Osvaldo Thiers

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Osvaldo Thiers (1)
Foto de Sebastián Henríquez P.

Un pintor mirando las estrellas

Por Hugo Dimter P.

En pleno conversatorio le pregunto sobre su madre poetisa, mujer devota y dibujante virtuosa.
Es entonces que Crescente Rodolfo Osvaldo Thiers Díaz saca una carta de su chaqueta y con voz entrecortada comienza a leer un íntimo poema, escrito por esa mujer que no pasa un día sin recordar. A medida que recita los versos sus ojos se llenan de lágrimas. En la sala se produce un instante mágico. Los asistentes están sorprendidos y conmovidos. Y es en ese momento que yo comprendo quién es realmente Osvaldo Thiers, el que dicen que es un pintor surrealista, el que dicen que es un genio, el hombre callado y tímido, el que se ha alejado de todos los círculos de poder, el que ha preferido enseñar, el que abre las puertas de su taller a quien lo pida.
Yo sé quien es Osvaldo Thiers. Thiers es un hombre bueno.
Un ser maravilloso.
El pintor cuya mirada atraviesa todas las puertas, el que ve más allá. El hombre que siempre atisba las estrellas.
Ese es él.

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Esa eliminación beneficiosa

Volvamos atrás en el tiempo:
En 1906 Adolf Hitler vivía en Linz, Austria, influenciado por Richard Wagner y los misterios del Grial. Entonces un adolescente Hitler de 17 años decidió viajar a Viena, una urbe que bullía previa a la Primera Guerra Mundial. Allí el desconocido Fuhrer prometió ser un artista de renombre, buscando ingresar a la Academia de Bellas Artes.
Con una carpeta atiborrada de  dibujos Hitler fue uno de los 113 candidatos, según narra Elías Canetti, Premio Nobel de Literatura. Otro postulante fue Oskar Kokoschka, a futuro uno de los artistas más influyentes del siglo XX. En una seleccion inicial suspendieron a 33, entre los que no se encontraba Hitler. A principios de octubre el nazi pasó otros dos exigentes exámenes. Pero luego sólo 28 superaron el trance. Hitler ya no estaba entre los elegidos. Su déficit radicaba en que no sabía representar figuras humanas. Hitler dejó escrito en su Mein Kampf: «Estaba convencido que aprobar sería un juego de niños… Tan convencido que cuando quedé eliminado fue como si cayera un rayo del cielo sobre mi».
Hitler se quedó a las puertas de su sueño, mientras Kokoschka pasó la prueba.
Posteriormente Kokoschka hizo clases en la Academia Real de Dresden donde tuvo un alumno aventajado: Oskar Trepte. Se vivían grandes cambios en el arte alemán: aparecieron los expresionista Der Blaue Reiter, Die Brücke y la artesanal Bauhaus. Hitler, ya en el poder calificó a estos movimientos como “arte degenerado”. Por su parte Trepte debió -obligatoriamente- emigrar en 1930 eligiendo un remoto país al fin del mundo: Chile. Trabajó como grabador litográfico en la revista Zig-Zag y fue profesor de dibujo del Liceo Alemán de Santiago entre 1941 y 1947. Posteriormente enseñó en la universidad Católica donde tuvo un alumno destacado:
Osvaldo Thiers…
Una capilla surrealista
Crescente Rodolfo Osvaldo Thiers Díaz, nacido en Carahue, antiguamente La Imperial, en 1932. Su primer contacto con el dibujo se establece a través de un tío político, Pedro Fagalde, dibujante de la revista Topaze. Su hermano Walter pintaba paisajes. Estudia con el maestro Miguel Venegas donde conoce a Claudio Bravo. Ambos se hacen amigos. Bravo catalogaría a Thiers de tan poético y volátil como el genio Pablo Burchard. Más tarde, luego de un año en Antofagasta y tras un periodo de vaivenes, Belarmino Cáceres recluta a Thiers en 1966 para integrarse a la Universidad de Chile sede Osorno.
La historia es curiosa, casi surrealista. Por poco Hitler, el más grande genocida de la humanidad, se hubiera dedicado a pintar acuarelas en vez de aniquilar razas. Pero sí eso hubiese acontecido, tal vez, Osvaldo Thiers – el pintor que mira las estrellas, el que observa más allá de lo que lo hace un ser normal, el hombre en cuyo cerebro explotan las ideas y la creatividad- no habría sido el gran pintor que es.

