línea Los Sábalos, Peñas Blancas… grupos que sistemáticamente fueron aniquilados. Uno de los últimos intentos fue el de mandar un grupo de ‘Kaibiles’ de las Fuerzas Armadas de Guatemala, que parece que por no conocer el terreno aparecieron por la quebrada de La Pimienta, un farellón abrupto que no tiene paso. Quedaron encajonados en el bosque, fueron detectados por nuestros observadores artilleros y con tres cañones 75 desde el borde de la carretera se les tiró un zona de fuego directo. Fueron aniquilados. Se les encontró la documentación y uniformes. Eran unos mulatos de casi dos metros, quedaron totalmente destrozados”. (Manuel Cortés).
[10] “Para la Ofensiva Final, la tarea estratégica era cumplir las misiones de los frentes de guerra, impulsar la huelga general y desarrollar a plenitud la insurrección general en todos los departamentos del país. Los frentes de guerra sandinistas, dislocados y en combate, eran el Frente Norte  ‘Carlos Fonseca’, el Frente ‘Pablo Úbeda’, el Frente Occidental  ‘Rigoberto López Pérez’, el Frente Central ‘Camilo Ortega’, y los Frentes Oriental ‘Ulises Tapia’, Sur Oriental ‘Roberto Huembes’, y el Frente Sur ‘Benjamín Zeledón’. El Estado Mayor guerrillero había elaborado un plan de combate para tomar Sapoá y Peñas Blancas con la participación de la artillería. Las columnas guerrilleras a cargo de ‘Laureano’, ‘Roger’, ‘Jerónimo’, ‘Benito’ y ‘Fernando’ eran las fuerzas principales. La columna de ‘Laureano’ se emboscó en las proximidades del río Ostayo, en la carretera que une Sapoá y La Virgen, para contener posibles refuerzos del enemigo. ‘Roger’ se tomaría Sapoá. ‘Benito’ y ‘Jerónimo’ tenían la misión de tomarse Peñas Blancas.  La columna de ‘Fernando’ permanecería en la retaguardia como reserva. Siendo aproximadamente a las 05:30 A.M. empezó la ofensiva con el fuego de la artillería, morteros de 82 mm. y cañones de 75 mm. La Guardia Nacional pasó a la defensa a partir del 16 de junio, conteniendo el avance de las fuerzas guerrilleras del Frente Sur en la colina 50. Esta decisiva batalla transformó el carácter de la guerra en una guerra de posiciones y se mantuvo así hasta  el 19 de julio, día del triunfo. El Frente Sur se estabilizó a partir del 17 de junio. La correlación de fuerzas fue cambiando a favor de las fuerzas guerrilleras del Frente Sur, hasta llegar a tener más de dos mil combatientes, 60 piezas de artillería de C-75 y M-82 mm., tres M-120 mm., decenas de lanzacohetes y ametralladoras ligeras y pesadas, y una pieza de artillería anti-aérea de 14.5 mm. Se dio inicio a la segunda fase de la ofensiva final en el Frente Sur el 15 de junio 1979”, señala el libro “Misión Internacionalista, de una población chilena a la Revolución Sandinista”, de José Miguel Carrera.
[11] Gentilicio coloquial sinónimo de costarricense.
[12] “En esta segunda fase de la ofensiva final, el Frente Sur dio un salto cualitativo en cuanto a su capacidad de maniobra, armamento y tropas ya que, previo a los ataques, se le incorporaron varias baterías de artillería pesada, con cañones de 75 mm. y morteros de 82 y 120 mm. que al amanecer de ese día memorable 15 de junio, hicieron su bautizo de fuego sobre Peñas Blancas y Sapoá. Después llegaría a tener ametralladoras antiaéreas ‘cuatro bocas’. Asimismo se sumaron a sus fuerzas un contingente de internacionalistas chilenos (especialistas en artillería) que se habían preparado en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba (FAR), entre los que figuraban ‘Antonio’, ‘Leonardo’, ‘José’ y ‘Manuel’, entre otros. También llegaron con ellos algunos asesores cubanos. En total fueron seis columnas las que avanzaron en este nuevo teatro de operaciones y sobre las cuales recayó la responsabilidad de la nueva etapa ofensiva: la primera fue la columna de ‘Laureano’ que salió primero y entró a la profundidad hasta el río ‘La Pita 1’, cerca del Ostayo, donde llevó a cabo una emboscada fulminante que cortó de tajo los refuerzos enemigos; le siguió de cerca la columna de ‘Roger’ que cumplió la misión de atacar y tomarse Sapoá; después partió la columna de ‘Benito’ que llevaba la misión de atacar y tomar Peñas Blancas, pero que por circunstancias del fuego artillero tuvo que bordear el objetivo y avanzar hasta Sapoá; de ahí siguió la columna de ‘Baltazar’ que por lo antes dicho, le tocó tomarse Peñas Blancas y consolidar dicha plaza, y en la retaguardia, a la altura de Las Vueltas, seguían las columnas de ‘Jerónimo’ y ‘Fernando’, las que en un primer momento aseguraron el área de importantes unidades ubicadas en retaguardia: el Puesto de Mando, el ‘Batallón Artillero’, el puesto médico, el tren de guerra y los abastos, etcétera. En el transcurso de la contienda, las