Arriero declara atrocidades que vio en el centro de detención cordobés La Perla

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Argentina.
Las declaraciones José Solanille, un peón rural que vivía a 500 metros de La Perla, en el centro clandestino de detención cordobés durante la dictadura argentina, impactaron en el juzgado donde fue interrogado como testigo en la causa contra militares que se lleva adelante en Buenos Aires.
El arriero hizo un relato contundente sobre las atrocidades que vio, como fusilamientos, fosas comunes, los olores de los cuerpos, los gritos de los detenidos y la presencia del general Luciano Benjamín Menéndez, quien ha negado su participación en estos hechos.
“A principios de 1976 yo vivía ahí con mi mujer y mis seis hijos ahí cerquita de la cárcel de La Perla. Desde el 24 de marzo lo que ya venía viendo empeoró: se llenó de gente la cárcel y empezaron los gritos todas las noches. Desgarradores gritos todas las noches, señor juez. Mi mujer tenía miedo, se quería ir de ahí. Pero yo no sabía dónde ir, dónde si ahí tenía trabajo. Ahí es cuando empecé a ver lo que estos atorrantes, sinvergüenzas, hijos de mala madre estaban haciendo”, dijo Solanille al iniciar su testimonio, según informa Página/12.
En el juzgado, el peón identificó a Menéndez, al “Nabo” Ernesto Barreiro; al “capitán (Exequiel) Acosta”, alias “Rulo”; a Pedro Vergez, alias “Vargas”, y a Luis Manzanelli.
En su declaración indicó cómo supo el apodo de Barreiro por parte de la mujer de un paracaidista de apellido Baigorria. “Me acuerdo que el marido tenía un Chevy amarillo. Venían y este señor dejaba a la señora, que era muy linda, en mi casa. Una vez ella salió al campo con un termo y estaba cerquita de la cárcel. Se sentían gritos. Se escuchaban muchos gritos de chicas. Entonces los dos vimos pasar a Barreiro como a unos ocho metros. Ella me dijo entonces ‘ahí va el Nabo. Vas a ver cómo se va a acabar el griterío de las putas ésas’.”
El testigo también contó que vio a Menéndez al frente de un fusilamiento masivo y dio cuenta de ello. “Estaba con otro compañero en la Loma del Torito. Habíamos visto la fosa cavada. Unos cuatro metros por cuatro. Tenían a toda la gente en dos filas. No sé, eran muchas personas. Como cien. Algunos vestidos, otros totalmente desnudos. Estaba Menéndez. El había llegado en un (Ford) Falcon blanco. Yo lo había visto. Sabía que se venía algo grande. Y ahí estaba, con su fusil. No lo vi disparar. Pero él dio la orden”.
“La gente estaba encapuchada o vendada o tenían unos anteojos… Los que no tenían nada, los que podían ver, gritaban. Unos hasta corrieron. Pero los mataron por la espalda. Ahí nos rajamos con mi amigo. Estábamos cagados de miedo. Nos habíamos arrastrado hasta arriba de la loma, pero bajamos corriendo. Después se ve que los quemaron. Tiraron explosivos. El humo con ese olor espantoso se vino para mi casa. Era insoportable. Mi mujer y mis hijos se quejaban. Era horrible”, narró.
“Huesos chiquitos”
El peón agregó que días después pasó por ese lugar y vio la fosa tapada. “Se ve que estaba muy llena, porque sobró mucha tierra”.
Además, contó que una perra que tenía llevaba “huesos chiquitos, cabecitas muy chiquitas”. Su testimonio se cortó debido a que se quebró: “Perdónenme abuelas, pero la perrita traía manitos, bracitos, batitas celestes y rosas…”, indica Página/12.
Las declaraciones de Solanille continuaron con el relato de lo que le ocurrió cuando uno de sus terneros cayó a un pozo y debió ser rescatado con otro peón y soldados. “Tenía más de 18 metros. El animalito estaba parado. Pero alrededor había muchos cuerpos. Era espantoso. Salía un olor horrible. Había mucha gente muerta. Cabezas, piernas, brazos retorcidos, una chica con el pelo despeinado, para adelante…”
“Sacamos el ternero. Un olor bárbaro tenía… Cuando volvimos después con los jueces y la Conadep, costó encontrar ese pozo, porque le habían hecho una loza de material arriba, y habían construido una casa cerca. Pero yo sé bien que ahí abajo estaba el pozo donde se cayó el ternero”, expresó.
Para el peón en el lugar había más de 200 pozos de distintos tamaños. “Eran tumbas porque tiraban a la gente adentro y siempre sobraba tierra. A veces los enterraban tan mal que las lluvias lavaban el terreno y salían los huesos… Entonces los animales los agarraban. Los llevaban a mi rancho…”
Otro de los hechos que narró Solanille era el olor de los cuerpos quemados que llegaba a su hogar. “Quemaban los pozos y, cuando había viento norte, el humo con ese olor de cristianos quemados llenaba mi casa. Con mi mujer discutíamos. Yo me había vuelto casi loco. Tanto que me fui a dormir a un rancho más adentro del campo para no tener tantos problemas. Ni una sola noche desde que vi todo eso me he podido olvidar de La Perla”, expresó, lo que fue acompañado con insultos “a estos vándalos, atorrantes, asesinos”, en referencia a los militares que estaban en la sala.
El campesino también relató que “la primera y única vez” que vio pasar un helicóptero por el centro de detención “fue el 3 de mayo de 1976”. “Iba a caballo y vi que tiraron como dos bolsas de papas. Eran dos chicas”, comentó.
“Algunas mujeres la pasaron muy mal, fueron muy maltratadas antes de que las mataran”, comentó. En ese sentido, agregó que vio “una fiesta donde habían llevado a algunas chicas y las hacían chupar vino, se las tiraban unos con otros. Era espantoso”. Señaló también que en una ocasión vio a “muchos jóvenes al sol, todos con los ojos vendados, las manos y los pies atados y, a un costado, llorando, a un chiquito de unos cuatro, cinco años”.
“Cuídeme, porque son capaces de cualquier cosa”
En el final de su testimonio, luego de que la defensa prácticamente no le hiciera preguntas, Solanille expresó mirando a los imputados: “Mire señor juez, los tengo acá, atrás, en mi espalda. Cuídeme, porque son capaces de cualquier cosa. Yo los he visto. De cualquier cosa”.
Además, pidió al “juez y los periodistas” que prestaran atención a lo que le había ocurrido: “Quiero decir que donde todos murieron, yo resucité. El año pasado, el 24 de marzo, cuando fui a La Perla, me infarté. Y si no fuera por los chicos de HIJOS, no estaría acá. Ellos me salvaron y no me morí por diez minutos, me dijo el médico. Emiliano Fessia (encargado de ese espacio de la Memoria) y los chicos me salvaron. Tanta gente que murió ahí y ahí yo resucité”, contó.
Según publica Página/12, Menéndez miró doblado sobre sí mismo al peón, con la cara descompuesta ante las terribles declaraciones del único testigo que lo vio al frente de la tortura y matanza de cientos de personas en La Perla, el campo de detenidos más grande de Córdoba durante la dictadura argentina.
El Observador, Uruguay.

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