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Los inicios de un sureño
Carahue tenía muchas cuevas y pasadizos subterráneos, construidos por los españoles, que servían de escapatoria ante los ataques de los mapuches. En su infancia Thiers los recorría junto a sus hermanos. Luego volvía a casa. Una casa grande donde su padre, un tipo innovador, construía máquinas fabulosas y revolucionarias. Él implantó el primer sistema eléctrico, el primer cine y la primera radio en Carahue. Tenían un molino y un pequeño barco con el cual el padre de Osvaldo navegaba a sus anchas vestido de marinero. Los genitores de don Osvaldo tuvieron un noviazgo prolongado hasta que el padre de la novia llamó a terreno al esquivo pololo. Era hora de terminar con las navegaciones y recalar en tierra firme. Llegó el matrimonio y los hijos. Una infancia bella en el sur de Chile.
“Mire lo que son las cosas: el colegio La Salle, en Carahue, donde estudié, tenía una capilla preciosa”, señala Thiers. “Todo el altar era imitación de mármol pero muy bien realizado, porque eso se usaba mucho en Europa. Hay palacios hechos totalmente de mármol. Todos los candelabros, la decoración era dorada. Tenía vitraux por toda la orilla de la capilla. Muy lindo, traído de Francia. Además poseía un órgano precioso. Nosotros íbamos a misa todas las mañanas y como siempre he sido medio surrealista me volaba en la iglesia. Oía los cantos antiguos, sentía el órgano y qué sé yo, era un rito especial. La misa era en latín y fue una etapa totalmente surrealista”, rememora Thiers de lo que fue su primera experiencia por sobre la realidad, conjugada durante un misticismo pre adolescente.
“En ese tiempo el colegio se llamaba instituto San José de Temuco que hoy día es el colegio La Salle. Estuve interno allí 12 años, en preparatoria y las humanidades. En ese tiempo no habían muchos caminos así que la única locomoción era en tren. Fue realmente duro porque yo iba una vez al mes a ver mi familia a Carahue. Prácticamente pasaba interno. Eso me dio una formación que la creo muy importante y que me independizó porque cuando me fui a Santiago, a la universidad, no sufrí ante el alejamiento de mis padres porque siempre había estado solo”.
Posterior a su inimaginable y surrealista etapa escolar, Thiers pensó ser algo más formal: dentista o ingeniero. Porque esas carreras eligió inicialmente. Sin embargo no quedó en odontología. Sí en ingeniería, pero su periplo fue limitado. Un profesor de aquella carrera -sabio él- le aconsejó pintar. Sin decirle nada a sus padres se incorporó a la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Católica.
“Bueno, ahí mi maestro fue Oscar Trepte, el primero que tuve. Esa era la primitiva escuela, la primera con todos esos académicos. Porque después se trasladó a Pedro de Valdivia Norte. Fue una suerte haber conocido esta gente. Oscar Trepte fue un maestro alemán, discípulo de Oscar Kokoschka. Trepte fue un pintor muy cotizado aquí, que está entre los 10 mejores pintores que ha habido en Chile y él me enseñó a dibujar. Incluso fui su ayudante. Después, durante segundo año, en los cursos de la Católica me tocaba con Dora Puelma y le dije que no. “Yo me voy con Miguel Venegas”. Venegas era un pintor muy versátil. No era un pintor que haya figurado en la pintura chilena, pero era un gran profesor. Él se dedicó más a la docencia en ese taller que tenía en la calle Alonso Ovalle, donde estuvo Claudio Bravo, Peter Von Arten, incluso Roberto Matta. Ese fue un taller muy bello: arquitectónicamente  era del tiempo de la Colonia y había sido especialmente construido para un artista. Tenía dos pisos. La entrada era un patio colonial con piedra de guardilla naranja. Adentro, en la arquitectura, tenía unos angelitos arriba y unas cortinas especiales para la luz, para que uno pudiera correrlas. Tenía dos living arriba. También un piano de cola porque él tocaba. Y un escenario de teatro. Este caballero tenía mucha plata, entonces cuando llegaba algún espectáculo que a él le interesaba lo contrataba y disfrutábamos 10 ó 12 personas. Cada dos años iba a Europa. En ese tiempo ir a Europa no era como ahora que la gente va a cada rato. En ese tiempo ir a Europa era una cosa seria, que incurría mucho tiempo en viajar. Eran meses en barco”, rememora Thiers con cierta nostalgia. Y continúa:
“Venegas me aceptó en su taller y yo nunca pagué. Incluso hasta el domingo iba a trabajar allí. En la mañana iba al curso en la Católica y en la tarde me iba donde don Miguel. Ahí había otro pintor: Waldo Valenzuela, que fue director de la Escuela de Bellas Artes de Antofagasta. Luego, años más tarde, me fui a esa morriña ciudad. Estuve un año. Él me contrató”.
En el taller de Miguel Venegas es donde Thiers conocerá a uno de sus grandes amigos: Claudio Bravo.
“Cuándo estaba en el taller de don Miguel Venegas, durante la década del 60, llevé desde el sur una serie de cuadros. Yo estaba de novio con mi actual esposa y recuerdo que le pinté dos retratos, más otro de mi hermano con su tenida de bombero. Una tarde, en ese taller, estaba nuestro profesor don Miguel Venegas, y algunos alumnos: Claudio Bravo, Peter Von Artens y otros pintores más. Don Miguel quedó mirando el cuadro de mi hermano bombero y de improviso dijo con mucho énfasis: ‘!Así se pinta!’ A Claudio Bravo le dio envidia y entonces me dijo: ‘Yo te desafío. Dibújame tú y yo te dibujo a ti’. Nos dibujamos. Yo tengo el retrato ahí; pero no me dejó bien parecido. Los trazos son muy certeros pero quedó más parecido el dibujo que le hice yo. Entonces él me regaló después otro dibujo de un arlequín, de un actor chileno muy famoso”, recuerda Thiers.