distintas columnas se desplazaron en distintas direcciones, según las exigencias de la guerra, más el limite donde se fijó la ‘tierra de nadie’ fue el río Ostayo, hacia el norte y por el oeste, las altas colinas de Sotacaballo, buscando el cerro La Zopilotera, el río Jabillo y la quebrada El Plátano. La guerra en el Frente Sur tuvo algunas particularidades que solo ahí se presentaron: una de ellas fue que entre el Frente Sur y la Guardia somocista no se interponía población civil alguna, sino que eran dos ejércitos cara a cara, enfrentados en duelo a muerte de vencer o morir; en el sur (excepto Rivas), no habían de por medio ciudades, ni ninguna clase de edificaciones urbanas como en las ciudades, ya que solo habían lomas y lomas, potreros, en parte montaña, ríos por aquí y por allá, cielo abierto, a veces preñado de tormentas y hacia el este, la vastedad del gran lago Cocibolca; en cuanto a Peñas Blancas y Sapoá, estas poblaciones fueron evacuadas totalmente; tampoco y por la misma razón, habían milicianos ni barricadas, solo trincheras, nidos de ametralladoras, bunker en la tierra, minas, muertos, sangre derramada, oquedades cratéricas por las grandes explosiones y senderos de tropa; si alguien se movía por ahí agazapado, era un ‘compa’ con su fusil FAL bala en boca o un ‘chigüín’ con su Galil puesto en ráfaga. Otra diferencia importante es que sólo en el Frente Sur la guardia utilizó por primera vez artillería reactiva o sea unidades móviles de lanza cohetes múltiples, montados en plataformas especiales, mejor conocidas como ‘Yarará III’ con capacidad de lanzar 42 cohetes, lo que da una idea de las dimensiones que adquirió la guerra en el Frente Sur. Estas unidades de gran poder destructivo fueron armadas por técnicos israelíes tras su llegada al país, en las cercanías del ‘Bunker’ de la Loma de Tiscapa y de ahí fueron trasladadas al Ostional para dispararlas contra la ‘Colina 155’ y El Naranjo, bajo las órdenes del coronel Enrique Jacobi. De haberse usado este tipo de armamento en las ciudades, hubiese sido un verdadero apocalipsis para la población civil. De igual forma solo en el Frente Sur, la Guardia uso baterías de cañones de gran calibre y alcance, como los cañones Howitzer de 105 y 120 mm., así como cañones sin retroceso de 75 mm.”, se señala en “Nicaragua: El Frente Sur y la ofensiva final del 79”.
[13] Camino estrecho entre dos espacios cultivados, especialmente en un cañaveral, que permite el paso de personas, animales y vehículos y que sirve de línea divisoria en campos de cultivo.
[14] Uso coloquial vulgar que en este contexto indica un grado superlativo del querer, afecto, respeto y compromiso.
[15] “El ingeniero Del Río, oficial artillero, recuerda los acontecimientos con excepcional claridad: ‘Pasado el mediodía había estallado una tormenta tropical y llovía torrencialmente. Habíamos instalado la artillería en la pendiente de una colina de terreno muy arcilloso y costaba moverse de un lado a otro, porque se enterraban las botas en el fango y nos resbalábamos. Además, disparábamos una munición un poco vieja, regalada por los checoslovacos, por lo cual no todos los tiros salían. David Camú estaba a cargo de un grupo de cuatro piezas de morteros 81, porque era oficial y se suponía que sabía más que los artilleros nicaragüenses que habían recibido una preparación rapidísima en medio día, sin tener ninguna experiencia en combate artillero. David tampoco tenía gran experiencia en esto, porque era oficial de ingenieros y zapador. Ese día ocurrió que tanto ellos como nosotros ubicamos la posición exacta de las baterías enemigas, generándose un duelo artillero, que en la práctica se traduce en que el más rápido gana. La Guardia había emplazado artillería reactiva (lanzacohetes Yarará de fabricación argentina y tecnología israelí. Los técnicos militares argentinos prudentemente habían abandonado ya la escena) y bombardeaban con entusiasmo al grupo de baterías emplazadas por David. David estaba instalado en la primera pieza de mortero, cuando los nicas de la tercera pieza cargan una granada y no sale. Los artilleros saben cómo hacerla explotar: se golpea en la base con un fierro, produciendo una vibración que extrae el colchón de aire que impide el contacto de la granada con el percutor del mortero y por tanto, la explosión que impulsa el proyectil. Otro modo, más complicado y difícil sobre todo cuando estás bajo fuego enemigo, es desarmarlo, inclinarlo suavemente y recibir por la cabeza el proyectil al deslizarse hacia la boca del mortero. David se puso nervioso de que se apagara uno de los morteros, porque necesitábamos funcionar a toda capacidad para acallar el fuego enemigo que nos caía encima y ya