Háblame de amores, la nostalgia re-sentida de Pedro Lemebel

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Por Edgard Lara, Fotos de María Eugenia Lagunas P. (Melp).

La sala nuevamente está repleta así que no hay mayor remedio que permanecer de pié en las terrazas del segundo nivel. Allí el escote de una pelirroja del primer piso parece ser la única distracción ante los 40 minutos de retraso de “Háblame de Amores” la última publicación del escritor chileno Pedro Lemebel. A los 50 minutos el público se impacienta y comienza a aplaudir, intentando forzar una reacción. Las disculpas no se hacen esperar.
Patricia Espinosa, profesora de literatura y periodista, introduce en el caleidoscopio punk de la obra. La critica literaria Espinosa cita la despolitización de la literatura en torno a las fracturas de realidades, el ejercicio estético de la resistencia ante el decadente mundillo literario que sigue sin alterarse a través de los años. “Háblame de Amores” se dibuja como un arma de defensa frente a ese panorama, un trabajo literario subversivo,  viaje permanente a través de crónicas con agilidad, capaces de evocar el homenaje a Miguel Krassnoff organizado por Labbé, para luego ofrecer un “recorrido lleno de colores y olores entre los restaurantes de La Vega Central”.

La introducción de Espinosa da paso a los aplausos de bienvenida, Pedro Lemebel, ataviado con una larga bufanda roja, ajustadas calzas de spandex y tacones, entra a escena como una estrella. La sala parece venirse abajo. Cuesta que el público se calme y dé espacio para que el autor nos pueda ofrecer sus primeras palabras: “Buenas Noches, los recibo con esta voz de ultratumba, es lo que hay. Hace poco sufrí un cáncer a la laringe. Me operaron y me dejaron con esta voz de Doctor Mortis”. Si bien la sátira no se aleja de la realidad, ese constante crepitar en la garganta le daría una mística especial al encuentro.

Al contrario de lo que suelen ser las presentaciones bañadas de formalismo, el escritor prefiere seguir con su estilo y evitar los conductos regulares. Es más cercano, ofrece su opinión, intercalando anécdotas e interactuando con la gente.  En primera instancia nos hace partícipe de su operación y los cambios que esto le trajo: “La voz para los homosexuales es importante, porque siempre a uno se le nota en la voz. Me dio lata perderla, porque más que nada yo trabajo con esto…” Un fan entusiasta grita desde el público, interrumpiendo el monólogo.
-¡Te amo!
-¿Y que voy a hacer con tu amor? ¿Voy a pagar la luz con tu amor? El amor es cruel-. Entre risas y con un fan ofuscado, Lemebel prosigue: –Me sacaron las cuerdas, me dejaron solo un poco, con eso estoy hablando. Cuando estaba en el quirófano, antes de perder la voz completamente, yo le pregunté a los doctores que estaban ahí si podía decir mis últimas dos palabras con la voz que tenía. Me respondieron: “Claro”. Dije: Piñera Conchetumare”.
Risas y ovación absoluta… Se siente. Se siente. Lemebel Presidente.

A los minutos confiesa que su pauta de presentación no versaba de aquella manera, decidió hacer cambios de último minuto debido a las elecciones. Es así como comienza el paseo por sus crónicas con “Viva la Funa”, un homenaje a quienes intervinieron el año pasado en el reconocimiento al torturador Krassnoff en la comuna de Providencia. Imágenes crudas que bajo el particular tono de voz de Lemebel amplían lo lóbrego de la realidad descrita, las sensaciones del pasado que aún se mantienen dolientes son vengadas por unas horas, el “castigo divino” otorgado por la turba hambrienta de justicia: “Mojaron los calzoncillos los torturadores de puro susto, de puro miedo casi se cagaron los puercos ante la avalancha majestuosa de la Funa en el club Providencia, ahí donde sería el homenaje al monstruo Krassnoff, aquel agente del bigotito asesino, el bigotito sarcástico cuando sonreía ordenando la tortura, ordenando patear a la niña embarazada, para hacerla abortar con la bota en el vientre, con la lustrosa bota reventando la bolsa de sangre y el feto a pedazos que cayó en la fría losa del cuartel.”

Sus otras crónicas también de corte social, varían entre diferentes intensidades de discurso y temáticas, es un ceviche mixto, como él se lo explica a “los periodistas flojos que no lo quieren leer”. Es parte de la necesidad de querer mostrar diferentes visiones de mundo encausadas por un solo ente, por un solo humano que siente a través de ese entorno viciado que tiró raíces en casi todos lo ámbitos: “Se aproxima el año nuevo y los comuneros Mapuches llevan muchos días en huelga de hambre, mientras este país glotón, saciándose con sus cenas, con sus banquetes de palacio, con las reuniones de mantel largo que se le dá a las visitas imperiales que vienen a degustar el salmón al Pil Pil, el charquicán frú frú o la papaya con albahaca que les ofrece la presidencia en La Moneda”.

Es imposible conformar un recuento social sin referirse a Pinochet. “Las exequias del Fiambre” cuentan su visión particular de la muerte del dictador nacional “Esa mueca burlona frente a la justicia quedó estampada en la vitrina de su féretro que recibió el escupitajo del joven nieto del general Prats, el joven atrevido esperando largas horas y años para darse el gusto de gargajear esa risa macabra”.  Es asì como con cada intervención y lectura, sigue ampliando su impronta, su yo externo que se expresa entre letras. El movimiento estudiantil, la realidad gay en la literatura, sin dejar de lado el estilo ameno y directo. Cada intervención demuestra a la vez parte de sus vivencias, parte del camino recorrido que no siempre ofrece lo mejor de si, todo converge en este cúmulo de visiones.

Antes de finalizar vuelve a bromear con su voz, que “a pesar de sonar como voz de muerta, está enferma de viva”. La última lectura, es seleccionada especialmente para la feria a propósito del país invitado; Ecuador. El pasaje describe cómo él y su amante ecuatoriano, luego de una pasional noche de sudor y “chelas” (cervezas), se cruzan con una comitiva estatal en el museo Bellas Artes. Oportunidad en donde Pedro le regaló un escupitajo a Luciano Cruz Coke, actual ministro de cultura. Esto le llevó a ganarse el calificativo de “Nostálgico resentido” por parte del edil.
De todos modos, sin nostalgia, sin resentimiento, no se podría gritar, no se podría expresar; tarea primordial de las letras. Es por eso que Lemebel se retira de la Filsa entre vítores y con el puño en alto, porque sabe que ya cumplió la función de contarnos cómo ve lo que pasa en su ambiente, opiniones y visiones que no distan de la nuestra. Solo nos queda evocar el resentimiento.
Sigue adelante, paso tras paso, caminando por el pasillo, como una reina en sus mejores días de juventud.

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