Globos negros

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Por Hugo Dimter. Fotos de Sebastián Cristóbal Henríquez P.

Bueno, y asumió Barros. Porque nadie lo llama obispo. Todos le dicen Barros no más, a secas. Como un petisito de la esquina, como alguien de poca monta, casi como un pato malo. El ex obispo castrense ha dado con sus trastos – y su fama de celador de Karadima y sus abusos contra menores- en la gélida ciudad del sur de Chile. Lejos de Santiago. Alguien pensó en destinarlo distante del mundanal ruido, sin imaginar que su llegada generaría aún más ruido, división y dolor. Que pena por Osorno y sus feligreses que estarán atentos a no dejar solos a sus niños en la Iglesia. Hoy, y con los grados de desconfianza, nunca se sabe qué puede ocurrir.
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Divididos por la fe
Decir que Chile está dividido no es descubrir la pólvora. Lo estuvimos en 1891, en los 60, en la UP, durante la dictadura y lo estamos hoy. Pero en el caso de la Iglesia, para bien o para mal, ésta siempre estuvo históricamente unida. Es por ello que cobra tanta importancia lo que ocurre hoy en Osorno donde se da un caso emblemáticamente inverso. Lo que no pudo hacer la discusión sobre el aborto o la unión de vida en pareja sí lo consiguió el nombramiento de este obispo de la discordia. Lo que se está poniendo en tela de juicio no es Dios o la fe sino la supuesta elección de Dios mediante el Papa y el Nuncio Apostólico. Secretismo, decisión unilateral, falta de prolijidad, son algunos de los factores que incidieron en esta designación.  ¿Quién propuso a Barros como obispo? ¿El Papa Francisco I sabe realmente quién es Barros? ¿Qué le explicó Chomalí al Papa sobre el caso Karadima? Si Francisco I no lo sabe es grave, si lo sabe es aún peor. Tal vez la Iglesia pensó que luego de unos meses las denuncias de Cruz, Murillo y Hamilton iban a quedar en el olvido. Sin embargo estos tres hombres, estos tres católicos, levantaron nuevamente su voz oponiéndose al nombramiento de Barros, según ellos, con justa razón. Quien amparó los abusos de Karadima no debe quedar impune, pese a las concretas resoluciones de la justicia y de la misma Iglesia que pese a los hechos lo sancionaron sutilmente con el pétalo de una rosa.
Dejémoslo claro: Barros no es una blanca paloma y no reúne las condiciones para ser obispo de una ciudad que va a desunir. La gente lo sabe, no es tonta. Y desde ya lo ha sancionado. Porque las manifestaciones -casi de barras bravas- en la Catedral así lo demuestran. Que vergüenza. ¿Osorno merecía esto?  La gente pide que el nuevo obispo dé un paso al costado pero Barros impertérrito hace oídos sordos. Interiormente se siente seguro al amparo de unos viejitos que muestran globos blancos junto a la clase alta osornina sentada en primera fila. Por los costados y atrás está el pueblo, el roterío, el ciudadano de a pie que no se explica como el encubridor de un pedófilo pueda ser la cara visible del catolicismo local. La respuesta es sencilla: Porque la Iglesia en una maraña oscura y pegajosa así lo ha decidido. Fin.
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Fuenteovejuna
Barros ha dicho que es inocente de cualquier imputación que se le haga. Él no vio nada ni escuchó nada. No encumbrió a Karadima. Ya no es amigo ni conocido siquiera. Ya en la Parroquia de El Bosque habría marcado distancia señala Barros. Hamilton, Cruz y Murillo no piensan lo mismo. ¡Culpable! gritan algunos en la catedral con globos negros en señal de rechazo. Verdad pide la gente. Justicia claman las víctimas de un pedófilo amparado por Barros, hoy cabeza de la Iglesia. ¿Podrá Osorno revertir su destino y la ciudadanía hacer justicia? Parece ser demasiado tarde. Los osorninos han quedado al margen. Distantes pero no paralizados. Nadie es pitoniso para asegurar qué va a suceder. Con los osorninos nunca se sabe y, al igual que en la novela de Lope de Vega, la masa se puede rebelar y cambiar su destino.
-¿Quién mató al Comendador?
-Fuenteovejuna, Señor.
-¿Quién es Fuenteovejuna?
-Todo el pueblo- se leía en la tradicional obra de teatro.
¿Se podrá establecer un símil entre Osorno y Fuenteovejuna con relación a la toma de decisiones -por dolorosas que sean- por parte de la gente? Con una institución como la Iglesia Católica aquello parece ser imposible. La Iglesia tiene una jerarquía vertical al igual que el Ejército o la peor empresa neoliberal. Acá el que decide es el Papa; aunque decida mal. Pero, como sucede con violadores y asesinos, la gente lo va a comenzar a funar, y eso se puede tornar insostenible para el Vaticano. Pareciera que todo depende de las próximas protestas.
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El paraíso para Barros
Al designarlo alguien pensó que Osorno podía ser el paraíso para Barros. Una ciudad conservadora, con fuerte presencia alemana, rígida,  y de derecha -muy similar en cierto sentido a la comunidad de la Parroquia El Bosque-. Pero, si bien Osorno es eso, también es otra cosa: algo diverso, donde la nueva ciudadanía -más joven y activa- tiene un papel importante. No es justo pedir participación ciudadana sí luego se la vamos a negar. Es contradictorio. El paraíso para Barros, al amparo de poderosos, se puede convertir en la ciudad de la furia con fuertes críticas de la juventud. Queda mucho por hacer, pues la arista Barros sale de sus márgenes religiosos y se transforma en un problema-ciudad que abarca a laicos, ateos, jóvenes y viejos, políticos y descreídos. Lamentablemente pasa a ser una especie de guerra entre buenos y malos, entre criminales y gente decente.
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Pensar que la génesis del problema se origina por un sacerdote, Karadima, homosexual -lo cual no es una crítica- que acosaba y violentaba jóvenes no homosexuales haciéndolos creer que eran pecadores. Esa es una crítica, basada en una maldad infinita. Hoy Karadima, seguramente, ve las noticias sobre Osorno y el obispo Barros cómodo en sus aposentos sin mayor sentimiento de culpa. Lejano y cercano del infierno que creó, y que hoy viven inocentes.

Mariana Torres
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