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¿Cuáles son las características que más impactan al estudiar la obra de Osvaldo Thiers? María Antonia Navarro, periodista española, quién ha investigado su vida señala:
“Lo que más me sorprendió fue la versatilidad como artista y creador. Por un lado posee muy buena técnica, que ha ido mejorando a lo largo de los años, y esto no solo se reduce al campo de la pintura, sino también al grabado y la escultura. En  ellas ha trabajado multitud de técnicas, algunas perfeccionándolas. En la escultura ha sido totalmente autodidacta. Otra cosa que me atrajo de inmediato fue la variedad temática. Cada serie posee un tema diferente. A veces son muy concretos, específicos o propios, y otros más generales, como las naturalezas muertas o los retratos”.
Un día -durante su estadía en París el año 1976- Thiers decidió viajar a Toledo, en España, para ver la obra de uno de sus pintores admirados: El Greco. Cuando Thiers vio El entierro del Conde de Orgaz una sensación indescriptible lo invadió. Qué maravilla. Thiers estaba paralizado. Por más de una hora permaneció absorto tratando de asimilar la técnica y fijando los pequeños y grandes detalles que hacían de ese cuadro una obra maestra. Ese momento lo recuerda como una epifanía. Un instante sublime. Uno de los grandes momentos de su vida.

 Foto de Philippe Thiers

Foto de Philippe Thiers

Dunas del inconsciente

¿Es correcto catalogar a Thiers como un pintor surrealista? ¿O también hay otras influencias? María Antonia Navarro nos da la respuesta:
“Osvaldo Thiers ha pasado por varias etapas pictóricas como el postimpresionismo, el expresionismo, etcétera. Pero su pintura mayoritariamente es surrealista y metafísica.
Los grandes pintores que le influyen son directamente sus dos grandes maestros: Trepte y Venegas. Pero también grandes pintores de todos los tiempos como Paul Cézanne, El Bosco, Velázquez, Leonardo da Vinci, Joachim Patinir, Francisco de Goya, Ingres, Delacroix, Van Gogh, Arnold Böcklin, Pablo Picasso, Salvador Dalí y Giorgio de Chirico. Algunos de forma directa a través de una obra específica y otros de forma más general”.
Algo curioso: Hay una fijación en las obras de Thiers con las telas que cubren personas y objetos intrascendentes. Le preguntamos a María Antonia Navarro si Thiers ha manifestado algún significado sobre este aspecto.
“Esta fijación viene por varios aspectos. Uno es porque se le da bien pintar telas y le gusta. Otra porque a Osvaldo le gusta la época de Renacimiento y del Barroco y en esas obras clásicas hay también muchos cortinajes. Pero sobre todo pinta telas con cuadros porque esos cuadros simbolizan el paso del tiempo, que es su tema por antonomasia. Osvaldo Thiers posee temas transversales que abarcan todo su producción y uno de ellos es éste”, señala María Antonia.

