El séptimo hombre

–Aquella ola estuvo a punto de engullirme una tarde de
septiembre cuando tenía diez años –empezó a decir, en voz
baja, el séptimo hombre.
Era el último a quien le tocaba hablar aquella noche. Las
agujas del reloj señalaban ya las diez. Los hombres, sentados
en círculo dentro de la habitación, podían distinguir, en la
negra oscuridad de la noche, el rugido del viento que se dirigía
hacia el oeste. El viento agitaba las hojas de los árboles del
jardín, hacía vibrar los cristales de las ventanas y, al fin, con
un chillido agudo como un silbato, se desplazaba a otro lugar.
–Era una ola gigantesca, muy distinta a las que había
visto hasta entonces –prosiguió el hombre.