nos estaba horquillando. Dejó su mortero y trastabillando en el barro corrió al que no funcionaba para ayudar a descargarlo. En el momento en que se acerca a los nicaragüenses para ayudarlos a activar el proyectil, resbala en el barro. En un gesto inconsciente, procura asirse de algo para evitar la caída y golpea con su mano derecha la boca del mortero haciéndolo vibrar y provocando la explosión de la granada. El proyectil le arrancó toda la mano. Los dedos penden como un colgajo y los restos de mano quedan unidos débilmente al brazo por un pedazo de muñeca y residuos de tendones. Por un momento, nos paralizamos. David, pálido, permanecía de pie, mirando con estupor su mano muerta colgando del brazo inerme, horriblemente mutilado, pero con ánimo entero, sin desmayarse. Dejamos un par de hombres a cargo de atender al David, mientras el grueso continuó el combate, porque paralizarlo nos ponía a todos en riesgo. A poca distancia de allí se encontraba ‘Raúl Luis’, un comunista chileno, artillero también, a quién llamábamos el ‘Gaveta’, porque es papiche, en la vida civil veterinario y allí en la guerra, médico obligado. El ‘Gaveta’ observa la mano, mira a David y le dice: -‘No queda otra que terminar la tarea; David. No hay posibilidad de salvarla porque el hospital más cercano queda en Costa Rica, aquí no hay cómo atenderte y llegarías gangrenado’. David asintió diciendo que hiciera lo que tenía que hacer. Para estos efectos, en todas esas posiciones, previendo heridas del cuerpo y del alma, allí curables solo con copete, cargábamos siempre whisky. –‘Saquen whisky’, pidió el ‘Gaveta’ y le indicó a David que tomara unos tragos. David apuró un par de buches largos y con lo que quedó en la botella, el Gaveta roció la herida. El ‘Gaveta’ actuó sin vacilar: afirmó el brazo en un tocón de árbol desgajado por los tiros de la artillería enemiga, sacó su bayoneta y afirmándola desde las puntas, la aplicó con fuerza terminando de cortar los tendones sangrantes desde donde colgaba la extremidad inservible. David aguantó sin quejarse, con los dientes apretados. Luego, roció de nuevo la herida con whisky, hizo un torniquete para evitar la hemorragia y lo vendó. Todavía sorprendidos por la velocidad de la desgracia, ninguno reparó en un quiltro hambriento que observaba atento la escena. Cuando la mano cayó, rápido, la cogió en el hocico y se alejó del lugar. Alguien lo avistó cuando ya era tarde, apedreando inútilmente al perro, porque todos sabíamos que era una pérdida sin esperanza. De suerte, llegó uno de los cuatro chilenos del MIR que combatían en el Frente Sur. Lo habían enviado a la retaguardia y se hizo cargo de David, llevándolo al puesto de sanidad en la hacienda El Murciélago, al otro lado de la frontera. Nosotros continuamos combatiendo, porque el enemigo no hacía pausa”, se relata en “El último exilio de David Camú”.

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  • Se recuerdan de Leonidas un flaco que muere en el sector de la Calera, nica-venezolano su nombre Armando Garay el decia que era de chinandega pero era de Granada.. tambien le decian el tiquillo leia mucho la biblia…era mi papa nunca lo encontramos…mi correo es homosdavid @gmail.com

  • bien compañero por tu aporte a no dejar que se olvide la historia de lo que fue esa gran epopeya del frente sur y lo lo digo de corazon, para mi son heroes verdaderos y como nicaraguense y sandinista le agradesco, pero que no suceda como algunos nicas que combatieron en otros frentes, que platican nada mas lo que corresponde a su participacion (como un debilidad pequeño burguesa se diria en aquellos dias) el yo,yo para opacar a los otros compañeros, conoci a compañeros internacionalistas despues del triunfo en casa de mi mama que llegaban con mi hermano Vladimir Andino (qedq), entre chilenos y panameños me acuerdo de Harry, de nicas waslala, zenon, laureano, goyo y observo que menciona compañeros que estuvieron con mi hermano como los que ya mencione igual que pardillo, segun vladimir era jefe de columna y que estubo su columna en los operativos de pita 1 y pita 2. No es un reclamo hermano solo que estamos escribiendo las memorias del y pues yo estoy recogiendo relatos de los compañero asi como el tuyo, es cierto que el frente sur despues se volvio un pequeño ejercito y tal vez en tretanti no lo recuerdas pero mencionas lugares donde estubo y compañeros con lo que estubo tambien, te felicito por que en lo que respecta el relato a los compañeros chilenos me parece magnifico lo energico con que haces honores a los caidos e igual con los que no dieron la talla. HASTA LA VICTORIA SIEMPRE,,,,,,, LATINOAMERICA UNIDA

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