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Entrevista
– ¿Usted cree en la vida después de la muerte?- le pregunto a Osvaldo Thiers.
– Bueno, yo he tenido algunas experiencias. Estuve muy enfermo en Villarrica. Junto con mi padre nos dio tifus. Yo tendría unos 17 años. Entonces mi mamá creía que era una gripe que estaba en el campo. En la mañana la temperatura bajaba; pero en la tarde subía a 39 grados. Mi mamá me estaba dando remedios. De repente estábamos peor. Me llevaron a un hospital de Villarrica porque yacía muy deshidratado. Entonces me pusieron un suero fisiológico o glucosado y eso me produjo un shock inafiláctico y se me paró el corazón. Y yo tuve una visión de toda mi vida. La vi como una película, toda, fue una cosa en un instante. No fue una cosa desagradable, fue una cosa agradable. No fue una cosa terrible. Entonces mi mamá, que era una persona muy sensible, se dio cuenta y dijo: “Mire, el Waldo está mal vamos a Villarrica”, y llegaron cuando yo estaba volviendo de esta cosa.
Después tuve otra cosa que fue muy interesante: mi madre era una persona muy humanitaria, muy  espiritual, entonces ella hacia mucha caridad. Ella lo único que decía era: “… yo le pido a Dios que pueda morir sin sufrir”. El dia antes de su muerte mi mamá le dijo a mi cuñada y a una empleada que tenia de mucho tiempo: “Sabe, Tito me viene a buscar”. Tito le decían a mi papá que había muerto anteriormente a los 92 años. “Está aquí, yo lo siento y me abraza y yo quiero que me entierren de tal manera”. Ella era muy devota y dijo: “Quiero que me pongan el habito franciscano y que me pongan este chal en las piernas”. Al día siguiente estaba con mi hermano mayor conversando en un sillón. Mi hermano le tenia tomada la mano. Mi madre tenia la lucidez tremenda, recitaba poemas enteros.
Se los sabía de memoria, poemas que había hecho ella. Y entonces de repente murió en el sillón totalmente en paz.

Foto de Philippe Thiers
Foto de
Philippe Thiers

La obra de Thiers ha navegado por un río tranquilo. No ha buscado la fama ni mucho menos. Pero la gente lo recuerda. Desde el escultor ehistoriador del arte don Gaspar Galaz en la Universidad Católica hasta cada uno de sus múltiples alumnos en su taller de calle Alcalde Fuchslocher. El mundo de la política y los diversos mandatarios de Chile se le han acercado más de una vez.
“Tengo un montón de fotos donde Michelle Bachelet participó con nosotros y yo le regalé un grabado. Después una cosa interesante fue cuando vino el Presidente Aylwin a inaugurar una sala en el centro, que él había firmado para que se creara la Universidad de Chile en ese tiempo. En ese acto me fueron a ver porque querían comprarme un grabado para adornarle el estudio a Aylwin, Estuvimos viendo algunos y no les gustó ninguno. Encontraron que era poca cosa. Después, ese día en la mañana, llegaron al taller apurados por una litografía y Aylwin estuvo ahí. Estuvieron las autoridades al lado mientras yo hacia el marco. Casi me corté la mano porque no me dejaban trabajar. Finalmente les entregué el cuadro. Entonces se lo regalaron y no me mencionaron para nada. Cuando terminó la recepción le dije: “Yo fui el autor de la obra esta”. Después él me escribió una carta agradeciéndome y en la carta decía que mi cuadro lo tenía en su oficina.
Pasó el tiempo y un día mirando la televisión salió Aylwin en no sé qué entrevista, enfocan y detrás de él estaba mi cuadro, junto a uno del pintor ecuatoriano Guayasamin. Y acá no no me habían considerado para nada”.
Thiers hace una crítica a la actual política cultural:
“Todo parece irse a Santiago. Salvo uno que otro Fondart en regiones; pero es muy poco. Antes teníamos esa cooperación de Frutillar donde participaba harta gente, pero lo suprimieron y dijeron que iban hacer otra cosa. Después me dieron el premio Bastón de mando de las Artes de la zona sur, pero eso lo dieron dos veces no más.

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– Usted siempre ha estado alejado de todos los círculos de poder.
– Sí, yo siempre he estado alejado de todo eso. Lo que me ha importado es pintar y enseñar no más. No he buscado la fama. Para qué? Si cada uno sabe lo que hace”, manifiesta con humildad y aplomo.

-Fue muy amigo con el pintor Claudio Bravo. ¿Puede contarnos algo de aquellos años?
– Claudio Bravo me regaló un dibujo de un arlequín del actor que había posado vestido de arlequín. Muy lindo el dibujo. Entonces cuando se casó mi hija estaba falto de plata y me fui a un museo en Santiago y lo vendí. Me pagaron bien y hice toda la fiesta, incluso el viaje de novia y toda esa cuestión con la plata. Pero otro dibujo me lo reservé yo. Claudio Bravo no regalaba a nadie nada. Ni a su familia. La hermana tenía aquí un campo yendo para Puerto Octay, tenía una reproducción de Claudio Bravo no más. Porque la familia estaba pidiéndole plata y él estaba cansado de eso. Incluso tuvo un sobrino que vivía, porque yo busqué el campo porque tengo un predio donde tengo Cabañas en Puerto Fonck. Entonces más allá le busqué el campo a Claudio Bravo de 100 hectáreas y él se hizo un palacete. Entonces después a un sobrino lo tenía administrando el campo y le mandó cualquier cantidad de dólares para que comprara insumos que nunca
compró y se guardó la plata, se compró auto, cuanta lesera. Entonces Bravo se enojó y dijo “ya no quiero saber más con mi familia.

– Pasando a otro tema. ¿Usted siempre se ha catalogado de surrealista?
– Bueno, no totalmente surrealista porque he tenido muchas etapas: una etapa realista, romántica, expresionista, cubista. Lo único que no he hecho es abstracción. Hay  diferenciación en las técnicas que hago. Por ejemplo si me dedico a hacer cosas en fierro es distinto a lo que hago en pintura. O sea el material me manda ahí. Si yo trabajo en grabado es otra cosa. En el grabado yo consideraba al hombre como monstruo: el Hombre ha ido invadiendo la tierra. El Hombre llegó en los últimos momentos aquí a la formación de la tierra. Realmente en el último instante se puede decir. De 4500 millones de años nosotros llegamos al final, y ya tenemos la Tierra en peligro con toda la contaminación, con el abuso de materiales. La Tierra que se ha ido desgastando por el excesivo desgaste que produce la siembra y los materiales. Además los minerales se han ido agotando. Y eso que ha habido mucha extinciones a través de la vida de la tierra. Momentos y que casi ha desaparecido la vida. Por cataclismo, erupciones volcánicas, un meteorito o también pestes. Y ahora tenemos la peste que es el Ebola, que si no se controla quizás qué pueda pasar.
– ¿Se califica como pesimista?
– Ah no. Yo creo mucho en la ciencia. La tecnología  puede defender al hombre me entiende?
Ccreo que es el medio que podemos tener nosotros para sobrevivir. No digo que todo el mundo sea malo. Yo siempre he pensado que de cada 10 personas puede que hayan 2 malas, pero el resto son buenas. Lamentablemente hemos tenido gobernantes irresponsables. Pero a medida que el hombre va descubriendo nuevas cosas va encontrando que esto es como un abismo, que esto es tremendamente profundo entiende?, Se ha ido expandiendo el conocimiento. Resulta que ahora no hay este gran universo sino que existen más universos. Yo veía en la televisión y mostraban un mapa que habían hecho del universo desde la formación y había unas partes oscuras y partes rojas donde hay muchas galaxias. Y en esas partes oscuras seguramente pensaban que había habido un contacto de afuera, de otro universo que estaba produciendo un efecto ahí. Yo creo que hay otra vida porque hay otros universos. O sea hay otra vida en otra parte.
Mi madre recitaba poemas enteros que había hecho. Se los sabia de memoria. Mire, tenía esos poemas guardados en una cinta y se los pasé a mi hermano que falleció y no sé qué haría con ellos. Eran bonitos. Yo parece que tengo uno. Ella escribió un poema en que dice que yo he pintado mucho y nunca he pintado una cosa religiosa, y a raíz de eso pinté un cuadro con un tema religioso y eso se debe a una poesía que me conmueve. Yo he leído las cartas de mi madre y me he puesto a llorar.

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Mil y una estrellas
Andrés Maragaño, arquitecto y docente de la Universidad de Talca, estuvo durante un tiempo en un taller de los que hacia Thiers y que lo marcaría para siempre: ” Osvaldo es un pintor que siempre mira más allá. Parece muy tranquilo pero es muy vivaz con lo que ocurre en el mundo. Él me abrió la mente con los trabajos del pintor afroamericano Jean-Michel Basquiat  y muchos otros. Y Thiers es un hombre muy humano y muy abierto de espíritu. Su taller era visitado por todo el mundo y sin ningún reparo ni discriminación”, asevera Maragaño.

Así es. Y hay que añadir que Thiers es muy jovial a la hora de recordar sucesos casi surrealistas que le han acontecido.
Thiers lanza una carcajada al contarme una anécdota ocurrida en Antofagasta siendo muy joven. Recién había egresado de la Universidad Católica y lo contrataron en esa nortina ciudad. Estaba recién casado y junto a su mujer arrendaron una casa en cuyo estipendio se les iba todo el sueldo. Pero ese no era el problema sino el hecho que todo era absolutamente desértico, en contraposición a su naturaleza siempre revestida de bosques, arbustos y flora. Decidió plantar alguna planta y mejorar el escuálido jardín de la residencia. Entusiasmado fue a un negocio y compró unas semillas que ni siquiera miró. A las semanas las matas comenzaron a brotar y al mes adquirían consistencia. Eran mediados de los 60. Sin embargo algo le llamó la atención. Todos los días se reunían jóvenes mirando su jardín. “Que extraño” pensó. Día tras día una gran cantidad de jóvenes se reunían a mirar el incipiente huerto. La respuesta al misterioso suceso se develó con la visita de un amigo.
Oye Osvaldo, ¿tú fumas marihuana?– le preguntó sin mayor preámbulo.
No. Claro que no– respondió Thiers.
– ¿Y por qué has plantado esas matas de marihuana?
Thiers había sembrado semillas de cáñamo. Eso explicaba la gran cantidad de muchachos que observaban con envidia el jardín del pintor osornino. Thiers lanza otra sonora e ingenua carcajada. “Las cosas que me han pasado en la vida”, dice alegremente como si la vida no tuviera esos chascarros e instancias surrealistas.

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Foto de Sebastián Henríquez P.

La charla en el San Mateo
Thiers ha sido invitado a entablar una conversación sobre lo divino y lo humano de su vida en el Colegio San Mateo de Osorno y me piden que la realice. Lo visito muy temprano en su casa. Está trabajando en un taller colindante. Me recibe muy amable y dialogamos sobre su obra y otras nimiedades que le roban una sonrisa. Se ve feliz. Me confidencia que él es muy tímido y que lo tengo que ayudar. Le aseguro que va a ser muy sencillo. Me muestra sus cuadros y me habla de su familia, del talento de su hija, de su niñez, de su madre.
– ¿Ella escribía poesía?- le pregunto.
– Sí, por ahí tengo un poema- me responde-. Tal vez lo lleve.
Cuatro horas más tarde lo pasamos a buscar. Sale con su típica parka pero en el momento que se va a subir se da vuelta y enfila a su taller. Ha olvidado algo. Luego regresa y enfilamos a nuestro destino.
A mitad del diálogo en el Colegio San Mateo le pregunto a Thiers por su madre artista y él saca una carta donde está escrito el único poema que tiene de ella. Emocionado comienza a leer:
Destrucción
Viejo Manzano de podridas raíces
Qué gané con regarte?
En tus ramas ya no hay hojas
Te olvidó la primavera
Ya no hay flores sonrojadas
Que poblaban los rocíos
Me proteges
Me das sombra
Estás seco y estás frío
Con el tiempo destruyó mi cuerpo
Que de juventud adornara ya muy lejana primavera
De mis pequeños olvidé su llanto y su risa cristalina
Largas noches de invierno velando sus dolores
Amores sin retorno
Mis labios ya no ríen
Mis ojos son muy tristes
Muy blancos mis cabellos
Mi cuerpo entumecido
Tú Señor, mi última esperanza
Estaré en los días grises
Cuando la nieve cubra los prados su verdor
En las noches sin estrellas
Cuando sólo el rayo anuncie de mi cuerpo su destrucción
Cuando todo haya terminado y sólo quede el cuerpo luminoso que siempre me ofreciste oh, mi Dios
Indicándome tu cálida morada que en mi ambición no vi Señor
El público aplaude conmovido. Thiers tiene a quien salir.
Ese es el poema que Thiers había olvidado en el taller y se devolvió a buscar. Una lágrima rueda por su cara hasta la comisura de los labios.
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Foto de Marcelo Utreras

Irrepetible
Thiers cree en la vida en otra galaxia.  Asevera que en otro planeta es muy probable que exista otro Osvaldo Thiers que mire el firmamento tratando de encontrar respuestas a lo desconocido. Lo que Thiers desconoce es que, sí bien es muy probable que exista vida extraterrestre, nadie en otro planeta pinte como él y tenga una sensibilidad parecida.
Osvaldo Thiers hay uno solo y es irrepetible.

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